Política

El verificador que lo verifique

Robert Solow decía que no hay que discutir de cargas de caballería en Austerlitz con alguien que se cree Napoléon.

Un prófugo de la justicia que se presenta como líder legítimo de un país inexistente ha logrado engañar a miembros de un gobierno democrático para que firmen un acuerdo delirante que anima a la colaboración con quienes se reclaman herederos de una historia ficticia a fin de perpetrar una estafa gigantesca. No me refiero al pacto entre el PSOE y Junts sino al episodio que se ha producido estos días entre el ministro de Agricultura de Paraguay y los Estados Unidos de Kailasa, el Estado inexistente promocionado por el gurú indio Nithyananda, que vive en la clandestinidad tras ser acusado de violación y secuestro. Hay muchas diferencias: el ministro paraguayo tuvo que dimitir de su cargo por firmar el acuerdo, mientras que en España el acuerdo sirve para alcanzar el cargo. No era el primer timo de Nithyananda, que también ha declarado que puede retrasar el amanecer cuarenta minutos, lograr que el ganado hable sánscrito y tamil, y refutar la fórmula de la equivalencia de la masa y la energía. Hace unos meses el ayuntamiento de Newark, Nueva Jersey, admitió haberse hermanado con una ciudad inventada de Kailasa, en una pirueta que habría gustado al ciudadano más ilustre de Newark, Philip Roth. Y al parecer representantes del Estado ficcional participaron en reuniones de la ONU en el sitio más adecuado para ello: Ginebra. Newark y Paraguay reconocieron su despiste; no es el caso de España, que a fin de cuentas es el país de don Quijote, cuyas facultades de percepción tienen problemas severos, y de la novela picaresca, cuyos protagonistas tratan de sobrevivir con astucia en un panorama de degradación institucional. Un ejemplo de la vigencia de ambas tradiciones son las enternecedoras críticas a la opacidad de la reunión del PSOE y Junts en Ginebra: como si el escándalo fuera desconocer la identidad del verificador y no el verificador en sí, además de las razones por las que se realiza la operación, el motivo por el que se hace o la gente a la que se abandona. Centrarse en la opacidad del verificador era aceptar al verificador: ¿o es que a medida que van saliendo nombres, como el del salvadoreño Francisco Galindo, nos quedamos más tranquilos? La falta de transparencia de un mecanismo grotesco cuyo propósito básico es escenificar la sumisión de un gobierno democrático a un prófugo de la derecha supremacista que se considera única representante de una Cataluña eterna es una falta a lo De Quincey: empiezas asesinando y acabas perdiendo la buena educación. La recomendación más pertinente es la de Robert Solow: no hay que discutir de cargas de caballería en Austerlitz con alguien que se cree Napoléon. Cuando lo haces, aceptas que el loco es Napoleón.

Publicado originalmente en El Periódico de Aragón

 

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