Elecciones 2018: ¿Qué se hicieron los partidos?
Algunas bancadas han decidido apoyar a candidatos de otros partidos al no tener una aspiración oficial.
Iván Duque sería el primer presidente “partidista” desde Andrés Pastrana. En el otro extremo, Gustavo Petro no ha logrado ni ha buscado seriamente el apoyo de ningún partido de cobertura nacional. Esta falta de apoyo partidista parece beneficiarlo.
Desde 1998, ningún partido político ha logrado elegir por sí solo al presidente de la República. En 2002 y 2006, Álvaro Uribe fue elegido por un movimiento ciudadano. En 2010, cuando el Partido de la U postuló a Juan Manuel Santos, el papel del partido fue marginal. La U era y sigue siendo indisciplinada y no contribuyó mucho a la victoria de Santos. El uribismo (que para entonces se repartía entre distintos partidos) fue la corriente que, efectivamente, llevó a Santos al poder. En 2014, Santos fue reelegido por una coalición y no por un solo partido. Sin embargo, las encuestas sugieren que los partidos volverán a ser protagonistas: Iván Duque, el más probable ganador, sería el primer presidente “partidista” desde Andrés Pastrana.
La no-decisión del partido Conservador
Hoy, todos los partidos apoyan oficialmente a un candidato, salvo dos: Opción Ciudadana y el partido Conservador (PC). Aunque el PC salió derrotado en las pasadas elecciones legislativas y perdió curules en relación con 2014, sigue siendo una fuerza importante, que atrajo un 12 % de los votos. Por cercanía ideológica y por la presencia de Marta Lucía Ramírez, muchos conservadores se inclinan por Duque. Pero otros miran hacia Germán Vargas, ya sea porque se sienten lejos del uribismo o porque no le perdonan a Ramírez sus duros ataques a los azules.
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La mayoría de los dirigentes conservadores se sienten cómodos con la decisión que tomó el partido de dejar en libertad a sus militantes. En 2014 las directivas habían adoptado la misma decisión, cuando no lograron decidir entre seguir con Santos o pasarse al uribismo. Para la dirigencia conservadora, esta no-decisión es la posición más adecuada, porque evita conflictos internos y permite negociar con el que gane las presidenciales a cambio de puestos y prebendas. Pero en el mediano plazo esa estrategia desdibuja los rasgos y la existencia misma del partido.
Según Giovanni Sartori, un partido es “cualquier grupo político identificado por una etiqueta oficial que se presenta a las elecciones y puede hacer elegir unos candidatos a cargos públicos”. Partiendo de esta definición, se supone que un partido debe tomar una posición en las elecciones. “Dejar en libertad” a los votantes en la elección más importante del sistema político suena a capitulación incondicional.
Petro: el candidato de los sin partido
En el otro extremo, Gustavo Petro tiene el aval de un movimiento por firmas y de un partido étnico (el MAIS), pero no ha logrado ni ha buscado seriamente el apoyo de ningún partido de cobertura nacional.
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Lejos de ser un obstáculo, esta falta de apoyo partidista parece beneficiar a Petro, porque refuerza su posicionamiento antiélite y antisistema, en un contexto marcado por la desconfianza en los políticos. Según la última encuesta de Invamer, casi la mitad de la gente que no se identifica con un partido tiene la intención de votar por Petro.
Los electores no siguen a sus partidos
En general, los partidos no logran esconder su incapacidad para que los dirigentes regionales y los electores respeten sus decisiones. Solo en dos partidos más del 50 por ciento de los militantes se inclinan por un mismo candidato: el Centro Democrático, donde el 87,7 % se inclina por Duque, y la Alianza Verde, donde el 54 % –apenas– se inclina por Fajardo.
En los demás partidos, los electores se dividen y, en todos los casos, la mayoría se inclina por un candidato distinto del que el partido apoya oficialmente: los militantes de Cambio Radical apoyan más a Duque (34,6 %) que a Vargas (31,75 %); los militantes del Polo se inclinan más por Petro (46,5 %), e incluso por Duque (28,4 %), que por Fajardo (22,5 %); los militantes de la U, casi en mayoría absoluta, van por Petro, y solo un 14 % va por Vargas; los militantes liberales se irían en un 37,1 % con Petro y solo en un 13,4 % con De la Calle. Los resultados de la encuesta tienen que tomarse con cautela, no solo porque la muestra sea pequeña, sino porque gran parte de los encuestados no se identifican con un partido político.
Legislativas y presidenciales: dos elecciones distintas
La correspondencia entre votos para el Congreso y votos para la Presidencia suele ser muy débil, pues la lógica del voto es muy distinta. En la elección presidencial cuenta mucho la personalidad de los candidatos. En la legislativa, este factor se diluye entre todos los candidatos que compiten. En la presidencial pesan los grandes debates nacionales; en las parlamentarias hay cabida para problemas regionales. La famosa “maquinaria” tiene mucho menos importancia para la presidencial, porque los recursos son menores y difíciles de manejar de forma centralizada. Por lo tanto, en las presidenciales el papel de los partidos es menos decisivo.
Polarización derecha-izquierda: ¿una nueva política?
Pero esta separación que se ha impuesto en la práctica no es tan obvia en el contexto de polarización entre izquierda y derecha. Con las consultas, las elecciones presidenciales se acercaron a la lógica de las legislativas. Esto ha tenido el efecto de favorecer a los partidos capaces de identificarse claramente en el espectro derecha-izquierda y de castigar a los partidos despolitizados, incapaces de hacerlo.
Este ciclo electoral podría traer un relevo generacional entre los partidos. Si la polarización derecha-izquierda se mantiene como eje principal de los debates políticos con el próximo gobierno (y es una posibilidad probable en caso de victoria de Duque o de Petro), entraríamos en un contexto que ofrece incentivos para la reorganización del sistema de partidos en Colombia.
Este panorama sería prometedor para el Centro Democrático y ofrecería fuertes incentivos para unificar las fuerzas de izquierda. Las organizaciones que no sepan leer adecuadamente este nuevo contexto corren el riesgo de condenarse a la irrelevancia.
*Profesor de la Universidad del Rosario y analista de Razón Pública.
Este texto es publicado gracias a una alianza entre El Espectador y el portal Razón Pública. Lea el texto original aquí.