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Elecciones Reino Unido: Una victoria histórica

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David Cameron celebrando con su esposa la rotunda victoria

La articulista del Daily Telegraph, Janet Daley, notó que algo extraño ocurría en su distrito electoral el día de las recientes elecciones realizadas en el Reino Unido (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte): aunque el sitio normalmente le da un escaño seguro a los Tories (conservadores), las colas de votación eran inusualmente largas –vale la pena recordar que las elecciones se realizan un día laboral, como cualquier otro-. ¿Qué sucedía? Se hacía presente algo que a los encuestadores y formadores de opinión les cuesta reconocer: lo que los sociólogos llaman el “votante conservador tímido.”

Y vaya que votó: en palabras de Michael Gove, ministro conservador: “desde 1983, año de una gran victoria de Margaret Thatcher, ningún gobierno en funciones había aumentado su mayoría parlamentaria como lo ha hecho el actual de David Cameron.” En suma, el partido logró la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes y su mejor resultado en veinte años. David Cameron podrá gobernar sin necesidad del apoyo de otro partido.

Una publicidad de campaña de los Conservadores, con especial referencia a los niños y jóvenes (Cameron, el candidato, solo aparece al final):

Se afirma que el partido Conservador logró el triunfo gracias al buen estado de la economía (aumento del empleo y del PIB como en ningún otro país europeo), lo cual es en parte cierto, pero tampoco es como para afirmar que las mayorías le dieron un voto de total confianza a las políticas de austeridad; la realidad, sobre todo la económica, nunca es simple. Y, sin duda alguna, los errores laboristas jugaron un papel fundamental.

A pocas horas de conocerse los resultados, los líderes de los tres partidos rivales derrotados, Laboristas, Liberales y el xenófobo UKIP, renunciaron a sus cargos –un muy británico ejemplo que valdría la pena que, en nuestros territorios más latinos, fuera seguido por la clase política en general-.

Al comenzar el conteo de votos, y producirse los primeros exit polls que anunciaban, contra todo pronóstico, una gran victoria Tory, lo que comenzó siendo una mala noche para los laboristas, que según las encuestas obtendrían una leve ventaja, se transformó luego en una terrible noche, y ya en la madrugada, en una catástrofe histórica que amenaza incluso la supervivencia del viejo partido socialista en uno de sus bastiones: Escocia. En resumen: la peor derrota del partido en 30 años.

Una gran novedad de esta elección es que, la tercera fuerza del país ya no es el partido Liberal, otro gran derrotado (hasta el día de la elección socio y parte del gobierno, pasó de 57 parlamentarios a solo 8, del 23.1% del voto a un magro 7.9%), sino un partido nacionalista, el Scottish National Party (SNP).

Los resultados más dramáticos para el laborismo se dieron en Escocia: el SNP ganó 56 de los 59 distritos electorales, y el jefe nacional de campaña de los laboristas, Douglas Alexander, perdió su escaño en Westminster ante Mhairi Black, una estudiante de tercer año de ciencias políticas de la Universidad de Glasgow, de apenas 20 años de edad, quien se ha convertido en el parlamentario más joven desde…1667. Los laboristas, en Escocia, perdieron 40 escaños de los 41 que tenían. Otro derrotado fue, por cierto, el jefe laborista en Escocia, Jim Murphy.

Aquí puede verse un video muy interesante: el momento en que se anuncia el resultado en el distrito electoral de Paisley & Renfrewshire South, en Escocia. Nótese que los resultados se dan en cada distrito; en el Reino Unido, afortunadamente, no tienen que esperar a ninguna Tibisay Lucena, del Consejo Nacional Electoral, que dé los resultados en la madrugada; cada distrito anuncia el resultado por vía de un alto funcionario público de la localidad, que oficia de «Acting Returning Officer» (en Escocia, «Returning Officer»). En el video, luego de que la Returning Officer lee el resultado, en el cual la joven estudiante Mhairi Black barre con el jefe nacional de la campaña laborista, Douglas Alexander (23.548 vs. 17.864 votos), podemos oír sus palabras de agradecimiento -por cierto, la robusta candidata a la derecha del grupo, representante de un partido socialista muy pequeño, y que festeja gozosa con el brazo en alto, sacó 278 votos-:

Detengámonos un momento en las razones de la derrota del partido de Tony Blair.

