Elecciones EEUU: Algunos puntos a destacar
Comencemos con lo más obvio: estas elecciones –las número 59- no se parecerán a ningunas otras en la historia.
Un primer dato a mencionar: Tradicionalmente, la mayoría del pueblo norteamericano desconfía de Wall Street pero admira el capitalismo; pide que el Estado sea un agente activo del bien común, pero que no exagere a la hora de actuar. El Estado es algo así como un excelente actor secundario, que puede incluso robarse alguna escena, pero nunca será el protagonista de la película. Pero, ante los efectos de la pandemia, vemos cómo el Estado ha asumido en muchos países una creciente presencia en la economía, y los EEUU no han sido la excepción.
Un hecho que genera la mayor incertidumbre es la continuada presencia y efectos generales del desastre del virus chino. En la economía, en la psicología individual y nacional, en el acto electoral en sí. Lo cierto y lamentable es que el estado de crispación presente en el actual escenario político gringo –responsabilidad del espíritu incendiario, entre otros, de los liderazgos y de opinadores radicales en las redes sociales- ha impedido que se pongan de acuerdo en líneas maestras básicas sobre cómo combatir el virus. Hasta el uso de la mascarilla ha originado un debate incesante. Y el fracaso como sociedad en el combate por la salud se hace notar más ante los éxitos de otros países.
Volviendo a las elecciones: Un dato original y distintivo que siempre hay que mencionar: no gana quien saca más votos “populares” –en la mayoría del resto de países, los votos, punto-. Estados Unidos no es una democracia “rousseauniana” gobernada por una mayoría simple de votos. Es presidente quien gana el Colegio Electoral, para lo que se necesitan 270 de un total de 538 votos, que son distribuidos entre los 50 estados y el Distrito de Columbia (Washington, la capital). El número de votos por estado depende de su población –California es la joya de la corona, con 55 votos que ya, amigo lector, podemos dárselos al candidato del partido Demócrata, al igual que los votos de Nueva York (25). En cambio, buena parte de los estados sureños son Republicanos sin importar quién sea el candidato. Un hecho curioso: el sur fue rabiosamente Demócrata hasta que Lyndon Johnson, en 1964 y 1965, logró que se aprobaran leyes de derechos civiles que beneficiaban a los afroamericanos, lo que hizo que los estados sureños emigraran en masa al partido rival.
Otro dato interesante: Es la primera vez desde 1816 que Estados Unidos tiene tres presidentes consecutivos que han gobernado dos periodos (Clinton, Bush hijo, y Barack Obama). Si Donald Trump repite, serán cuatro presidentes consecutivos.
Otro tema que parece necesario destacar: en 53 de las 58 elecciones previas, el ganador del voto popular ha sido asimismo el ganador del Colegio Electoral. Dentro de las excepciones, Trump perdió el voto popular con Hillary Clinton, y nadie, absolutamente nadie, piensa que Trump logrará mayoría de votos populares en noviembre. Si votan todos los que deseen hacerlo, claro; con la pandemia todo es posible…
En realidad, desde la caída del Muro de Berlín el partido Republicano ha perdido el voto popular en seis de las siete elecciones celebradas (la excepción: Bush hijo en el 2004).
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La campaña republicana se centra fundamentalmente en lograr los famosos 270 votos al Colegio Electoral. Ello implica tanto la logística, la estrategia mediática, las prioridades en la asignación de recursos. Y entran en escena, con fanfarrias de todo tipo, los llamados swing states, los estados cuyo resultado no es automáticamente seguro. Hacia ellos es que se dirigen los cobres. Por ello, el 3 de noviembre, día de la elección, no habrá que seguir los resultados de todos los estados, solo de diez (algunos dicen que trece, otros que once, otros incluso menos). En nuestra opinión estos son los “swing states” de este año.
Por orden alfabético: Florida, Iowa, Michigan, Minnesota, Nevada, North Carolina, Ohio, Pennsylvania, Virginia y Wisconsin.
Gracias a varios de ellos (que Obama ganó, pero que Clinton no pudo retener), Donald Trump es hoy presidente, y la señora Clinton una pésima excandidata que creyó equivocadamente que tenía la mayoría de esos estados en el bolsillo. En la noche electoral, ella se quedó como Napoleón Bonaparte en el campo de Waterloo, la tarde del 18 de junio de 1815: pasaban las horas, todos los ataques franceses eran infructuosos, y entonces una gran nube de polvo en la distancia, por su flanco derecho, anunciaba la llegada de nuevas tropas a la batalla. El Emperador francés pensaba que era su mariscal Grouchy, cuando en realidad fueron tropas prusianas que llegaban a reforzar a los victoriosos batallones británicos y hannoverianos bajo el comando del Duque de Wellington. El resto fue historia. Lo mismo le pasó a la Clinton con los swing states.
