Cultura y ArtesMúsica

El último tango de Gato Barbieri

2f728_el_gatoEl dramaturgo y cineasta cubano Iván Acosta junto a Leandro “Gato” Barbieri en Nueva York, ciudad donde el saxofonista argentino falleció el pasado sábado a los 83 años. (CORTESÍA). 

Grabó infinidad de discos y compuso grandes temas. Su música, aunque con diferentes giros y etapas, está bordada por la libre comunión del jazz con ritmos tradicionales y folclóricos latinoamericanos, el tango por supuesto, además del rock, el pop y toda melodía que respirase, no importa de dónde o de qué época viniera, pero que le arañara su inquieto corazón de gato. Él siempre las hacía suyas. O tal vez no: las hacía de todo aquél que las deseara.

Los verdaderos genios no suelen otorgarle demasiado valor a algo que a la mayoría de los artistas, en algún momento, le atormenta: la posteridad. Están tan preocupados por el presente, por hacer tantas cosas en tan poco tiempo, que lo que venga después termina muchas veces no importándoles. O al menos eso parece.

Entre esos extraños seres hay que mencionar a uno de los grandes saxofonistas de jazz de la historia: Leandro “Gato” Barbieri, quien este sábado, a causa de una pulmonía, murió a los 83 años en un hospital de Nueva York, ciudad donde residía desde hacía varias décadas. Y aunque en la Gran Manzana vivió más tiempo que en ningún otro sitio, el Gato no era de allí, pues la verdad es que no era de ninguna parte.

Nació en 1932 en Rosario, pero cuando cumplió 15 años la tercera ciudad más poblada de Argentina no era lo que es hoy y decidió trasladarse a Buenos Aires, donde habían muchos más sitios para desarrollar su talento, pues desde que a los doce aprendió a tocar el clarinete, tras escuchar a Charlie Parker interpretar su clásico Now’s the Time, la música se convirtió en el centro de su vida.

En 1962 se fue a Roma con su esposa Michelle, de origen italiano. Y finalmente a New York, que además de ser la ciudad que nunca duerme, es donde anhela tocar todo músico de jazz. No en balde en las primeras décadas del pasado siglo no pocos solían decir “son muchas las manzanas que tiene el árbol del éxito, pero New York es la Gran Manzana”. Y por supuesto, la meca del Latin Jazz. Aunque el Gato, a pesar de ser considerado por muchos como un pionero de la vertiente, reclamaba su independencia y decía no pertenecer a este movimiento. Pero sin lugar a dudas, varias de sus creaciones se ubican entre lo más selecto del género.

Grabó infinidad de discos y compuso grandes temas. Su música, aunque con diferentes giros y etapas, está bordada por la libre comunión del jazz con ritmos tradicionales y folclóricos latinoamericanos, el tango por supuesto, además del rock, el pop y toda melodía que respirase, no importa de dónde o de qué época viniera, pero que le arañara su inquieto corazón de gato. Él siempre las hacía suyas. O tal vez no: las hacía de todo aquél que las deseara.

Sus temas, como su vida, quedaron marcados por el cine, por la literatura, por la confluencia de las artes. Quizás por eso su música lleva el signo de cierta anarquía sublime. Una especie de caos estructurado. Muy diferente al laberinto que en ocasiones trasmitía su pensamiento sobre temas políticos o sociales: unas veces dejándose llevar por la turbulencia de la izquierda fallida y otras flotando en regiones muy difíciles de definir. Como me diría un amigo: lo suyo definitivamente era la música.

Mr. Gato, como le decían, se pasó la vida tocando. El mundo, al menos el que le interesaba, no tenía sentido para él sin la música. Después de décadas de reconocimiento mundial, aún seguía tocando, y no sólo por hambre espiritual, sino para mantener su economía. Su apartamento frente al Central Park no era un piso barato. Y por años sus no pocas adicciones, entre ellas la cocaína, le hicieron perder su fortuna, ganada en los buenos tiempos de la música, cuando se vendían tantos discos como hamburguesas. Nunca fue un hombre de negocios, pero al menos sobrevivió al enorme declive del súper negocio que tiempo atrás fue la industria del disco.

