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Villasmil / ELECCIONES EEUU: Comienzan los debates

Hillary Clinton and Donald Trump are tightening their grips on the Democratic and Republican presidential nominations.

Welcome back my friends, to the show that never ends! Son las palabras iniciales de una célebre canción del legendario conjunto británico de rock progresivo, Emerson, Lake & Palmer; podrían usarse para los debates electorales más esperados en toda la galaxia, que enfrentan a Hillary Rodham Clinton vs. Donald Trump (el candidato libertario, Gary Johnson, y la aspirante de los verdes, Jill Stein, no alcanzaron a obtener el porcentaje mínimo necesario -15%- en las cinco encuestas seleccionadas por la Comisión organizadora del debate para poder ser incluidos en el lineup).

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Jill Stein y uno de sus puntos centrales de campaña: la legalización del consumo de marihuana en todo el país. 

Ya hace un par de meses publicamos una nota titulada «La  magia de los debates» (13 de junio de 2016), en la cual se destacaban las principales características de esta forma especial de bloodsport, el debate político. Puedes verla HACIENDO CLIC AQUÍ.

A continuación, algunas ideas acerca de qué puede o debe esperarse en esta primera confrontación.

I

Obviamente, los debates serán seguidos con el interés adicional creado por el peligro que representa la posibilidad de que Trump obtenga la presidencia. Si después de ambas convenciones partidistas las encuestas daban vuelo a la esperanza y al optimismo de una deseada derrota del candidato presidencial republicano (o, si se quiere, de una victoria demócrata, que hay para todos los gustos), la propia candidata Clinton, hundida en las contradicciones y dudas hamletianas que parecen ser parte esencial de su personalidad – y que ayudan poderosamente a convertirla, todo sea dicho, en una candidata mediocre – se ha encargado de enrarecer el escenario.

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Por ello es válido preguntarse: ¿cuántos estadounidenses verán esta primera confrontación, a celebrarse en la Universidad Hofstra, en Hempstead (Long Island), Nueva York?  Puede pensarse que quizá se batirán cifras previas, al menos en los terrenos políticos. Hasta ahora, el evento más visto de la historia del país es el Superbowl XLIX, en 2015, con 114 millones de telespectadores que vieron a los New England Patriots vencer a los Seahawks de Seattle, 28-24. Claro, esto se queda muy por debajo de los 600 millones de terrícolas que vimos, en todo el planeta, a Neil Armstrong y Buzz Aldrin en el primer alunizaje humano, el 20 de julio de 1969, o los aproximadamente 750 millones que vieron la boda del príncipe Carlos de Inglaterra con Lady Diana Spencer, el 29 de julio de 1981.

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¿Cuál ha sido el debate norteamericano más visto de la historia? Desde que la empresa Nielsen comenzó a recabar datos al respecto, en 1976, la batalla verbal más vista fue la celebrada en la campaña de 1980, entre el presidente en funciones, Jimmy Carter, y quien afortunadamente lo sustituiría en el cargo, Ronald Reagan, con 80.6 millones de telespectadores. La primera confrontación entre el presidente Obama y Mitt Romney, hace cuatro años, fue vista por 70 millones de personas.

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Para los que anotan: este primer debate arranca a las 9:00 pm (hora del Este de los EEUU) y durará 90 minutos (sin pausas comerciales, así que a tener el condumio, las palomitas de maíz, etc. listos con antelación). Lo moderará Lester Holt, presentador del programa “NBC Nightly News”. El encuentro estará dividido en seis segmentos de 15 minutos cada uno; cada segmento arrancará con una pregunta de Holt, después de la cual cada candidato tiene dos minutos para una respuesta inicial, y luego podrán responderse entre sí. Los temas, en principio (con la posibilidad de algún cambio de última hora) serán entre otros: “el rumbo de los Estados Unidos”, “alcanzando la prosperidad”, y “el logro de un país más seguro”

 Hillary Clinton tiene la oportunidad de mejorar una campaña en la cual durante las últimas semanas Trump prácticamente la ha emparejado en las encuestas sobre el llamado voto popular (que no es el que decide, recordemos, pero igual es importante porque señala tendencias, evoluciones y desarrollos de la opinión ciudadana). Al igual que Rafael Caldera antes de su debate con el aspirante adeco Jaime Lusinchi, en las elecciones venezolanas de 1983, Clinton tiene la desventaja de que las expectativas para ella son mayores que las de su rival.

