ELECCIONES EN EEUU: Trump, Imperator Republicanus
I
Recuerda Hannah Arendt que “nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas” (…) “¿Está en la esencia misma de la verdad ser impotente, y en la esencia misma del poder ser falaz?”
Con Donald Trump coronado por el voto popular como emperador de lo que alguna vez fue un gran partido político, el partido Republicano, puede afirmarse sin duda que nunca alcanzó la candidatura presidencial de esa organización un mejor cultor de la mentira, y si llegara a ganar la presidencia, su ejercicio del poder sería extremadamente falaz.
Algunos líderes republicanos han afirmado públicamente que no apoyarán ni votarán por Trump, como el gobernador de Massachussetts, Charlie Baker, o que ni siquiera irán a la convención, como los dos expresidentes vivos (Bush Senior y Junior), o el último candidato presidencial (Romney). Ileana Ros-Lehtinen, influyente miembro cubano-norteamericana de la Cámara de Representantes, también ha rechazado al empresario.
Pero más allá de estas actitudes, las hay también, en franco declive ético, a favor de Trump. Que Marco Rubio afirme que apoyará al candidato del partido demuestra que no tenía la consistencia valorativa necesaria para la tarea candidatural (mucho menos para la presidencial), y que su derrota fue muy merecida. Lo que es cierto es que el GOP se muestra desconcertado, confundido, dislocado. Como afirma Ross Douthat, del New York Times, esos no son apoyos, son asimilaciones.
Era por demás obvio que la candidatura del demagogo no uniría al partido, al contrario. Y, al parecer, el liderazgo, en vez de luchar por el retorno de las ideas, la recuperación de su historia, y el tomar nota de sus logros, en otro gesto oportunista -supuestamente buscan salvar las mayorías parlamentarias- le han entregado e Trump el GOP en bandeja de plata. Que Reince Priebus (sí, amigo lector, así se llama), el presidente del Comité Nacional Republicano, considerara que la reunión de Trump con Paul Ryan, el jefe republicano en la Cámara de Representantes, es «un paso hacia la unidad del partido», es sencillamente turbador, incluso patético. Ryan, en un real gesto de prestidigitación verbal llamó a Trump una persona «cálida y genuina». Ello, a pesar de que en materia económica y presupuestaria prácticamente casi todo lo que ha dicho Trump en la campaña es lo contrario a lo que Ryan defiende y predica. Un ejemplo: Trump ha afirmado que no tocará Medicare ni la Seguridad Social; Ryan quiere privatizar ambos programas.
Paul Ryan
Porque alguien odie a mi enemigo no lo convierte automáticamente en mi amigo; eso debería saberlo Ryan. Con su decisión, Paul Ryan perdió una oportunidad de oro: decir la verdad al electorado, reconocer los problemas del partido, iniciar una nueva época, revitalizar la ideología, unir las tendencias hoy profundamente divididas y sin rumbo claro, pensar en el futuro más que en el hoy. En suma, ser un estadista. Pero está visto que el señor no tiene corte sino de político de esta época, sin verdadera espina dorsal ética.
La gente se da cuenta, más de lo que los políticos piensan, de estas actitudes oportunistas. Preocupados por décadas solo en ganar, los republicanos han acabado perdiendo apoyos tanto en el voto popular presidencial como en el colegio electoral. Para muestra, veamos el punto siguiente.
II
Los padres fundadores de la nación norteamericana fueron muy sabios: previendo la posible amenaza de un tirano demagógico, idearon la elección en segundo grado, según la cual no es el voto popular el que elige al presidente, sino un colegio electoral, conformado por delegados escogidos con base en la decisión de los estados, que son los que en realidad eligen al presidente.
Varios presidentes han sido electos no obstante haber perdido el voto popular.
