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Elecciones EEUU: Trump y su ídolo Putin

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I

Había una vez un gran partido conservador norteamericano. Se llamaba el “partido Republicano”, y de forma cariñosamente merecida, se le llamaba el “Grand Old Party” (GOP, el viejo gran partido). Era uno de los partidos políticos más antiguos del mundo, y el segundo más antiguo de los Estados Unidos, después de su rival, el Demócrata.

Tuvo unos inicios muy auspiciosos: surgió en 1854, fundado por políticos del partido whig, dispuestos a enfrentarse a la llamada Ley Kansas-Nebraska, con la cual se buscaba expandir la esclavitud a los nuevos estados que se estaban creando en el país.

Al comienzo casi no tenía aceptación en los estados del Sur, por razones obvias; pero para 1858 había logrado amplias mayorías en muchos de los estados norteños.

Apenas seis años después de su fundación, en 1860, lograría llevar a la presidencia a su más grande líder hasta la fecha, uno de los más importantes estadistas en la historia norteamericana: Abraham Lincoln. Gracias a su impronta y recuerdo, los republicanos dominarían la política norteamericana en buena medida hasta 1932, cuando aparece otro gran estadista, esta vez del lado Demócrata, quien convocará a toda la nación a una nueva visión de país (el llamado “New Deal”), para superar la crisis provocada por la Gran Depresión: Franklin Delano Roosevelt.

Los republicanos, por aquellos tiempos, tenían una base electoral conformada por protestantes blancos, hombres de negocios, pequeños propietarios, profesionales, trabajadores manufactureros, granjeros y –no se sorprenda, amigo lector- los hoy llamados afro-americanos.

En la década de los sesenta, debido a las políticas sociales impulsadas por el presidente demócrata Lyndon Johnson, con su Ley de Derechos Civiles de 1964, los “demócratas sureños” se van en masa, hasta el día de hoy, al grupo rival, el Republicano. Los estados del Sur se convierten en una fortaleza republicana. El voto negro, obviamente, emigró hacia las playas demócratas.

Entre 1968 y 1988 el GOP, con Ronald Reagan como líder más importante de esa era, gana cinco de seis elecciones presidenciales (para colmo, la única victoria demócrata la obtiene el mediocre y desastroso Jimmy Carter). Pero entre 1992 y 2012 los candidatos republicanos solo ganaron dos de seis elecciones (con George W. Bush); las otras cuatro las ganaron Bill Clinton (2) y Barack Obama (2). Asimismo, de esas seis últimas elecciones, el GOP solo ha ganado el voto popular en una elección (2004, en buena medida debido al nuevo escenario dominado por la lucha contra el terrorismo islámico, y porque todavía no se había producido la más reciente crisis financiera global).

Haciendo un resumen: el partido se movió de la derecha que ocupó hasta los años cuarenta hacia el centro-derecha, en los cincuenta, bajo las presidencias de Dwight Eisenhower, para luego desde los setenta iniciar una carrera imparable hacia la derecha.

Hoy ese partido, de tanto ir hacia la derecha (gracias en buena medida por la aparición de una peste anti-política llamada “Tea Party”), ni es republicano, ni conservador, y gracias a la nefasta escogencia de su actual candidato presidencial, ni siquiera norteamericano integral.

II

¿Por qué no es norteamericano integral? Entre otras razones, por la historia de amor de Donald Trump con Vladimir Putin. Veamos algo de sus biografías:

Vladimir Vladimirovich Putin creció en una Leningrado (hoy de nuevo San Petersburgo) de posguerra, bajo condiciones familiares muy negativas. Con sus amigos, en medio de un ambiente social deprimente, su pasatiempo favorito era perseguir ratas con palos. Su padre, un veterano de guerra, lo golpeaba con frecuencia. La manera que encontró Putin de huir de todo ello fue enrolarse en la policía política, la KGB, donde hizo carrera, hasta que llegara, de forma rocambolescamente rusa, el ascenso hacia el poder como un nuevo Zar posmoderno.