En cambio, para Trump el problema está en que las debilidades que se le han indicado como fundamentales fácilmente pueden salir expuestas en un debate: carencia real de conocimiento de políticas públicas, por no decir ignorancia pura y dura, e incapacidad para el auto-control. Al contrario de su rival, posee la ventaja de que se tienen pocas expectativas sobre su actuación.

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Algunos hechos y consideraciones a tomar en cuenta en todo debate (como destaca, entre otros analistas, Elaine Kamarck, de la Brookings Institution): recordemos una vez más que el primer encuentro televisado de la historia fue en 1960, entre el vicepresidente y candidato republicano, Richard Nixon, y el joven aspirante demócrata, John F. Kennedy. En ese momento un dato primordial analítico se hizo presente: la apariencia de los candidatos, y el impacto que ella producía en los espectadores (máxime cuando se afirma que para quienes siguieron el debate por radio el ganador fue Nixon, a diferencia de los que lo vieron en TV).

Tal fue el trauma en la clase política, que se necesitaron 16 años (o cuatro elecciones) para que se produjera el siguiente debate, en 1976, entre Jimmy Carter, gobernador demócrata de Georgia, y el presidente en funciones –sustituto del caído en desgracia Richard Nixon- Gerald Ford.

Si en 1960 aprendimos que hay que lucir bien ante las cámaras, en 1976 la lección fue que el candidato no debe cometer errores que refuercen los puntos negativos de su campaña. Evitar precisamente lo que hizo Gerald Ford.

Ford llegó a la presidencia sustituyendo, primero, a un vicepresidente –Spiro Agnew- obligado a renunciar, y luego al presidente –Richard Nixon- cepillado por el famoso escándalo de Watergate. Vale decir, era un suplente del suplente del principal. ¿Qué hizo Ford apenas pisar la Casa Blanca? Perdonar a Nixon, lo cual evidentemente no le generó muchos apoyos. Para colmo el hombre, en muy poco tiempo con el poder mayor, se ganó la fama de ser torpe (no poder caminar y mascar chicle al mismo tiempo, era un chiste de la época). De hecho todavía mantiene el campeonato mundial de caídas bajando del avión presidencial, primero en Austria, luego en Michigan.

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¿Qué afirmó –dos veces- en el debate nuestro presidente temporal con apellido de marca de carro gringa? Que no había dominación soviética en el Este de Europa. Sobran los comentarios. Fue evidente para todos que el hombre no solo sufría de metidas de pata físicas. Sus carencias eran de tal naturaleza, que a su lado hasta Jimmy Carter lucía presidencial. Estuve tentado de colocar algunos de los videos de «Saturday Night Live» donde el comediante Chevy Chase personificaba a Ford. No hay necesidad. El hombre por sí solo era un chiste ambulante. 

Veamos el video del debate en el momento en que le hacen la pregunta:

 

El 28 de octubre de 1980 se enfrentaron Carter y Reagan. En septiembre se había realizado un debate en el cual el primer mandatario Carter se negó a participar por la inclusión de un candidato independiente, John Anderson. En ese momento Carter tenía una ventaja sobre Reagan de 40 a 36%. Al negarse a participar, la situación cambió, y una semana antes del debate que comentamos, la ventaja era de 6% a favor de Reagan.