Comencemos por una afirmación de la analista Zoe Williams, de un periódico cercano al socialismo, The Guardian: el problema no es haber escogido al mesías erróneo; el problema fue buscar un mesías.” Habría que agregar que el líder equivocado ofreció el programa equivocado: la oferta electoral no podía ser popular desde el momento que significaba, en lo estratégico y en su visión de país, un retorno a posiciones radicales de ingrato recuerdo para los socialistas –y para la ciudadanía en general-. Recordemos que el éxito de Blair se debió no solo al abandono de los viejos dogmas marxistas, sino a que durante su gobierno no se tocaron los presupuestos fundamentales de la sociedad británica que impulsara su predecesora, Margaret Thatcher. Había un real peligro de que Ed Milliband, el hoy defenestrado líder laborista, destruyera todos los logros del periodo thatcheriano, y que se regresara al periodo de estatizaciones y de una grave intrusión del Estado en la vida de la sociedad británica. Es por ello que hizo su aparición el votante conservador “tímido”, el ciudadano que, contra lo que dicen los grandes medios de comunicación, sigue representando un número importante de electores, y que reaparece en los centros de votación cada cierto tiempo cuando siente que las bases fundamentales de lo “británico” se ven amenazadas. El Reino Unido, a pesar de las encuestas, no estaba de ningún modo inclinado al retorno de un modelo de socialismo que tanto daño hizo en el pasado. Absolutamente todas las encuestas subestimaron el voto conservador. Fueron consistentes únicamente en el error. Por ello, cuando los exit polls mostraron una fotografía completamente distinta, mucho incrédulo hizo aparición. Paddy Ashdown, histórico líder liberal, afirmó que si los exit polls resultaban ciertos, “se comería su sombrero” en la TV. Quizá porque no posee un estómago fuerte se negó a hacerlo al día siguiente, en un programa de noticias. La reacción del público en las redes sociales fue negativa; pobre hombre, tener que soportar las burlas encima del desastre sufrido por su partido. Pero fue rescatado luego, en otro programa (Question Time, de la BBC): le trajeron una torta en forma de sombrero, con el mensaje “eat me.”

Paddy Ashdown, en «Question Time» y la torta en forma de sombrero: 

El exitoso resultado del nacionalismo escocés produjo estas paradojas: cada vez que su líder, Nicola Sturgeon, atacaba a Cameron, movilizaba al votante conservador. Y la certeza de la victoria nacionalista en Escocia sembraba dudas en las posibilidades de un laborismo que, de haber quedado en primer lugar, casi con seguridad hubiera tenido que formar coalición de gobierno nada menos que con los triunfantes independentistas escoceses. Ello fue una de las principales líneas de ataque conservadoras a la zona de flotación del hoy Titanic laborista.

Se equivocan quienes desean reducir los problemas del socialismo a un debate entre el “Viejo” y el “Nuevo” Laborismo. Hay que revisar las viejas formas analíticas; como también dijo Zoe Williams, el problema del centro y de la izquierda es el mismo: no existen. (Con perdón del señor Blair, quien pidió “el retorno del partido al centro.”) Hay que superar los hábitos mentales que llevan a hacer análisis tomando como referencia realidades pasadas y caducas. Probablemente tiene razón Lord Hutton, quien ocupó diversos cargos importantes en los gobiernos de Blair, al afirmar que “el Laborismo solo podría ganar de nuevo si es capaz de evaluarse a sí mismo, y de hacerse las preguntas pertinentes acerca de nuestra naturaleza y características como partido político.Para él, la dolorosa derrota –doblemente dolorosa, porque había ilusión y esperanza de victoria- ha enviado al partido de vuelta al pasado al menos 30 años, debido a “la pérdida de apetito ciudadano por un menú de vieja escuela socialista.” El socialismo no necesita solamente un nuevo liderazgo capaz sino, incluso más, nuevos argumentos. Y -muy importante- según Pat McFadden, “hablar de cómo se crea riqueza, no solamente de cómo se distribuye.”

Todo partido en crisis debe dar respuesta a tres preguntas fundamentales: quiénes somos, qué somos, qué ofrecemos.

 Por eso la importancia histórica de la victoria conservadora: no solo vencen, evitando un retroceso y un auténtico salto al vacío, sino que su principal rival queda de rodillas, consternado, lleno de dudas, tiritando de frío, en una especie de zona fantasma.

