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Elecciones presidenciales: una mirada histórica

Una comprensión del contexto histórico de las elecciones presidenciales nos permite una mirada más profunda y dar mayor densidad a un debate que a veces emerge pequeño y carente de imaginación.

 

Se suele mirar a las elecciones presidenciales y parlamentarias a través de los candidatos y de las encuestas, con una mirada relativamente corta, semanal, con nerviosismo cuando el candidato propio sube dos puntos y una alegría inmensa cuando sube apenas uno o simplemente deja de caer. Este modelo va en el tono de los tiempos, con comunicaciones en pocos caracteres, cuñas más o menos convincentes, invectivas o frases cortas en vez de argumentos. Por lo mismo, se hace difícil entender los procesos de descomposición política o institucional (Chile ya lo sufrió gravemente en 2019) y la decadencia de algunos partidos se extiende por años, aunque permanezca oculta para muchos. Por lo mismo, vale la pena poner la pelota al piso, e intentar comprender los acontecimientos y la realidad actual desde una perspectiva histórica más amplia.

Una primera reflexión se refiere a la democracia chilena, desde 1990 en adelante. Las elecciones presidenciales, durante mucho tiempo, fueron relativamente predecibles, en especial en las primeras dos décadas -entre 1989 y 2010-, con repetidos triunfos de la Concertación de Partidos por la Democracia, que tuvo cuatro presidentes de la República: Patricio Aylwin y Eduardo Frei Ruiz-Tagle (ambos de la Democracia Cristiana y triunfantes con la mayoría absoluta en primera vuelta); luego Ricardo Lagos y Michelle Bachelet (pertenecientes al mundo socialista y que triunfaron en segunda vuelta). A continuación, se vino la época de la alternancia: Bachelet le entregó el mando a Sebastián Piñera, este a ella misma, que había sido la primera mujer gobernante en la historia de Chile, y luego regresó el líder de Chile Vamos a La Moneda. Entre medio, como se puede observar, ocurrieron dos cosas relevantes: por un lado, se produjo la primera elección en que triunfó la oposición, en 2009, cuando Piñera derrotó a Eduardo Frei en segunda vuelta; por otro lado, en un plano más conceptual y político, comenzó una etapa de críticas más repetidas y profundas contra el sistema institucional y socioeconómico vigente.

Un segundo tema es el desarrollo progresivo de un cambio cultural y generacional, que no tiene una fecha exacta de comienzo, pero que es visible y se puede analizar de buena manera al menos en los últimos veinte años. Desde los años 90 en adelante, la Concertación gobernaba con decisión y mayorías, pero fue perdiendo ascendiente y liderazgos en la base social. De esta manera, el Partido Comunista comenzó a triunfar en las federaciones estudiantiles (Jeannette Jara es un ejemplo de ello, en la Feusach), en el Colegio de Profesores y más tarde en la CUT; a ello se sumaron otros movimientos estudiantiles después, triunfadores en la FECH, en la FEUC y en otras casas de estudio, que de alguna manera darían vida a lo que fueron los distintos movimientos que conformaron el Frente Amplio. Esa potencia se notó con fuerza en las movilizaciones universitarias de 2011, que no sólo complicaron al gobierno del presidente Sebastián Piñera, sino que también provocaron un cambio cualitativo en la política chilena. Las consecuencias se notaron en diferentes planos: el ritmo de los eventos, de alguna manera, pasó del Congreso y los partidos a la calle; y luego el PC se incorporó a la Nueva Mayoría con la candidata Bachelet, en 2013. La revolución de octubre de 2019, si bien tuvo otro origen y forma de expresión, fue canalizada en alguna medida por esa nueva izquierda. En el mediano plazo, en 2021 Gabriel Boric fue elegido Presidente de la República y hoy la candidata de la izquierda es la comunista Jeannette Jara. No se trata de una secuencia lineal, ha tenido altos y bajos, pero la dirección es clara.