En una entrevista publicada hace menos de un año en La Nación, la última que recuerdo haber leído, al menos para un medio en español, la periodista Teodelina Basavilbaso cuenta que el Gato tenía gran dependencia de sus esposas. Primero de Michelle, que cuando falleció dejó al Gato en una profunda depresión. Hasta que apareció Laura, su viuda, que antes de ser su esposa fue su amiga. Ella le manejaba la carrera. Aunque solía quejarse de no hablar bien el inglés, lo cierto es que era el único idioma con que se comunicaba con Laura y con Christian, su único hijo, pues ninguno de los dos ha aprendido español. En los conciertos de sus últimos años, a falta de poder valerse de sus propios ojos, se le veía aparecer y retirarse del escenario del brazo de Christian.

 

Gato Barbieri, y «Last tango in Paris»:

 

 

 

El año pasado recibió uno de los más importantes premios: el Latin Grammy a la Excelencia Musical. En 1971 había ganado su primer Grammy por El último tango en parís, música para la película homónima de Bernardo Bertolucci, por la que también ganó la envidia de muchos, hasta del gran Astor Piazzolla. 

Millones de amantes del jazz seguían su música y la noticia fue acompañada de hermosos mensajes, pese que el jazz y la música compleja ya no están de moda. Yo me enteré bien temprano por un mensaje de mi amigo Iván Acosta, autor de El Súper, entre otras obras cubanoamericanas para cine y teatro. Iván tuvo la suerte de conocer al Gato y, por supuesto, en la amplia colección de discos de este fanático del jazz, no faltan los clásicos del Gato:

“Otro gigante del panteón, que rindió una brillante carrera en el jazz, el jazz afrocubano y en la música en general. Mi LP favorito del Gato, siempre ha sido Chapter Three: Viva Emiliano Zapata, con los majestuosos arreglos y dirección del también maestrazo Chico O’Farrill. Tuve la oportunidad de compartir con el Gato en varias ocasiones. El 28 de noviembre de 1990, durante la celebración de los cien años del Carnegie Hall, presentamos un súper concierto con 26 maestros bajo la dirección de Chico y en ese memorable evento le entregamos a Gato Barbieri el Latin Jazz USA Lifetime Achievement Award. En otra ocasión en casa de la viuda de Chico compartimos una cena tertulia en donde conversamos de música, de política, de filosofía, de vinos, de muchas cosas. Siempre quedamos en haber hecho algo juntos, pero yo nunca tuve el capital para producir el conciertazo del cual habíamos hablado toda una noche. Tremendo músico que fue E.P.D.”, me escribió el escritor y director cubano, con la tristeza de la pérdida en cada palabra.

 

Dos genios juntos: Gato Barbieri y Carlos Santana, tocando «Europa»:

 

 

 

Después de leer este mensaje no llamé a Iván. Me fui al estante de las películas y saqué Calle 54, de Fernando Trueba, que es una especie de monumento al Latin Jazz y busqué la parte donde el Gato toca. Nunca olvido su introducción: “Este es un tema que escribí como si fuera una película”.

Su vida también lo fue. Y quizás la vida de todos, algunas mejores, otras peores, también sean películas. Dos veces seguidas escuché al Gato. A la segunda llegó mi hija Aurora, la subí a mis piernas y me alegró muchísimo que se quedara muy tranquila, con apenas un año, escuchando la música del anciano con espejuelos negros. Tal vez sólo fuera esperanza, pero en ese momento pensé que efectivamente no es importante la posteridad para uno mismo. Mientras aquí estamos, debemos hacer lo que nos gusta y hacerlo lo mejor que podamos, como hizo el Gato. La posteridad es lo que le dejamos a los otros. De ellos depende tomarlo o dejarlo.

Botón volver arriba