Si respondemos la pregunta ¿quiénes somos? en referencia a los actuales votantes duros del laborismo, vale decir cuáles son los grupos sociales que mantienen su lealtad al partido, las respuestas son muy poco alentadoras: barridos de Escocia y del sur de Inglaterra –salvo Londres- y con graves pérdidas frente a las ganancias Tories en el norte inglés, a los laboristas les quedan algunas minorías étnicas (principalmente los musulmanes), el sector público sindicalizado, y los votantes defensores de todo tipo de causas ultraliberales del norte de Londres (donde los laboristas aumentaron de 38 a 45 el número de parlamentarios), que son más importantes cualitativa que cuantitativamente.

El criticado sistema electoral británico, especialmente en la Europa continental, por los defensores de la representación de las minorías -el “first past the post”– trajo un gran resultado: con un 12.6% de los votos, el xenófobo UKIP solo logró un parlamentario. De todos modos, existe una obvia preocupación ante ese buen resultado cuantitativo para estos señores defensores de la ceguera y de la reacción.

Según el sistema electoral británico la campaña electoral solo dura 25 días. El país se divide en 650 “constituencies” (distritos electorales), por lo que la mayoría necesaria para formar gobierno es de 326 parlamentarios; cada distrito posee aproximadamente 60.000 electores. Y el sistema se llama “first past the post” no porque los candidatos tengan que hacer alguna carrera campestre, sino porque –similar al sistema para escoger el presidente venezolano- quien saca más votos en cada constituency, así no alcance una mayoría del 51%, es el ganador.

John Cassidy, en una interesante nota de The New Yorker, se hace esta pregunta: ¿Hay algunas lecciones que puedan aprender los partidos y candidatos norteamericanos, frente a las elecciones del 2016, de sus primos británicos? A fin de cuentas, hay una tradición de buenas relaciones entre demócratas y laboristas, así como entre republicanos y conservadores. Un dato de comienzo: David Axelrod, quien ha sido siempre el máximo estratega de Obama, asesoró a los laboristas; y Jim Messina, el jefe de campaña de Obama en 2012, trabajó para los conservadores (al parecer, luego de dos elecciones victoriosas, los consultores demócratas gozan de popularidad general). Del mismo modo, algunas de las dinámicas internas de los partidos brits se replican de este lado del Atlántico: en el partido Demócrata, como en el Laborismo,  existe un ala radical que siempre aspirar a mover el partido hacia la izquierda, en enfrentamiento eterno con los centristas; y en los Tories, como es el caso de los republicanos, el tema de la inmigración es muy candente y polémico.

Un problema central laborista es que, si bien aumentaron el porcentaje de votos con respecto a 2010 -de 28.9% a 30.4%- no pudieron conseguir apoyos de los votantes que no son ni Tories ni socialistas: ello explica en parte el aumento espectacular de los nacionalistas escoceses, y el ya mencionado 12.6 % del UKIP.

Es claro que los demócratas, y su candidato -sea Hillary Clinton, sea otro- no tendrán el problema de verse amenazados simultáneamente por una izquierda y por una derecha nacionalistas. Asimismo, el tema inmigratorio (oferta electoral central de UKIP)  es claramente un problema para los republicanos, más que para los demócratas, ante el aumento perenne del voto latino, y las acostumbradas torpezas del liderazgo republicano en esas materias.

Otra diferencia en los escenarios de ambos países, es que en EEUU son los demócratas quienes están en el gobierno y, por lo tanto, son quienes pueden beneficiarse -como los conservadores en el Reino Unido- de la mejora de la economía. En EEUU, el déficit ha pasado de un 10%  del PIB en 2010 a un 3% hoy. Según las encuestas de Gallup, en 2012 un 60% de norteamericanos afirmaban que el principal problema era la economía. Hoy, es solo un 34%.

Y en el siempre importante asunto del liderazgo, Hillary Clinton -asumamos que ella será la candidata- no es precisamente Ed Milliband, el endeble ex-líder laborista, sin ángel, sin oratoria, mal vendedor de mensajes de cambio.

A pesar de la clara victoria del partido del Duque de Wellington, de Winston Churchill, de Benjamin Disraeli y de Margaret Thatcher, se prevén situaciones complejas en el futuro de David Cameron: por una parte, la llamada “cuestión escocesa”, no solucionada con la derrota de los nacionalistas en el referendo del año pasado, y por otra, las relaciones con el ala antieuropea de su partido, ante el hecho de que ya está decidida la realización de un referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, a realizarse en el 2017.

Al final, es posible que tenga razón la veta pragmática de Tony Blair, cuando afirmara, en los tiempos en que corría solo en las pistas políticas británicas: “lo que importa es aquello que funciona.”

 

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