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El último membrillo al que engañó Sánchez

Una mentira repetida mil veces es una mentira elefantiásica, algo que por aquí siempre gusta

Borges y Bioy Casares, dos malvados geniales, publicaron un puñado de narraciones de misterio bajo el seudónimo de Bustos Domecq. Quedaban para cenar en la casa del segundo, en la calle Posadas del señorial barrio de la Recoleta y ahí pergeñaban crímenes, asesinatos, truculencias varias sin aparente solución. Seis problemas para don Isidro Parodi fue su libro de relatos policiales con más éxito. Era un empeño en comandita, un tándem de lujo. Borges ideaba, Bioy afinaba y pasaba luego el relato al papel. No era un trabajo a cuatro manos, mitad y mitad. Era una creación en pareja. Bustos Domecq era una unidad de dos.

Las intervenciones del presidente del Gobierno dan la impresión de estar elaboradas por distintas cabezas, diferentes manos y un sin fin de ordenadores. Una obra coral, posiblemente pergeñada por los elementos más creativos de los setecientos asesores que se arraciman en la Moncloa, cuyo trabajo pule y limpia el minucioso e indiscreto Félix Bolaños para que Iván Redondo, el sumo sacerdote de la cofradía presidencial, dé el visto bueno final. El resultado de semejante esfuerzo aúna la estrambótica torpeza de una novela de Isabel Allende y la densidad tediosa de un opúsculo de Muñoz Molina. Un desiderátum generalmente deshilachado, desmedido y disforme.

Quizás se trata de una obra colectiva y anónima, elaborada por diez o doce personas, cada una por su lado, cada una en su capítulo y que luego el paciente Bolaños ha enhebrado con minuciosidad japonesa

El último engendro de esta desolipante factoría es el documento que nos habrá de salvar la vida. O que nos debería rescatar de la ruina. Se trata de los 200 folios que esta cohorte grafómana ha consumado en forma de agravio a la gramática, a la prudencia y al sentido común, bajo el título de «Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia». Sólo el enunciado invita ya a descreer de cuanto su interior contiene. Así es, en efecto. Tan rimbombante título acoge un despliegue asombroso de naderías que producen estupefacción y conducen al vacío existencial. Palabrería hueca y sonora adobada con una profusión de esos términos tan manoseados por esos fenómenos intelectuales que se denominan ‘politólogos’ y cuya opinión parece muy tenida en cuenta en los cenáculos de la Presidencia. El periodista Claudio Pérez tuvo la paciencia, no sólo de sumergirse en las 212 medidas y las 102 reformas que incluye el artefacto, sino que incluso ha contabilizado las palabras más repetidas. Así sabemos ahora que eso de ‘resiliencia’ se utiliza 191 veces en tanto que ‘modernización’ se utiliza 268 veces. Un hartazgo que mueve a la reflexión y hasta a la duda. Quizás se trata de una obra conjunta, elaborada por diez o doce personas, cada una por su lado y que luego el paciente Bolaños ha enhebrado con minuciosidad japonesa y ha compuesto este tractatus sin duda indigerible. A Redondo le habría correspondido, como corrector decisivo de la pieza, el haberla aliviado de tanta redundancia y tanta tabarra. Posiblemente se despistó. O no.

Como en el anuncio de ‘compramos tu coche’, los ideólogos de la Moncloa no tienen en alta consideración la capacidad intelectual de su audiencia y consideran que si las cosas se repiten mil veces, la gente se las traga

Sabido es que el gran jefe de Gabinete de Presidencia raramente yerra incluso cuando no acierta. Es muy posible que la insistencia monocorde en esas inhóspitas expresiones sea un recurso específico para hacerlo más memorable. Como en el anuncio de ‘compramos tu coche‘, vamos. Los ideólogos de la Moncloa no tienen en alta consideración la capacidad intelectual de su audiencia y consideran que si las cosas se repiten mil veces, la gente se las traga. Así se explica lo de «Salimos más fuertes», «España puede», «Nueva normalidad», «No dejaremos a nadie atrás»; son eslóganes que, dada su contrastada falsedad, han gozado de enorme acogida y hasta de un reconocible aplauso social.

Las generosas ubres del Estado

El problema es que a estas alturas de la pandemia, con más 100.000 muertos, seis millones de parados, decenas de miles de empresas quebradas y un horizonte económico de pavor, tales juegos malabares con las palabritas ya no cuelan. Este trabajo de la anunciada ‘Recuperación», presentado ya nueve veces por Pedro Sánchez, y que aspira a resumir el plan que el Gobierno enviará a Bruselas a cambio de 140.000 millones, es tan hueco, vacío y cascabelero que ni siquiera el más entusiasta de los seguidores del sanchismo, el más ferviente votante del PSOE, el más cerril hater de Pablo Casado podría tomárselo en serio a la hora de decidir su voto. Salvo, claro está, quien milita en la nómina del partido o está adscrito a las generosas ubres del presupuesto. Que son millones.

El candidato ficticio del PSOE a la Comunidad de Madrid repite en sus mítines, con timorata decisión, esta jaculatoria, consciente de que más que provocar adhesiones, mueve a la risa

No queda ya ni un bobo que ingiera sin rechistar esa papilla estomagante y cansina, desbordada de resiliencias inclusivas, feminismo sostenible, ecologismo empático y equitación protestante con que se elaboran las prédicas del presidente, innobles homilías que, salvo a los bukaneros del Rayo y a algún teleadicto despistado, producen hartazgo, estreñimiento y rechazo. El último membrillo conocido (por usar la jerga de la serie negra) que ingirió semejante mejunje ha sido Ángel Gabilondo, al que posiblemente no le dieron otra opción. El candidato ficticio del PSOE a la Comunidad de Madrid repite en sus mítines, con timorata decisión, esta jaculatoria, consciente de que más que provocar adhesiones, mueve a la risa. Las carcajadas se escuchan sin clemencia desde el ala oeste de la Moncloa, donde al pobrecito sosomán, que ha derivado en ceniciento malandrín, ya le dan por sacrificado. Para redondear la broma, le han adjudicado a una ministra ignota, por nombre Maroto, al objeto de reforzar su apuesta. ¿Cabe mayor crueldad? Ni siquiera el astuto Parodi sería capaz de resolver este caso que, por lo demás, Sánchez da ya por perdido. Que entre Ayuso cuanto antes.

 

 

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