No es necesario recordar todos los problemas de la administración Carter. El fiasco del rescate de los rehenes norteamericanos en Teherán lo hacía ver como un inepto, sin control de la situación. Sin embargo, Reagan generaba mucha desconfianza por su inexperiencia, por su visión de la situación internacional, percibida como guerrerista, excesivamente centrada en incrementar los gastos militares, incluso con afirmaciones de que no podía ser un verdadero comandante en jefe. Las caricaturas de la época lo mostraban así:

 

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Pero en el debate Reagan dio una auténtica clase magistral sobre cómo conducirse en tales enfrentamientos. Al final, mirando a la cámara, hizo una pregunta sencilla a sus compatriotas: “¿están mejor que hace cuatro años?” El margen de victoria del republicano es considerado histórico, con diez puntos arriba y 489 votos en el colegio electoral (de un total de 538). La lección a aprender es: trate de usar el debate para revertir una imagen negativa.

En 1984, Reagan, con 73 años, se enfrentaba a un mucho más joven candidato, Walter Mondale, quien había sido vicepresidente con Carter. Si bien el país se había recuperado económicamente, la edad del presidente generaba preocupación, lo cual pudo notarse en la apariencia del candidato en un primer debate. Pero en el segundo debate, cuando se le preguntó sobre si había problemas con su edad, Reagan dio otra de sus respuestas geniales: “No voy a explotar, por consideraciones políticas, la juventud e inexperiencia de mi rival”. Algunas veces, hay que tener preparada una oración que no solo lo saque de apuros, sino que lance a su rival a la lona. En eso, el maestro indiscutible ha sido Winston Churchill.

Veamos el video con la famosa respuesta de Reagan. Como puede verse, hasta Mondale tuvo que reírse:

 

En 1988, Michael Dukakis, el candidato demócrata, cavó su propia tumba al responder la siguiente pregunta (hecha porque la campaña republicana del candidato George Bush Sr. remachaba una y otra vez  que Dukakis, gobernador de Massachusetts, era blando con los criminales) : “¿Si su esposa fuera violada y asesinada, usted estaría de acuerdo con que se condenara a muerte al asesino?” El demócrata quiso dar una cuasi clase magistral legal, ética y jurídica para explicar su postura contraria a la pena de muerte. Lo único que consiguió fue asesinar a su campaña. La lección a asumir es que en un debate evite presentarse como un experto racional y frío: responda siempre como un mamífero empático y de sangre caliente.

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George H. W. Bush, impaciente, mirando la hora en su reloj

En 1992 le tocó el turno al presidente George H. W. Bush de meter la pata en el segundo debate con el entonces joven gobernador de Arkansas, Bill Clinton. En una foto memorable, se puede ver al presidente, impaciente, mirando la hora en su reloj. Más tarde, ante la pregunta de una ciudadana negra, de cómo la recesión había afectado a los tres candidatos (estaba también el independiente Ross Perot), Bush se puso gelatinoso y defensivo (era y es un hombre muy rico). ¿Qué hizo Clinton? caminó hacia la señora e inició una conversación con ella. Y con su respuesta produjo uno de los momentos más memorables en la historia de los debates presidenciales. Puede verse aquí:

 

Al igual que en el ejemplo anterior, la lección a seguir es clara: hay que ser empático. Político que no es empático no tiene vida, señoras y señores.

En el año 2000 se dio el caso de un candidato –George W. Bush, o Bush hijo- que evidentemente tenía profundas carencias intelectuales y de conocimiento profundo de políticas públicas, pero que causaba buena impresión. Como destacó un comentarista, “es el tipo de persona con la cual todos quieren tomarse una cerveza”. Mientras, su claramente mejor preparado rival, Al Gore, vicepresidente de Clinton, para sorpresa general, fue un pésimo candidato, a ratos luciendo demasiado agresivo, en otras gélido y robótico, y al igual que a Bush padre anteriormente, la cámara lo captó haciendo gestos mientras hablaba Bush hijo. El efecto fue desastroso. ¿Qué conclusión se puede sacar? Nunca piense que la cámara no lo está enfocando.

II

Hasta ahora, los debates en los que ha participado Trump (contra sus muy mediocres rivales republicanos) no han parecido debates, sino el género televisivo favorito del empresario: reality shows. Trump, desde la alturas de su ego regañando a unos pupilos temerosos de confrontarlo, algunas veces hasta de mirarlo. Sinceramente no creo que con Hillary Clinton podrá montar el mismo show.

