El verdadero legado de Chávez
En tiempos muy recientes los venezolanos hemos podido tener acceso a diversos análisis y diagnósticos sobre la tragedia venezolana presente, sus orígenes y causas, así como posibles acciones a tomar en materia sobre todo de políticas públicas de carácter económico.
Estamos absolutamente seguros –lo dicen las encuestas- de que una gran mayoría de los ciudadanos estaría de acuerdo en afirmar que el principal problema que tiene Venezuela, esta nación que como afirma una portada reciente de la revista TIME “está muriendo”, es la economía, su caída libre, la carestía, la inflación, las dificultades que acosan a los venezolanos a la hora de llevar comida al hogar.
Sin embargo es necesario acotar que el daño central que el llamado socialismo del siglo XXI ha infligido a la nación es producto de ideas y tesis que si bien se expresan con mayor visibilidad en el ámbito de las relaciones económicas, poseen un origen fundamentalmente ético.
Los problemas económicos son consecuencia, no causa, de las tribulaciones esenciales que atraviesa Venezuela, y no precisamente desde la llegada de Nicolás Maduro al poder, sino en los últimos 17 años. La causa principal, generadora de un tsunami de podredumbre, de odio, de desprecio a la inteligencia, de rechazo a toda norma moral, de paternalismo extremo y de destrucción institucional generalizada, está resumida en las ideas, el discurso, el ejemplo y la acción de ese personaje llamado Hugo Chávez. Veamos ejemplos.
El economista norteamericano Arthur Laffer afirma esta tremenda verdad: “si usted le paga a la gente para ser pobre, usted lo que conseguirá es más y más gente pobre.” O, como dice cierto proverbio chino muy difundido, “regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida».
Algunos dirigentes partidistas y sociales han aceptado el concepto misionero como “una excelente idea, pero que debe implementarse mejor.” Nada que ver. El concepto de misión propuesto por el chavismo ha sido un auténtico error, que debería haber sido denunciado, desde su primera hora, por los demócratas. El triunfo de las misiones es el triunfo de la destrucción de toda noción de ciudadanía.
En una verdadera democracia, una misión social se justifica, entre otras razones, por su carácter temporal. Debe responder a una coyuntura específica (por ejemplo, el desastre del estado Vargas) y no ser un instrumento de sumisión de la voluntad ciudadana por parte de un gobierno que quiere convertirnos a todos en súbditos de la tiranía.
Chávez nunca negó el origen electoral de las misiones. Las tres grandes victorias de Hugo Chávez luego del 11 de abril (2004, 2006 y 2012) tienen como uno de sus ejes el poder manipulador de las misiones, comenzando con Barrio Adentro. Poco a poco, ese fue su designio. El proyecto de Estado Comunal sería más bien un Estado Misional: hacer de todos los venezolanos dependientes del Estado, como en Cuba, de un Estado asfixiantemente centralista y autocrático.
Algunas de las más recientes medidas económicas de Maduro –como los “Comités Locales de Abastecimiento y Producción” (CLAP), o el “préstamo obligatorio de trabajadores” entre las empresas- apuntan precisamente en esa dirección.
Ello nos lleva a recordar lo siguiente: hace décadas comenzó urbi et orbi la costumbre de hablar del régimen castrista destacando siempre -como una excepción a los horrores del régimen- los supuestos logros en “educación y deporte”, toda una falacia que los mismos demócratas hemos alimentado. ¿Cómo se alaba la construcción totalitaria de individuos formados en los valores del comunismo como un hecho educativo valioso, por muy masificado e inclusivo que fuera el proceso? Y en materia deportiva, es obvio que los supuestos atletas amateur del castrismo han sido por décadas robots al servicio de la publicidad gubernamental. Si no pueden emigrar, todavía hoy hay deportistas que se escapan durante las competencias internacionales. En 2015, y solo en béisbol, 102 jugadores se fueron de Cuba (73 de ellos menores de 25 años).
