Cultura y ArtesDemocracia y PolíticaLiteratura y Lengua

El vasto universo del cuento cubano

SEM-Portada1111“Pujante a finales del siglo XIX, la literatura cubana llegó huérfana al XX. Las prematuras muertes de José Martí, Julián del Casal y de algunos de sus más notables sucesores, así como la dramática situación política del país, frustraron el ímpetu de que había gozado pocos años antes”: con esta idea abre Jorge Fornet su prólogo a la antología Cuento cubano del siglo XX (FCE, 2002) y señala que el primer cuentista cubano moderno, Esteban Borrero Echeverría, escribió también el primer relato que da cuenta de las frustraciones de la nación caribeña ante la emergencia colonizadora de Estados Unidos en 1902, cuando proclamada la República de Cuba, el gobierno estadounidense le impuso la Enmienda Platt: el “derecho” a intervenir en la isla. Este cuento se titula “El ciervo encantado” (1905) y, según el mismo Fornet, inauguró “un estado de ánimo” en la narrativa de la isla: “resumió el sentimiento de impotencia de una generación que vio esfumarse el sueño independentista”.

Si bien “El ciervo encantado” al que persiguen los isleños de Borrero es una clara alegoría de Estados Unidos, la isla de Nauja, el lugar evocado “hace más de veinte mil años” en la narración, es también muy fácil de identificar con Cuba; el cuento cierra con una insólita fábula sobre el colonialismo:

 

Todavía hay quien dice que los habitantes autóctonos de aquella isla no pertenecían a nuestra especie, sino que eran, sencillamente, yahous, extraños seres antropoides de que habla en la narración de sus viajes Gulliver, y a quienes vio en el país, de los Houyhanhnms, sirviendo a éstos como esclavos: pero esa circunstancia, por ser tan vieja esta historia, no ha podido puntualizarse como alguno quisiera. Y, mejor es así, decimos nosotros: ¡siempre es consolador pensar que pudieron no haber sido hombres como nosotros los cubanos, por ejemplo, los cuasi fabulosos habitantes de Nauja, desatentados perseguidores del Ciervo Encantado!

 

La historia del cuento cubano del siglo XX, marcado por esta orfandad con la que emprendería su propia formación artística, así como su modernidad republicana y después revolucionaria, debe a Carlos Montenegro y a Lino Novás Calvo cierta renovación vanguardista. En su versión de esta historia del cuento en Cuba, Alberto Garrandés (“La cuentística cubana del siglo XX”, en Aires de luz. Cuentos cubanos del siglo XX, Editorial Letras Cubanas, 1998) sostiene que la arti-culación posterior entre vanguardias y tradición, así como la “evolución” misma del género, va a estar sostenida por “cuatro vigas”: “ 1) el realismo rural imaginativo (Enrique Labrador Ruiz, Onelio Jorge Cardoso, Lino Novás, Dora Alonso y ciertos relatos de Montenegro, 2) el realismo urbano (Antonio Ortega, Guillermo Cabrera Infante, Calvert Casey, Humberto Arenal), 3) el realismo metafísico (Ezequiel Vieta, Virgilio Piñera, Esther Díaz Llanillo, César López y ciertos cuentos largos de Labrador Ruiz, 4) el realismo mitopoético (Alejo Carpienter, José Lezama Lima y algunos cuentos de Novás Calvo).”

 

Sin duda, la mayor referencia política y cultural de la segunda mitad del siglo XX ha sido la Revolución cubana. Alberto Garrandés resume así la relación entre cuento y Revolución:

 

A fines del decenio de los sesenta empieza a publicarse una cuentística propia de los asuntos y conflictos traídos por la Revolución. Resulta curioso cómo, con el paso de los años, la noción de permanencia estética –de perdurabilidad artística, digamos– va siendo renovada, o más bien bruñida, en un proceso de contrastaciones naturales.

 

¿Qué sobrevive de la llamada “cuentística de la violencia” y de la que, según Garrandés, hay muy pocos textos “salvables”? Los libros canónicos de cuento de esta época son: Los años duros (1966), de Jesús Díaz; Condenados de Condado (1968), de Norberto Fuentes; Tiempo de cambio (1969), de Manuel Cofiño; Los pasos en la hierba (1970), de Eduardo Heras León; Días de guerra (1967), de Julio Travieso; Escambray de sombras (1969), de Arturo Chinea; Ud. sí puede tener un Buick (1969), de Sergio Chaple, y Los perseguidos (1970, de Enrique Cirules). Los temas que marcan este período del cuento cubano en la isla serán: Playa Girón, la lucha contra bandidos, la Campaña de Alfabetización, la vida cotidiana en la isla, todos los cuales “ponen a prueba” la perdurabilidad artística del cuento.