Este lunes 26 ambos candidatos y sus asesores seguramente tomarán mucho de lo aquí señalado, para intentar no caer en los errores mencionados. Ambos mostrarán su mejor imagen, evitarán hundirse en sus narrativas negativas. Trump deberá eludir las posturas provocativas, agresivas e insultantes que lo pueden alienar del votante independiente. Y sobre todo, prevenir el “error Ford”: hacer una afirmación evidentemente falsa o exagerada.

Pienso que Trump no podrá obviar una de sus tácticas favoritas, clásica de todo populista y antipolítico: la de pretender ser el outsider, un empresario que nunca ha sido político – para todo antipolítico sinónimo de corrupto-; buscará identificar a Clinton con todos los males del mundo, desde el asesinato de Abel por su hermano Caín hasta hoy. Intentará dar un mensaje de tranquilidad hacia los sectores que han sido atacados por él durante la campaña (como las mujeres). Duro con los malos, y suave con los buenos. 

Para Clinton la estrategia debería ser clara: ya es hora de que muestre aunque sea un 10% de la capacidad empática de su marido. No sirve que usted sea el robot mejor preparado del planeta. Al final lo que importará es que un robot, por muy admirable que sean sus respuestas, no conecta con los sentimientos de la gente (así sonría mucho). Deberá evitar como la peste negra el error de Dukakis. No se eleve a las alturas de la fría racionalidad del experto conocedor de todo.

Una pregunta esencial que debe haber analizado su comando: ¿cómo se debate con un narcisista? El narcisista es un arma de doble filo: por un lado posee carisma y chispa, por el otro, por su lado oscuro, es un demagogo, un irresponsable, agresivo y falto de ética. Los narcisistas ansían la presencia ante el público, ser el centro de atención. Otra táctica es llevar el debate a los niveles de detalle que Trump no solo no domina, sino que incluso nunca le han interesado. Clinton debe asimismo recalcar la recuperación económica, en especial en el tema del empleo. Recordar asimismo, una y otra vez, la capacidad de insulto y de agresividad de su rival hacia sectores fundamentales de la sociedad, como las mujeres, cosa que se muestra muy bien en esta publicidad de TV de la campaña demócrata:

 

 

La labor de Clinton debe ser hacer lo posible porque Trump se nos muestre en su lado tenebroso y peligroso. Debe intentar llevarlo a que pierda los estribos. Una manera obvia es atacando su centro vital: su ego. 

Con ello, no quiero decir que lo agreda verbalmente; es más bien sacarlo de su zona de confort, sorprenderlo, desbalancearlo. Lo que ninguno de sus rivales republicanos supo o pudo hacer nunca.

En resumen: sería ideal que Clinton lograra que su rival luciera molesto, inestable, desinformado y atemorizante. ¿Lo logrará?

Se sabe que uno de sus asesores senior más confiables, Phillipe Reines, ha asumido el papel de Trump en los debates simulados. Es uno de los más astutos y respetables conocedores de las vulnerabilidades de su candidata. Ayuda mucho que realmente posee una personalidad fuerte, combativa y agresiva, en algunos aspectos similar a la del empresario republicano.

Esta función de asumir el el papel del candidato rival, poco destacado en los medios, es fundamental: Reines se ha preparado durante meses; se ha visto todos los debates desde Kennedy-Nixon, ha estudiado con detalle de relojero suizo todos los aspectos del mensaje y de las posturas temáticas de ambos candidatos. En 2012, el papel de Mitt Romney en los debates simulados del presidente Obama lo hizo el hoy Secretario de Estado, John Kerry.

Al parecer, Trump no ha ocupado la misma cantidad de tiempo y detalle en la preparación.

Lo ideal para todo aspirante es producir un “efecto Reagan”. Una frase o una acción tan impactante que noquee a su rival, y que penetre en la conciencia colectiva. 

Al final del día, ya lo decíamos en nota anterior, los debates se deben ver de manera algo similar a como Churchill veía la democracia: son la peor forma de confrontación de ideas, salvo que no hay otra tan mediática.

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