El trumpismo en su pompa
El problema es el trumpismo, más que el mismo Trump. El trumpismo es capaz de hacer reñidos los resultados de una reelección surrealista. Que Trump haya sido presidente por cuatro años es un drama para el país number one del mundo. Pero que después de su reinado de opereta los votantes lo eleven otra vez a pelear el primer lugar es una tragedia para ambos, el país y el mundo.
El diagnóstico sobre la estrambótica figura de Trump no ha cesado de difundirse. No obstante, los millones que abultaron su resultado parecen sordos a ese escarnio. La explicación no está en Trump sino en el trumpismo, que es el despertar y consolidación de una manera de ser gringo.
La silueta rubicunda de penacho amarillo y cachetes colorados encajó insuperable en el estereotipo de empresario exitoso. Y los norteamericanos del montón, esos que habitan el estómago dilatado del centro geográfico, se descubrieron proyectados en las conquistas y fanfarronería de este millonario pícaro.
¿Cómo imaginar que este negociante, que sabe de evasión de impuestos y de juegos de casino, perjudique la economía nacional y por lo tanto el bienestar de los abdómenes blancos, rozagantes? Ni de fundas. Y menos si se atiende a su consigna de hacer a América grande de nuevo.
De modo que las finanzas no fueron factor determinante para decidir el voto. Siempre lo habían sido, era popular la advertencia “es la economía, estúpido”. En el 2020 todo cambió. No importó que casi todo el año el coronavirus golpeara los negocios y las arcas de la gente.
El exministro de Hacienda colombiano Juan Carlos Echeverry, hoy comentarista en Caracol Radio, adelantó una explicación: “Estados Unidos ya no vota con el bolsillo, sino con el odio y el miedo”. Sin proponérselo, pintó el perfil del trumpismo.
Este fenómeno es una forma de habitar en el planeta. La forma belicosa, que necesita un enemigo y si no lo tiene se lo inventa. Hacer grande a América es reconocer que es pequeña. Hacerla “de nuevo” grande es añorar un esplendor perdido y querer recuperarlo. En todo caso, es comparar a un país con los demás del mundo y azuzar una lucha contra esos otros que lo opacan.
Este es el primer enemigo: los otros. Esos otros, obviamente mantienen agentes infiltrados en el territorio propio, que han ganado adeptos conspirando contra la grandeza anhelada. Son los socialistas, los comunistas, los progresistas. Colombia prestó un apelativo: ¡son los castrochavistas!
Construido el enemigo, se desarrolla el miedo, se venden armas como vender pan, se blindan las fachadas contra vándalos, se instruye a la policía en técnicas para ahogar pulmones. Cunde el odio, se va a votar “emberracados”. He aquí el trumpismo en su pompa. Trump puede desaparecer, ya hizo su tarea, la continuarán sus adeptos.
Como en EE. UU. están estornudando, en Colombia nos da gripa. Pero, qué raro, en este país llevamos viviendo un trumpismo de otro nombre, desde hace veinte y más años. Por eso se nos acusó de entrometernos en sus elecciones.