Como contrapartida a esa capacidad de acción política y generacional, ni la Concertación ni la centroderecha tuvieron ese talento, sumando una continua repetición de nombres para la primera magistratura y una incapacidad o falta de vocación por formar nuevos cuadros que asumieran responsabilidades. Veamos el tema presidencial. En la Concertación se repitió la postulación de Eduardo Frei en 2009, de Michelle Bachelet en 2013 (también “sonó” este año como potencial candidata), en tanto Ricardo Lagos emergió como una posibilidad para postular en 2017. En la centroderecha la cosa ha sido similar: en 1992 competían Sebastián Piñera y Evelyn Matthei para la definición al candidato de Renovación Nacional, aunque dichas postulaciones se frustraron por razones conocidas; en 1999-2000 emergió un dinámico y casi exitoso Joaquín Lavín, que nuevamente se presentó en 2005 y participó en las primarias de Chile Vamos en 2021. Con Piñera la situación fue similar: precandidato en 1999, candidato en 2005, 2009 y 2017, siendo elegido Presidente en estas dos últimas oportunidades. Algo análogo ocurrió en el caso de Matthei, candidata presidencial en 2013, tras las primarias en las que triunfó Pablo Longueira, quien declinó su candidatura; este 2025 vuelve a postular a La Moneda. En los tres casos, Lavín, Piñera y Matthei, comenzaron sus carreras presidenciales en la década de 1990.

Por cierto, la renovación de nombres y generacional es siempre un desafío político, más todavía si un grupo -partido o coalición- quiere seguir influyendo o conservar poder. En el caso de Chile en los últimos 15 años, los cambios se produjeron “por el lado”: en la izquierda, el Frente Amplio y la influencia creciente del Partido Comunista, que lograron superar a la antigua Concertación en los más diversos frentes; en la derecha, el Partido Republicano (al que se ha añadido en el último tiempo el Nacional Libertario), y en alguna medida Evópoli, sobre todo en sus promisorios comienzos. Lo mismo ha ocurrido con los liderazgos, como demostró la elección de 2021, cuando pasaron a segunda vuelta Gabriel Boric y José Antonio Kast, representantes de las fuerzas nuevas, algo impensable en el Chile de los 90 o 2000.

El tercer factor histórico se refiere al proceso que se inició el 18 de octubre de 2019: el estallido social, la rebelión popular o la revolución de octubre, como también le podríamos denominar (es la fórmula que utilizo yo, desde los días siguientes a la quema de las estaciones del Metro). En este sentido, se puede considerar la elección de Gabriel Boric como el último viento de la revolución, con todo lo que ello implicaba, y cuando todavía se desarrollaba un proceso constituyente de final entonces desconocido. Podríamos decir que en el primer semestre del Presidente Boric en La Moneda comenzó el proceso contrario, contrarrevolucionario por una parte y de normalización institucional, por otra. Eso es lo que explica la evolución del actual gobierno y el clima de la opinión pública, que en noviembre de 2019 reclamaba casi con urgencia una nueva Constitución, en tanto hoy tiene como principales preocupaciones la delincuencia y la seguridad, la inmigración y la situación económica. Eso es lo que ayuda a comprender, en buena medida -además de temas de gestión y otros- la evaluación ciudadana sobre la administración actual: el Presidente Boric se mueve en torno al 30% de respaldo en las encuestas, mientras el rechazo a su labor bordea el 60% habitualmente. Por otra parte, los candidatos de la oposición suman más del 50 o 55% en las diferentes encuestas y casi todos los postulantes a La Moneda enfatizan los mismos problemas, como la lucha por la seguridad y la necesidad de recuperar la economía, una verdadera síntesis tras años de debate ideológico y político.

Parece claro que cada semana volveremos a mirar las encuestas y a evaluar los avances de la carrera presidencial. Sin embargo, una comprensión del contexto histórico de las elecciones presidenciales nos permite una mirada más profunda y dar mayor densidad a un debate que a veces emerge pequeño y carente de imaginación.

 

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