En las elecciones de 2016 Hillary Clinton ganó el voto popular por casi 3 millones de votos, pero perdió en el colegio electoral por 77 (Trump 304 y Clinton 227). Trump consiguió imponerse por el 0.25% -un cuarto de punto- en algunos estados clave, y eso le bastó para obtener una victoria decisiva.
Otro dato curioso: decíamos que en cinco oportunidades ha perdido el candidato con mayoría de votos populares: 1824, 1876, 1888, 2000 y 2016. En todos los casos el derrotado ha sido el candidato del Partido Demócrata.
¿Hay diferencias ideológicas –permítaseme el uso de esa palabra tan fuera de moda- entre ambos grupos? Más que nunca. No hay prácticamente puntos de contacto entre los liderazgos; ¡qué tiempos aquellos cuando Tip O’Neill, el Speaker Demócrata de la Cámara de Representantes, era amigo personal del presidente republicano, Ronald Reagan!. Predomina, en ambos grupos, un pragmatismo confuso. No se tiene claro qué cambios promover y cuáles tradiciones y valores deben defenderse. Le convendría al liderazgo GOP prestarle más atención a Edmund Burke que a Fox News, y a la izquierda Demócrata dejar de hablar pendejadas sobre las tiranías cubana y venezolana.
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Finalmente, al día de hoy (comienzos de septiembre) ¿cuáles son los temas más relevantes?
-Las dos convenciones ya se realizaron. La Demócrata tuvo tres características fundamentales: 1) Fue la más Republicana de la historia; la cantidad de dirigentes y funcionarios de gobiernos republicanos previos a 2016 presentes fue impresionante. 2) Gracias a ello, la “tienda” Demócrata se vio mucho más amplia que la Republicana, porque 3) buscan consolidar y ampliar la coalición con la que ganó Obama dos veces (jóvenes, mujeres, afroamericanos, latinos, votantes de los suburbios, asiáticos) incluyendo ahora la tercera edad y a los Republicanos moderados, cuyo liderazgo, repetimos, se hizo presente en la convención del partido rival. El mensaje Demócrata se centró en la defensa del “patriotismo constitucional”; el Republicano en mostrar una visión alarmantemente distópica y pesimista de la sociedad (“Apocalypse Now”), la cual solo ellos pueden arreglar. Como afirmó un tuitero: los Republicanos quieren que se reelija a Trump para arreglar los problemas causados por el trumpismo.
En política exterior -tema por cierto muy debatido por las minorías latinas, como la cubana y la venezolana- el mensaje de profundizar «America First» es que así como hay enemigos internos, los hay también externos, en una incomprensible mezcla de antiguos amigos (como algunas democracias europeas) o las organizaciones multilaterales, con rivales obvios, como China o Irán. Mientras, la relación con la tiranía rusa sigue siendo un enigma, más ahora que Facebook acaba de denunciar el retorno de hackers rusos trabajando en contra de la candidatura de Biden.
En esencia, en su discurso en la convención Republicana de 2016, Donald Trump dijo: “Hay problemas que solo yo puedo resolver”. En el mismo escenario, cuatro años después, señala: “hay graves problemas, pero no son mi responsabilidad” (y no solamente sobre el COVID-19 y las terribles consecuencias económicas). Sus palabras en la convención sobre el virus chino pertenecen al mundo de la fantasía. Lo único que le faltó decir es que todos los norteamericanos ya han sido vacunados y que la tasa de mortalidad se redujo a cero. Mientras, todavía el país espera por una auténtica estrategia nacional contra la pandemia.
Trump hizo la oferta de “unidad nacional”…¡contra aquellos que no comparten su visión de la unidad! La solución a un país dividido es dividirlo aún más.
-Los Republicanos al parecer no quieren hacer crecer (demasiado) su tienda. El trumpismo se nutre del voto duro fiel al candidato, especialmente en zonas rurales, en el votante blanco evangélico, en los adultos sin estudios universitarios. Los Republicanos están dándole preponderancia a un clivaje que les ayudó a lograr la victoria hace cuatro años: el votante urbano (Demócrata) vs. el suburbano y el rural (Republicanos). En el tema de la violencia reciente, es el adecuado para ellos. En su mensaje, si sus rivales vencen, toda ciudad norteamericana se transformará en otra Portland, Oregon, y tendrán libertad de acción todo tipo de anarquistas y criminales.
