El verdadero misterio de la fe
«Hay gente con unos ideales capaces de resistir no ya la derrota sino el ridículo, que es un sentimiento mucho más terrible»

Pablo Iglesias, en la presentación de su nuevo libro, en la taberna Garibaldi
No puedo dejar de pensar en las más de mil personas –1160, en la mañana de este martes– que ya han puesto dinero en el nuevo ‘crowdfunding’ de Pablo Iglesias, líder indiscutible del recaudacionismo voluntario, un movimiento que hunde sus raíces en los anuncios de la Lotería de Navidad y que ahora tiene como objetivo mudar la taberna de un exvicepresidente del Gobierno a un local más grande: los caminos del antifascismo nunca dejan de sorprenderme. He intentado imaginar sus vidas, sus tardes de domingo, sus discusiones de pareja, su juventud cada día más lejana, como un fantasma al que ya nos cuesta adivinarle el rostro. Me los imagino diciendo que su plato estrella es la ensaladilla soviética, tan socorrida, y que con un Durruti Dry Martini la vida se ve mejor, más clara, y que los años pesan menos aunque las canas no desaparezcan (tampoco se quitan el pendiente). Me los imagino nostálgicos del 15-M («¿te acuerdas de cuando se nos voló la tienda de campaña?»), hartos de la gentrificación, comprometidos con su barrio cada vez que salen a por el vermú al bar de la esquina y lamentan la falta de pensamiento crítico en esta sociedad tan adocenada, tan asquerosamente liberal («otros dos, por favor, y más aceitunas»). Me los imagino razonando: «¿Si lo personal es político, qué no será lo gastronómico? Ayuso ganó las elecciones con las cañas y las terrazas, nosotros recuperaremos el poder con la tosta Garibaldi». Y así.
El chiste ya corre detrás de la realidad, por eso es imposible parodiar el vídeo promocional del ‘crowdfunding’ de Iglesias: «Hace solo un año abrimos la Garibaldi. Éramos tres soñadores: un poeta, un cantautor y un profesor de políticas. No queríamos ganar dinero, pero sí ganar un espacio antifascista de libertad…»
Yo sospecho que hay gente que entra a la Garibaldi igual que los japoneses entran a Las Ventas, y no sé si saldrán con la misma cara. Pero también hay fieles, y son ellos los interesantes: esas gentes con unos ideales capaces de resistir no ya la derrota sino el ridículo, que es un sentimiento mucho más terrible, mucho más destructor. Es fácil sobrevivir al fracaso, no tanto a la risa.
Javier Cercas ha escrito un libro de quinientas páginas (‘El loco de Dios en el fin de mundo’) para aceptar la creencia del Papa Francisco en la resurrección de la carne y en la vida eterna: no me parece tan escandaloso. Tiene sentido que un ser humano deposite su fe en un Dios omnipotente y omnipresente, lo que transgrede las leyes de la lógica es depositarla en un hombre con guitarra. O dicho de otro modo: el gran misterio de este siglo es que, después de todo, alguien quiera votar a Irene Montero. Al lado de eso el misterio de la Santísima Trinidad es una ecuación de primer grado.