Donald Trump no debe haber tenido muchos encuentros con ratas en su infancia. Nacido en cuna rica, no mostraba demasiadas ambiciones estudiantiles, así que su padre lo envió a una academia militar. Una oración de Trump lo retrata muy bien: “Cuando me miro en primer grado, y me miro hoy, soy básicamente el mismo; el temperamento no es tan diferente”.

Hoy ubicados en sus respectivas responsabilidades, Trump ha elogiado a Putin como un “mejor líder” que Barack Obama, mientras que Putin apenas puede esconder su deseo de que Trump habite la Casa Blanca. Para Putin, Donald Trump es “brillante”, y “sin duda alguna talentoso”.

Bueno, eso es lo que dice Putin a los medios; en realidad lo que ve, siendo un gran observador y calibrador de sus posibles adversarios, es el beneficio de que los Estados Unidos “queden en manos de un narcisista analfabeto que cree que las cuestiones geo-estratégicas son tan fáciles de resolver como el cierre de un negocio de bienes raíces.” (David Remnick, en The New Yorker).

Para Sergei Parkhomenko, un activista y locutor de “Echo”, en Moscú, “Putin desea que los Estados Unidos se concentren en sus propios problemas, y se olviden de lugares como Ucrania o Crimea”. Pero para Parkhomenko hay una segunda razón para que Putin aprecie a Trump, también muy importante: “Putin está convencido de que en el mundo todo se logra con dinero. Es un fanático religioso, y el dinero es su Dios. Gracias al dinero se puede superar cualquier problema, comprar a cualquier interlocutor. Compró los Juegos Olímpicos, el Mundial de Fútbol. Para él será fácil lidiar con Trump. No necesitará usar palabras con el empresario, solo cifras. Cuando no estén de acuerdo, solo será necesario encontrar el precio justo”.

Es conocido el hecho, por lo demás, de que Putin es un generoso financista de diversos movimientos de extrema derecha en Europa, como la francesa Marine Le Pen, el movimiento Jobbik, en Hungría, o “Amanecer Dorado”, en Grecia.

 Diversos medios –entre ellos el New York Times– han señalado a agentes de Putin como presuntos responsables de las recientes violaciones a los correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata (una especie de Watergate cibernético) –acción avalada y alabada por Trump-. Si fuera cierto, no sería ni extraño ni raro. De hecho, es una táctica favorita del autócrata ruso; sus servicios de inteligencia han filmado a enemigos del régimen bajo la influencia de la droga, o recibiendo favores sexuales, y tales grabaciones han sido publicadas online.

Michael Morell, con más de 30 años de carrera en la CIA (llegó a ser Director Adjunto) en nota publicada en el New York Times destaca que “pareciera que Putin hubiese reclutado a Trump como agente involuntario de la Federación Rusa”.

Según el ya mencionado David Remnick, Trump es una parodia de Putin. Y para el historiador Timothy Snyder “Putin es la versión en el mundo real de la persona que Trump pretende ser en la televisión”.

 Más claro aún: Vladimir Putin es el ídolo del eterno adolescente Donald Trump.

El problema está en que ni Trump es un niño, ni Putin es Derek Jeter, Lionel Messi o Roger Federer, para nombrar a tres ídolos deportivos con miles de seguidores en el mundo.

Concluye Remnick: “Trump ve fortaleza y cinismo en Putin y espera poder emularlo. Putin ve en Trump una gran oportunidad; lo ve débil e ignorante, una mente confusa, y tiene la esperanza de poder explotarlo, usarlo”.

Lo cual, amigo lector, nos recuerda una relación más cercana e igualmente dañina: la de un joven oficial venezolano, golpista fracasado, Hugo Chávez, y un tirano cínico e inhumano, un manipulador nato con gran conocimiento de la KGB soviética, Fidel Castro Ruz.

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