Un hecho central en su estrategia: el rescate del voto suburbano que votó por Trump en 2016, y que luego contribuyó a la victoria Demócrata en 2018.
Acarician asimismo el voto latino en zonas específicas, como Florida, y superar con claridad a Biden en el voto independiente. Es asimismo significativo que un moderado Republicano tenga más en común con un moderado Demócrata que con un radical trumpista. Y eso lo están mostrando las encuestas.
La encuestadora Gallup reportó recientemente que la identificación con el partido Republicano habría caído: “lo que había sido hasta hace poco una ventaja Republicana de dos puntos, se ha transformado hoy en una ventaja Demócrata de once puntos, con dicho cambio reflejando más una pérdida Republicana tanto en identificación como en simpatía hacia ese partido (un total de ocho puntos), que una ganancia en identificación y simpatía con los Demócratas (subida de cinco puntos)”.
–El grado de dificultad a la hora de emitir el voto. Obviamente, las trabas y problemas normalmente afectan más a las minorías –por ejemplo, los afroamericanos-. ¿Se mantendrá la pandemia al punto de que se limite en mucho el voto presencial, in situ? ¿Se retrasará el conteo de votos por correo, que amenazan con romper récords previos? ¿Volverá la injerencia extranjera, por ejemplo rusa o china? Trump, al igual que en 2016, ha afirmado que no está seguro de que reconocería un resultado que no le fuera favorable. Más leña al fuego de la incertidumbre.
-El aumento del voto temprano (o por correo) es una tendencia al alza desde hace años, y 43 estados lo permiten. Ya en 2016 y 2018, aproximadamente el 40% de los votantes lo hizo. Se ha doblado en quince años (en 2005 lo hacían el 20% de votantes), y con una enorme tasa de éxito en estados como Oregón, Colorado o California, donde el 60% de sus votos son ya adelantados. Y ello hace que el número efectivo y real de días de campaña sea menor.
-Sobre el siempre vigente tema de las encuestas: hay que recordar que a meses de la elección se hacen con base en votantes registrados; a medida que se aproxima el día de votación, los encuestadores cambian su foco hacia votantes –registrados o no- que afirman su deseo de concurrir a votar.
-Donald Trump, el gran polarizador: en los Republicanos se observa con claridad que la razón fundamental para votar es DT; en los Demócratas, más que por simpatías a Biden, es para sacar a Trump. Hay algo claro: a medida que aumente la abstención, mejores serán las perspectivas para Trump.
-Los debates, ay, los debates: ¿cómo serán? ¿Vía Zoom?
-¿Impondrá Trump su mensaje de ser el candidato de “law and order? (ley y orden). En 2016 hizo una campaña donde se pintaba una visión muy pesimista de la situación nacional, y le dio buen resultado en los sitios donde necesitaba ganar. Pero ahora no es el candidato opositor, sino el presidente en ejercicio. Aunque por lo visto, DT actúa y discursea como si él estuviera en la oposición. ¿Se saldrá de nuevo con la suya? No es a sus votantes acérrimos a quienes Trump debe convencer, sino a quienes no lo son pero optaron por votarle en 2016. Y son muchos. Se enfrentan dos visiones sobre las amenazas actuales al país; tendrá un gran chance de ganar quien venda mejor su idea de cuáles son las principales amenazas y cómo enfrentarlas. ¿La guerra cultural que afirma Trump es lo fundamental, con una aparentemente incesante violencia en las ciudades, o la defensa de valores como “Black Lives Matter”, defendida por sectores Demócratas? Trump afirma que Biden no es capaz, no tiene la fortaleza, para superar esta creciente violencia; el Demócrata afirma que cuatro años más de trumpismo significaría una mayor destrucción del tejido institucional y de los valores fundacionales de la nación norteamericana.
Para Trump, la violencia se detiene con el uso de la fuerza; para Biden, en una sociedad civilizada la ley y el orden no se establecen a punta de pistola, sino –en palabras del intelectual conservador (y anti-trumpista) David Brooks- mediante el rescate y promoción de valores como la decencia, para que la gente pueda volver a comportarse como seres humanos estables y honorables.
-Una incógnita importante: ¿Cuán dividido está el partido Demócrata? Porque de que lo está, lo está. ¿Qué hará Biden para lograr que el ala izquierda no se quede en su casa y vote por él, y que no se pierdan votos? ¿bastará con el rechazo instintivo hacia Trump?