 

Al hablar del cuento cubano contemporáneo en 1993 (El submarino amarillo (Cuento cubano 1966-1991). Breve Antología, UNEAC /UNAM), Leonardo Padura entiende esta tradición narrativa de la isla con la metáfora del péndulo: “La cuentística cubana va de la cumbre al abismo con la persistencia del péndulo.” En la interpretación de Padura, el cuento cubano de los años ochenta del siglo xx se va “elevando” para alcanzar una cima artística similar a la de las décadas de los años cuarenta o los sesenta.

 

El gozo del ciempiés de Lezama

 

Uno de los olvidos patriarcales a la hora de compendiar el cuento cubano del siglo XX ha sido precisamente el de las mujeres. Muchos de los cuentos de escritoras cubanas han encontrado en el espacio de la intimidad o de cierta subjetividad poética y en la literatura fantástica, dos de sus estrategias más eficaces. En 2002, Marilyn Bobes publica una antología titulada Cuentistas cubanas de hoy (Océano) en la que, parafraseando a la ensayista también cubana Nara Araujo, afirma: “Si la épica se asocia al hombre es porque lo masculino ha quedado identificado con la conquista, la actividad pública, la fuerza, el poder. Si el intimismo se identifica con lo femenino es porque el espacio de lo privado ha sido el ambiente natural de la mujer.”

 

En su cuento “El abrevadero de los dinosaurios”, Daína Chaviano narra en un tono impersonal la reaparición de los dinosaurios, sobrevivientes a la guerra atómica, al hambre, al sida. Un “anciano algo excéntrico” es el nuevo descubridor de dinosaurios, en una narración que va de la génesis contemporánea de estos animales supuestamente prehistóricos, a su ubicación en tres zonas misteriosas; un relato con elementos de narración científica, histórica, que termina por transformarse en un cuento que oscila entre la ciencia ficción y la literatura fantástica. Otro par de cuentos llaman la atención por la fuerza fabuladora con la que experimentan expresiones que “van más allá de la lógica”: en “Crepúsculo”, Iris Dávila narra la contemplación estupefacta y epifánica que una mujer tiene de una columna “gallarda”, “hermosa”, crepuscular; Esther Díaz Llanillo escribe el cuento titulado “La tía”, un espejo aterrador de la vejez y de la encarnación de los años ajenos que se vuelven propios de la tía y su muerte duplicada en la narradora.

Jean Franco ha señalado que la imagen actual de la Revolución cubana va pasando de la vanguardia revolucionaria a una nostalgia por los ideales perdidos. Ángel Guerra registra que la relación de Estados Unidos con Cuba ha mutado de la táctica del bloqueo a la “táctica de la seducción” capitalista. Lo cierto es que Cuba vive un momento de acercamiento y apertura hacia Estados Unidos, pero también de transición económica y política de suma importancia para toda nuestra América y para las posibilidades de una tercera independencia de los países latinoamericanos ante la “suave” amenaza del “Ciervo encantado”. La deuda de una economía plenamente próspera e igualitaria, así como la utopía de una resistencia política y económica al capitalismo, también conviven en la imagen que se debate sobre una nación cubana heterogénea y que enfrenta, a su manera, la actual encrucijada latinoamericana.

La narrativa cubana contemporánea también es un enigma: ¿es posible que una segunda orfandad narrativa en Cuba esté esperando el movimiento pendular que produzca los primeros relatos sobre esta época de transición? La tradición literaria del siglo XX cubano es poderosa y sumamente diversa: va de los faros que guían los géneros literarios a la configuración de las herencias, tanto desde la misma isla como desde la disidencia. José Martí, Julián del Casal, Alejo Carpienter, Lezama Lima, Virgilio Piñera; así como Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy; sus escritoras más presentes y las más escondidas, el péndulo coral de géneros como el cuento, son la materia prima para fabular las modificaciones y el futuro de esa superstición llamada “canon de literatura nacional”.

En la misma antología propuesta por Jorge Fornet, compilada junto con Carlos Espinosa Domínguez, se encuentra un criterio editorial que puede transformarse en la metáfora de una posible literatura cubana del siglo XXI: “reunir a escritores de la isla y de la diáspora, lograr que sus voces se entrelazaran o chocaran y que los lectores pudieran percibir el diálogo o el desacuerdo entre ellos”. O quizás, de modo más enigmático, con palabras del mismo Lezama Lima: “El gozo del ciempiés es la encrucijada.”

 

Gustavo Ogarrio: *Ciudad de México. Narrador y ensayista, ha colaborado en La Gaceta del Fondo de Cultura Económica y en las revistas Archipiélago, Tierra Adentro, Crítica y Luvina, entre otras. Es maestro en Estudios Latinoamericanos (UNAM) y profesor de Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Compilador y coautor de La escritura invisible. Antología de narradores introvertidos (2006) y de Narrar el instante. Antología improbable: políticas y poéticas de la crónica (2009). Es autor de La mirada de los estropeados (fce, 2010), de Épicas menores (unam/scdf/eón, 2011) y de Breve historia de la transición y el olvido (unam, 2013).

Botón volver arriba