Los demócratas venezolanos nos hemos equivocado de igual manera: al alabar las misiones estamos fortaleciendo la columna vertebral no sólo de los triunfos de Hugo Chávez, vía la “corrupción electoral”, sino del modelo central de estado totalitario que aspiraba alcanzar. Aceptar el concepto de misión es una total negación de lo público como medio para la formación de ciudadanos (central en el pensamiento de Jacques Maritain), de seres independientes y autónomamente pensantes. Afirmar que “Chávez trajo los pobres a la luz pública”, otra frase muy repetida, es una ingenuidad pavorosa. A Chávez nunca le han importado los pobres. ¿Acaso no son los más afectados por los años y años de violencia social que padecemos, o por las sucesivas inflaciones, o por la destrucción del tejido empresarial, o por la ola de violencia que azota a toda la nación?
Las políticas públicas de carácter social en democracia se caracterizan por la mejora no sólo cuantitativa, sino cualitativa, de la vida humana; por hacer de los individuos personas críticas, con control creciente y responsable de su vida, ciudadanos, en suma. Y esas políticas sociales funcionan mejor, bajo el principio de la subsidiariedad, en ambientes descentralizadores con valores derivados del reconocimiento de los derechos humanos, no bajo una burocracia centralista, manirrota y populista.
Con Hugo Chávez, su modelo y sus herederos en el poder, inspirados en el castrismo, se sembró por toda Venezuela la semilla de la división racial, social, política; de destrucción de toda voz disidente, de liquidación de toda forma de pluralismo.
Con Hugo Chávez hizo su aparición esa forma de apartheid que es la lista Tascón, y más recientemente bajo el desgobierno de Nicolás Maduro, la lista que, en manos de Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello, sirve para perseguir a todo empleado público que haya firmado la petición de revocatorio.
Con Hugo Chávez y la por desgracia famosa boliburguesía se aplicaron como normales, en materia de negocios, prácticas de corrupción, de trampa, de engaño. Y eso no solo sucede con algunos oficiales del ejército venezolano o con esta casta de neo-millonarios civiles; por desgracia ha permeado de diversas maneras e intensidades a buena parte de la sociedad.
Con Hugo Chávez se hizo norma la persecución de la verdad, de todos los actores e instituciones promotores de la educación autónoma. A duras penas sobrevive la educación privada, y la educación universitaria está en terapia intensiva.
Con el régimen iniciado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro se ha producido una pérdida de recursos humanos que cualquier país solo sufriría si una peste negra se abatiese sobre su juventud profesional. Sólo ver las cifras de los colegios médicos es causa de asombro, de tristeza y de preocupación hacia el futuro.
La denuncia de la destrucción moral, de la pérdida de meritocracia, del abandono de todo incentivo ético, no puede quedarse en los excelentes documentos de la Conferencia Episcopal.
Por ello, nos preocupa la abundancia de análisis exclusivamente económicos, financieros y petroleros sobre lo que se debe hacer para rescatar el país, porque la mayoría tiene en común el reducir la tragedia nacional al hecho económico.
Tampoco son aceptables los análisis que centran buena parte de la crítica en la república civil, como si, a pesar de todos sus errores, fueran ética y moralmente comparables los 40 años de mayores avances de la historia patria, durante los cuales se construyó por primera vez una real institucionalidad democrática, con este pozo negro de odio, de división y de corrupción que ha sido el régimen chavista.
En palabras de Monseñor Diego Padrón, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, “el pueblo está consciente de que Venezuela atraviesa una crisis global de enormes proporciones, cuyos niveles sobrepasan cualquier crisis anterior y que toca profundamente todas las dimensiones de la vida del país. Cada día el venezolano siente más la crisis en carne propia, una crisis de carácter ético-político y económico-social.”
El peor daño que se le ha infligido a Venezuela, al igual que en Cuba, es un horroroso daño antropológico. Y si queremos en verdad construir un país mejor para las generaciones futuras, habrá que actuar con base en esa premisa. No es solamente la recuperación material –sin duda alguna necesaria- la que debe buscarse.
En conclusión: No hay agenda futura de gobierno democrático que no deba partir del daño, especialmente el mal antropológico, causado por tanto tiempo de desidia, de abandono de ideas sensatas, de destrucción institucional, de descalificación del Otro, y de la degradación de la moral y de las éticas tanto públicas como privadas.