El viaje de Podemos
Llegaron para acabar con el PSOE y estuvieron a punto. Pero doce años después usan sus votos para apuntalar la investidura
Podemos ha concluido su viaje de la marginalidad a la marginalidad, pasando por Moncloa, que es, posiblemente, el estadio más extremo de marginalidad en el que han estado nunca. Es un arco narrativo interesante porque, por el camino, lo han sido todo: un movimiento estudiantil, intelectual, comunista, post comunista, en un momento casi fascista, gramsciano, feminista, bolivariano, ecologista, socialdemócrata y hasta un rollito ‘new-age’, de esos con música de Enya y compresas reutilizables. Y todo para terminar en lo de siempre, es decir, con un palestino atado al cuello y tirando piedras a la embajada de Israel con un porrete en una mano y el puño en alto en la otra.
Pues para este viaje no hacían falta alforjas. Si se trataba de acabar haciendo meditación, abrazando árboles, bebiendo té matcha, alineando los ‘chakras’ y deconstruyendo masculinidades, no hacía falta ni revolución ni épica de Reina Sofía. Si el objetivo era formar un grupete de señoras de mediana edad que, después de yoga, relean a Isabel Allende y vayan al taller de nuevos feminismos, ya me contarán a qué venía lo de tomar el cielo por asalto. Me gustaba más cuando, por lo menos, acojonaban. Cuando eran un partido calimochero, de esos recién salidos de un bar donde se lee ‘El Jueves’, se escucha rock radical vasco y en cuyo baño hay pegatinas por la libertad de los saharauis, contra el cierre de Garoña y una pintada vetusta donde pone: ‘Mili KK’. Yo prefería ese Podemos al ‘Sumar’ de los ‘teletubbies’.
Llegaron para acabar con el Partido Socialista y, durante un momento, estuvieron a punto. Pero doce años después usan sus votos para apuntalar una investidura del PSOE que incluye acabar con Podemos, en una jugada ininteligible. «Podemos vota sacar a Podemos del gobierno», podríamos decir. Y no solo eso porque deja, de paso, a sus dos mayores enemigos en la presidencia y la vicepresidencia respectivamente. Cuesta entenderlo. Porque hay que recordar que es la audacia de Pablo Iglesias la que lleva a Pedro Sánchez a Moncloa articulando una moción de censura en la que solo creía él. Fue Iglesias quien creó Frankenstein, no Sánchez ni Zapatero. Y fue también él quien apuntaló cuatro años de gobierno de Sánchez. Y quien vio la oportunidad de crear este frente popular anti español, anti 78 y antiliberal que se ha llevado por delante hasta los cimientos de una derecha que, para combatirlo, replica sus objetivos y métodos.
Sánchez está viviendo el sueño de Iglesias mientras Iglesias asume solo el coste. Lo que sufrimos hoy es su obra. El escenario político de España es, punto por punto, una creación de Pablo Iglesias. Pero no olviden que el viaje no ha terminado: el plan llegará a su fin cuando el Estado autonómico dé paso a uno federal y la monarquía a una república. A eso vamos. No sé que tendrá Iglesias en la cabeza, pero yo no lo daría por muerto. En el camino, visto lo visto en Ferraz, se encontrará con aliados insospechados. Hasta sus enemigos están exactamente donde Pablo los necesita.