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Elecciones EEUU – Segundo debate: El carácter es el destino

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I

Una escena invariable en toda película de horror o de ciencia ficción en la cual, desafiando las reglas de la naturaleza, se crea un monstruo, es el momento en que perdido el control sobre el ente, podemos observar cómo éste destruye todo a su paso.

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La más notoria película de horror del momento la está protagonizando el actual partido republicano norteamericano, y su monstruo, Donald Trump. Un hecho original es que, a diferencia de ejemplos cinematográficos –pensemos en el Dr. Jekyll y su criatura, Mr. Hyde, o en el Dr. Frankenstein y su monstruo- el creador aquí no es un individuo, sino un grupo muy diverso de personas e intereses, unidos todos en su traición a los valores conservadores, con un oportunismo y populismo que hacen su aparición cuando, luego de ofrecer una visión radical de la sociedad, las derrotas no son asumidas y la autocrítica desaparece del ambiente partidista. El malestar, que debiera de ser en primer lugar interno, se vuelca al exterior; de allí a buscar chivos expiatorios y teorías conspirativas solo hay un paso. Grupos como el Tea Party, o la National Rifle Association, que a su vez tienen toda una amplia red mediática –pensemos en Rush Limbaugh, Sean Hannity, o en Fox News- durante años han pervertido y envenenado el mensaje político del otrora partido de Abraham Lincoln.

II

El pasado domingo 9 de octubre se realizó el segundo debate presidencial de esta muy accidentada campaña electoral. Al mismo llegó una opinión pública muy hastiada de un candidato que, luego de que el Washington Post publicara un video de 2005 donde el hombre una vez más se muestra en su esencia misógina y despreciativa de valores éticos esenciales, literalmente legitimando todo ataque sexual a una mujer si quien lo realiza es un hombre poderoso, ha llevado incluso a muchas figuras del GOP a decir ¡ya basta! y a retirarle su apoyo. Día tras día nuevos dirigentes y parlamentarios republicanos se están uniendo a esta cruzada interna anti-Trump. 

El idioma inglés, en su casi infinita elasticidad creativa, ya ha producido un nuevo verbo: “To donaldtrump”, que  significaría “hombre poderoso que molesta sexualmente a una mujer”. Porque el video no es una aberración. No nos muestra “un momento especial”. Como destacara Hillary Clinton en el segundo debate, es Donald Trump en cuerpo y alma.

¿La estrategia de Trump ante este nuevo desastre mediático? Pedir tímidas disculpas (en el debate) y luego atacar cual tsunami: a la directiva del partido, a los medios de comunicación, a Bill Clinton, y a su rival, Hillary Clinton. Incluso, en su grotesca ira, en un tweet agredió a los aspirantes republicanos al congreso que le retiraron su apoyo, llamándolos “hipócritas que perderán sus elecciones”, poniendo en peligro las actuales mayorías republicanas en el senado y en la cámara de representantes.

Los demócratas están actuando en consecuencia: varios Super PACS están dirigiendo dinero -originalmente previsto para la campaña presidencial en estados hoy considerados seguros- a atacar a candidatos parlamentarios republicanos que se consideran vulnerables; y algunos de esos candidatos, en un dilema terrible, están preparando publicidad pidiendo el voto para «poder mantener a raya una Casa Blanca con Hillary Clinton». 

Donde se piensa que todo este desastre puede causar un impacto mayor es en el votante clase media, universitario, conservador moderado. Ellos forman entre un 25 y un 30% de la tradicional coalición republicana. Las más recientes encuestas indican que poseen un profundo desagrado hacia Trump. No es necesario que voten por Clinton (con su abstención es suficiente) para poner en peligro  no solo a la aspiración de Trump, sino el futuro de muchos candidatos republicanos al parlamento. 

¿Qué muestran las encuestas? Una medición de NBC News / Wall Street Journal publicada este martes 11 de octubre señala que a nivel de voto popular Clinton le saca 9% de ventaja a su rival, quien solo atraería un 37% de votantes. Ningún candidato presidencial de uno de los dos grande partidos, desde la Segunda Guerra Mundial, ha recibido un porcentaje de apoyo tan bajo. ¿Y cuál es el dilema de los republicanos? Esa misma encuesta menciona que 3/4 partes de los votantes republicanos quieren que sus candidatos se mantengan leales a Trump. Pero precisamente esa 1/4 parte que no lo desea puede ser crucial. 

III

Un candidato presidencial nunca había llegado a un debate luciendo como Trump, una bestia herida. Lo que lo hacía doblemente peligroso: para su rival, pero sobre todo para sí mismo. Porque una bestia herida no tiene nada que perder.

Por muchos argumentos que diera en el post-debate su jefe de campaña, Kellyanne Conway, la verdad es que el bochorno del video del Washington Post es más importante a los ojos de los votantes. Y la respuesta que el hombre dio al respecto fue totalmente insatisfactoria. Luego, en el resto del encuentro, vendría un intercambio muy duro con Clinton en el cual, si bien el empresario no perdió completamente los estribos, volvió a mostrar que al parecer para él solo existe su voto duro, su base. En ambos debates realizados Trump no ha intentado llegarle a los sectores del electorado donde está en creciente desventaja, como las mujeres o los afroamericanos. Da la impresión de que, más que conseguir su voto, lo que intenta es reducir los apoyos a su rival, así como limitar el sangrado en su propio universo de votantes duros y fieles.