Una breve visita a la historia:
-Desde 1940, el candidato que ha obtenido más votos en el colegio electoral es Ronald Reagan, en su campaña por la reelección de 1984, con 525 votos. Su rival demócrata, Walter Mondale, sacó apenas 13. Luego de Reagan, en segundo lugar está otro republicano que logró la reelección (pero cayó en desgracia, como se sabe): Richard Nixon, quien en 1972 sacó 520 votos para el colegio electoral.
-Barack Obama, en sus dos victorias, obtuvo 365 votos en 2008 y 332 en 2012. Sus rivales sacaron 173 (John McCain) y 206 (Mitt Romney).
El demócrata con un número mayor de votos en el colegio electoral ha sido Lyndon Johnson, en 1964, quien literalmente aplastó a su rival republicano Barry Goldwater, obteniendo 486 votos.
-En los últimos 40 años (o sea, un total de 10 elecciones presidenciales), los republicanos sólo han ganado el voto popular en dos ocasiones: 1988 (George H.W. Bush, mejor conocido como Bush Sr.), y 2004 (su hijo, Bush, Jr., o George W. Bush).
Volvamos al presente:
¿Cómo se ve hoy el panorama para la candidatura de Donald Trump?
Para el pasado jueves 5 de mayo, según el New York Times, si los sondeos de opinión vigentes ese día eran ciertos, el resultado del colegio electoral sería el siguiente (recordemos que sobre un total de delegados al colegio electoral de 538):
Hillary Clinton: 347
Donald Trump: 191
Se necesitan 270 votos del colegio electoral para ganar. Hillary Clinton ganaría todos los estados que ganó Barack Obama en 2012, más Carolina del Norte.
Siempre según las encuestas, Clinton estaría mejor ubicada que Obama en 2012, salvo en New York –que sin embargo las encuestas afirman que ella ganará con facilidad-. En la actualidad Trump estaría en promedio un 10% por debajo de Clinton; si Trump redujera esa diferencia en 5% este sería el resultado:
Hillary Clinton: 285
Donald Trump: 253
Ello implicaría que Ohio (18 delegados al colegio electoral), Carolina del Norte (15) y Florida (29), hoy con los demócratas, pasarían a manos de Trump.
Trump podría ganar si mejora diez puntos porcentuales en los estados:
Hillary Clinton: 233
Donald Trump: 305
Ganando Trump Colorado (9), Iowa (6), Ohio (18), Pennsylvania (20), New Hampshire (4), Virginia (13), Carolina del Norte (15), Florida (29).
¿Cuándo fue la última vez que un “swing” de tal naturaleza ocurrió? En 1980, cuando el inepto e impopular Jimmy Carter (todavía hoy nadie en su partido quiere saber nada de él, para infortunio de aquellos en el exterior, como los venezolanos, que hemos sufrido su presencia en momentos de crisis) fue sobrepasado por el futuro presidente Reagan.
III
Desde hace mucho tiempo los candidatos republicanos han sufrido una conversión que podríamos llamar el “síndrome Jekyll y Hyde”: así como el personaje de la novela de Robert Louis Stevenson, el doctor Jekyll, bebe una pócima experimental que lo convierte en monstruo, para ganar la candidatura del partido frente a las presiones de tendencias crecientemente anti-democráticas –mencionemos una vez más al Tea Party-, George W. Bush (recuérdese su propuesta de “conservadurismo compasivo”), John McCain (un senador con una hoja de vida ejemplar), y Mitt Romney (comenzó la campaña como moderado, terminándola como un rabioso fundamentalista), cambiaron su postura y cedieron a la creciente presión de la “electabilidad”, es decir al hecho de que para ser candidato republicano no podían ser ellos mismos, con su currículo y sus logros previos, sino que debían acceder al chantaje de las bases más ultrosas y antipolíticas. Nadie quiso ver ese Titanic monstruoso que se estaba creando, y ahora todos buscan los botes salvavidas.