-En la misma onda: ¿Aportará a la campaña la candidata a Vicepresidente? Esto reviste importancia adicional porque Biden, por su edad, ha dicho que solo será presidente por cuatro años. Kamala Harris es expresión viva del multiculturalismo gringo: hija de jamaiquino con india (de la India), ambos cultos, y casada con judío. Así como Mike Pence representa el partido Republicano de hoy (la parte de los originalmente no trumpistas, en especial conservadores religiosos y sociales, que apoyan en estos momentos a Trump), Kamala Harris representa a su partido. ¿Harris vs. Pence en 2024? Ambos, Biden y Harris, son del ala centrista Demócrata, o sea conservadores en lo económico y liberales en lo social. Nada que ver con la izquierda chavista, como quiere hacerlos ver la campaña Republicana; en todo caso, se parecen más a algunos socialdemócratas del norte de Europa. En Estados Unidos –un hecho histórico- nunca ha calado la religión marxista-leninista.
-Otro hecho que los Republicanos deben asumir: no importa lo que hagan, Biden jamás será tan impopular como Hillary Clinton. Las encuestas en 2016 daban el curioso resultado de que ambos candidatos generaban sensaciones negativas en las mayorías. Pero no olviden: Biden no es Clinton. Y al atacarlo por el tema de la edad lo que están logrando es la identificación con Biden de muchos votantes de la tercera edad; hay que recordar que Trump ganó en varios swing states gracias a ellos. Además, Biden es solo tres años mayor que Trump.
Hoy en día, la valoración positiva de Trump es alrededor del 40%, la peor desde que es presidente. Y por allí rondaba la que tenía Jimmy Carter en 1980, justo antes de perder las elecciones contra Ronald Reagan y no ser reelegido. Asimismo, Carter atacaba a su adversario llamándole viejo (Reagan tenía 69 años) y señalándole como un peligro para el país, en caso de que perdiera el control a causa de su edad. Trump está haciendo lo mismo con su rival, indicando que un Biden con problemas mentales sería controlado por elementos extremistas. A Carter no le funcionó y Trump parece que tampoco lo logra, por ahora. Merece ser recordada la frase usada por Reagan durante un debate con Carter: «¿Están mejor que hace cuatro años?». En 1980, sólo el 20% dijo que el país se encaminaba en la dirección correcta. Hoy es el 23%. Por último: la incapacidad presidencial para enfrentar una crisis; en 1980 fue con los rehenes de Irán, hoy con una mucho peor, la de la COVID-19.
-La demografía sigue su avance: elección tras elección, el porcentaje de votantes latinos y católicos crece –otra cosa es convencerlos de que realmente voten- mientras que el de los blancos protestantes disminuye. Asimismo: Hasta mediados del siglo pasado la mayor parte de los universitarios blancos eran Republicanos. Hoy son Demócratas.
-¿Se logrará por fin reducir los efectos de la pandemia, y podrá Trump beneficiarse de ello? En estos momentos las encuestas señalan que el manejo de la pandemia por parte del presidente ha sido desastroso. ¿Habrá tiempo para cambiar la narrativa y la percepción de una realidad tan negativa?
-¿Cambiará Trump radicalmente su estilo de campaña, se dejará asesorar? Hasta ahora, DT ha sido el jefe de campaña de Biden. Este, quedándose en su casa, está dominando en las encuestas. Gracias en gran medida a la labor de DT.
Sin embargo, no es poca cosa lo que ha logrado Trump a nivel partidista: en solo cuatro años, el partido de Abraham Lincoln y Ronald Reagan se ha transformado en el partido de Donald Trump. Que cada quien saque sus conclusiones.
-Finalmente, un dato interesante: según reporta fivethirtyeight.com, desde hace más de medio siglo ningún presidente buscando ser reelecto ha estado tan atrás en las encuestas al momento de las convenciones, como Donald Trump. Si la economía –la micro, la que realmente importa en una elección- no mejora de aquí a noviembre, las chances republicanas se reducirán al mínimo.
Sin embargo, debe recordarse que pocas veces en la historia se había disparado la incertidumbre como hoy, a tal punto que los escenarios posibles van desde una victoria por «landslide» de Biden, o algo similar por parte de Trump. Mejor seguir el dicho del legendario comentarista deportivo Buck Canel, quien cuando un juego de béisbol entraba en su último tercio y la situación estaba muy compleja y difícil de predecir, afirmaba: «No se vayan, que esto se pone bueno».