A su particular manera, Trump ha agravado la falla estratégica central de los republicanos en las tres últimas elecciones: la manera de asegurar su base es alienando al votante independiente y moderado.

Por el contrario, una cautelosa Hillary Clinton una y otra vez hizo gestos hacia los sectores demográficos pro-demócratas, repitiendo argumentos del primer debate casi de memoria. Y si bien no hubo “un momento Alicia Machado”, la amenaza de Trump de iniciar una investigación si llegase a la presidencia para eventualmente enviarla a la cárcel, fue un nuevo obsequio muy generoso de Trump a su rival. Las críticas no se han hecho esperar, comparando al todavía candidato republicano con políticos autoritarios de latitudes distintas a la norteamericana. Porque una característica fundamental de todo tirano es el deseo de usar las leyes –en especial las penales- como una herramienta política discrecional. Ahora entiende uno la admiración de Trump por Putin.

¿Por qué se hace pública la grabación sexual de Trump el 7 de octubre? En esas cosas el timing es fundamental. Un hecho poco conocido es que, dependiendo de las regulaciones en cada estado, muchos ciudadanos ya están votando, ya se ha iniciado el voto adelantado. Y estamos hablando de millones de votantes. Tan solo un ejemplo: en las presidenciales de 2012 emitieron su voto 13.2 millones de electores de California (un 72% del universo total de inscritos en ese estado); de ellos, 6.8 millones (más de un 50%) votaron antes del día previsto. En total, en todo el país un tercio de los votos de esa elección fue emitido previamente (early voting). Se espera que el porcentaje este años supere el 40%.

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En un debate, cada contrincante puede controlar dos momentos de expresión verbal: los argumentos y respuestas específicos preparados para cada tema, como política exterior, inmigrantes, seguridad, etc. Luego, las llamadas “punchlines”, las respuestas a determinadas expresiones del rival que buscan “sacarlo de balance”, o “ponerlo en ridículo”. Ya lo hemos dicho anteriormente, Winston Churchill y Ronald Reagan eran maestros en ello. Fue notorio el hecho de que Clinton y sus asesores decidieron como estrategia para el debate responder a las preguntas y de alguna manera parar los ataques del contrario, y ya está. Hubo muchas oportunidades en las que la demócrata podría haber respondido con un “punchline” a Trump, o al menos con un dato clarificador (como cuando el republicano afirmó que “Rusia, Siria e Irán son aliados por culpa de Obama”. De hecho, lo  han sido por décadas.) Pero la demócrata nunca intentó contraatacar. Probablemente no lo hizo porque un candidato que está ganando no considera necesario correr riesgos. Eso sí, sus mejores momentos de ataque fueron cuando se enfocó en las debilidades del carácter de Trump.

Y así transcurrió un debate que tampoco, al igual que el primero, pasará a la historia. Con Donald Trump, un debate no sirve para informarse sobre políticas públicas, o sobre visiones trascendentes del país. Con su presencia, lo único seguro es que habrá un espectáculo de tono ético alarmantemente bajo. El debate del domingo 9 de octubre será recordado como uno de los más deprimentes y sucios de la historia.

IV

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El escándalo de Watergate, que produjo la caída de Richard Nixon, puso en el tapete nacional la certeza de que uno de los rasgos más importantes en un presidente es su carácter. Donald Trump ha dicho siempre que él labró su destino, moldeando su carácter y su forma de ver la vida. Y es que, como señala el título de un libro escrito por el ex-candidato presidencial John McCain, el carácter es el destino. Y en palabras del hoy senador por Arizona, quien fuera prisionero de guerra en Vietnam –y de quien Trump se burlara durante la campaña-:

“Es tu carácter, y solo tu carácter, lo que hará que tu vida sea feliz o infeliz. Eso es lo que realmente es el destino. Y tú lo escoges. Nadie más puede dártelo o negártelo. Ningún rival te lo puede robar, ningún amigo te lo puede facilitar. Otras personas te pueden estimular y apoyar o no para que tomes las decisiones correctas. Pero la decisión siempre es tuya”.

Donald Trump decidió hace muchos años ser el monstruo que es (‘un payaso maligno”, en palabras de Mark Kirk, senador republicano por Illinois). Y como candidato es un divisor, no un unificador. Los únicos sentimientos que desea implantar en sus votantes son miedo, odio, frustración e ignorancia. La irresponsabilidad de un partido político le dio la plataforma para hacer pública una ambición y un estilo limitados a sus actividades privadas. Queda menos de un mes para que el pueblo norteamericano decida si la pesadilla monstruosa continuará, destruyendo a su paso todo rasgo institucional, todo valor esencial. Confiemos una vez más en el carácter de una sociedad que ha logrado, tras más de dos siglos de existencia, mantener una democracia a prueba de demagogos.

No es que Donald Trump no esté preparado para ser presidente. Es que ni siquiera lo está para ser miembro de la humanidad.

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