El partido Republicano no ha elegido un simple candidato presidencial; en su camino de locura y desatino, le permitieron capturar el partido para usarlo como base para conquistar el poder a alguien que no admite iguales, que desprecia la palabra crítica o diversa, a un auténtico emperador de la peor especie, un Nerón dispuesto a quemar la Roma norteamericana.
El liderazgo republicano, hoy sorprendido e incrédulo con lo que está pasando, no entiende que está a las puertas de una división histórica, entre el modelo tradicional de conservadurismo forjado en la década de los sesenta, fortalecido y popularizado bajo la presidencia de Ronald Reagan, y una cepa endémica del peor nacionalismo (cuyas raíces pueden incluso encontrarse en los primeros debates de la naciente república, hace más de dos siglos), y cuya intensidad recuerda el movimiento, claramente aislacionista, llamado America First, poco antes de Pearl Harbor.
Se han llegado a mencionar similitudes con Francia y otros países europeos, donde están logrando muchos éxitos electorales grupos de extrema derecha, y cuyo punto de unión con el trumpismo es el mensaje de resentimiento y de división, de ataque al diverso, al distinto, y una visión cerrada, antiglobalización, de las fronteras nacionales.
Por años, los lazos entre las élites republicanas –incluyendo donantes y funcionarios en Washington- y los votantes se iban extinguiendo. En su ceguera, creían que esa masa sería manipulable, y que siempre votaría por el candidato que el establishment decidiera apoyar.
¿Producto final? Una masa en esencia antipolítica, que decidió rebelarse y apoyar a quien canalizara de manera más cruda y franca posible su sentimiento de abandono.
IV
¿Ha sido Donald Trump un precandidato democrático, y su victoria le ha concedido una verdadera auctoritas?
Uno de los fundamentos de la política en democracia –la única política posible, ya que de no ser democrática es antipolítica- es el respeto a la palabra –al discurso, diría Arendt- ajeno, en un diálogo entre iguales, donde puede no compartirse la opinión diversa pero ni se la irrespeta y mucho menos se la desconoce. El marco de garantías de que el proceso dialógico se realizará de la manera más justa posible es la ley. No hay política sin pluralidad humana y su reconocimiento, destaca la pensadora alemana, acentuando el hecho de que “la política trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos”, por ello, “el sentido de la política es la libertad”.
En el espacio público –la polis- “no se habla para ordenar ni se escucha para obedecer, porque no hay dominantes y dominados” (Maite Larrauri, “La libertad según Hannah Arendt”).
Cuando un candidato no solo irrespeta o insulta reiteradamente al contrario –básicamente quien no está de acuerdo con los pareceres que él produce según su propia y única voluntad- no sólo no es un demócrata, sino carece de la autoridad que ello conlleva.
Si hay un tema que desarrolló a lo largo de su vida Hannah Arendt (junto con el del totalitarismo) es el de la democracia, sus instituciones, sus valores, y sus tradiciones; al igual que los Padres Fundadores de los Estados Unidos aprendió de las ricas enseñanzas de la república romana.
Merece ser mencionada una breve cita de Arendt sobre el concepto de autoridad: “El sustantivo auctoritas deriva del verbo “augere” aumentar, crecer. (…) La característica fundamental de quienes están investidos de autoridad es que no tienen el poder, y viceversa (“Cum potestas in populo auctoritas in senatum sit”) – y ello es así porque, como dice esta cita, si bien el poder está en el pueblo (que lo delega), la autoridad corresponde al senado, es decir, al parlamento -.
De ese concepto central romano se deriva otro hecho esencial democrático, negado por siglos por los enemigos de la libertad: la división de poderes, el control institucional sobre el poder de los encargados de ejecutar decisiones de gobierno, sobre sus acciones, sus pasiones y sus ambiciones.
Donald Trump usa como pronombre favorito, el de primera persona del singular: “yo”. Los otros solo los usa para manipular las pasiones de sus seguidores. No sólo no es un demócrata; hoy es el peor enemigo de la democracia en el país del Norte.