Elías Amor Bravo: La gran bancarrota cubana: ¿y la definitiva?
Quien dijo que 2020 iba a ser peor para la economía cubana que 2019 acertó de pleno. Todavía no ha pasado el segundo mes del año, y una información de agencias ( Reuters) sacudía a los analistas y observadores internacionales. El Gobierno comunista ni ha reaccionado, y lo que es peor, ni se espera que lo haga, a pesar de la gravedad de los hechos.
Varios medios especializados se hacían eco de que Cuba había dejado de realizar el año 2019 los pagos de su deuda reestructurada a los países acreedores. La decisión del gobierno de Raúl Castro tiraba por los suelos la confianza que había depositado el llamado Club de París, que había negociado con el régimen generosas condonaciones de la deuda y de los intereses de la misma. Una práctica que, en su momento, fue cuestionada por expertos en mercados de capitales y que ha producido justamente los resultados que se preveían en aquel momento. Y solo han pasado tres años y medio.
El acuerdo establecía una favorable condonación, y el Gobierno cubano se comprometía al pago de los intereses, al tiempo que asumía penalizaciones en caso de incumplimiento
En 2015 Raúl Castro obtuvo un espaldarazo importante de los acreedores internacionales al lograr la firma de un acuerdo para reestructurar una deuda que venía arrastrándose desde los años 80 del siglo pasado, y que para muchos era incobrable. El acuerdo establecía una favorable condonación, y el Gobierno cubano se comprometía al pago de los intereses, al tiempo que asumía penalizaciones en caso de incumplimiento.
Conviene señalar que las bases de aquel acuerdo, que vinculaba a unos 14 países acreedores, estaban sólidamente respaldadas por las evidencias que se acumulaban del proceso de mejora de relaciones de la isla comunista con EE UU. Un número importante de expertos y analistas confirmaron que el acuerdo era excepcionalmente beneficioso para Cuba, ya que los pagos acordados eran asumibles tomando en consideración diversos indicadores fundamentales de la economía, y a partir del conocimiento de las informaciones que, a cuentagotas, ofrecía el régimen sobre la evolución del turismo, las inversiones extranjeras y el sinfín de reformas puestas en marcha por Raúl Castro desde 2008. Era un acuerdo basado en la confianza hacia alguien que, hasta entonces, no había hecho mérito alguno para merecerla.
El acuerdo resultó tan beneficioso para Cuba que algunos países endeudados, y que aparecían en la nómina del Club de París, se volvieron hacia la organización en demanda de condiciones similares. Lo que no sabían es que prácticas de este tipo, lejos de resultar beneficiosas, no son sostenibles a medio y largo plazo. El deudor estructural, que no es responsable del cuidado de sus equilibrios financieros, si obtiene una condonación, lo más probable es que vuelva a endeudarse, e incluso aumentando los niveles respecto a la que utilizó en el pasado. Ciertamente, una condonación como la obtenida por Cuba en 2015, puede resolver problemas a corto plazo, pero los agiganta a medio y largo plazo, si no existe disciplina, responsabilidad y no se hacen bien las cosas.
El régimen ha culpado a EE UU del incumplimiento de los pagos. Esta es la tesis defendida a nivel político e institucional por el ministro Cabrisas, encargado de la negociación con los acreedores en París y responsable de las declaraciones que han dado la vuelta al mundo. Ni el Gobierno comunista ni responsables del Club de París, o de países involucrados como Francia o España, han querido hasta el momento decir nada al respecto, de modo que los silencios han contribuido a aumentar la alarma internacional.
Cuba tiene que dejar de comportarse como un Estado fallido en términos de responsabilidad frente a los mercados de capitales, porque si no lo hace, los actuales problemas financieros van a ser mucho peores
Y realmente no es que la deuda cubana vaya a crear problemas a la economía mundial por su importe. Los 8.500 millones de dólares del acuerdo de 2015 son una cantidad que se puede gestionar con cierta facilidad, si bien, para un Estado que nunca ha asumido sus obligaciones, todo es posible. La suspensión del pago de los intereses correspondientes a 2019 ha encendido las alarmas y a muchos los ha devuelto a situaciones similares en tiempos de Fidel Castro, que se acababan resolviendo con un viaje a la Isla y algunas fotografías con el dictador, como recuerdo.
Eso, ahora, con Díaz-Canel, es impensable (debe pagar el 1,5% en plazo, y si se produce retraso, el interés aumenta al 9%) por lo que Cuba tiene que dejar de comportarse como un Estado fallido en términos de responsabilidad frente a los mercados de capitales, porque si no lo hace, los actuales problemas financieros van a ser mucho peores y se apagará la economía, peor que en el período especial. La demagogia de Fidel Castro atacando al FMI o al Banco Mundial simplemente acabó.
Hay varias lecciones que se pueden extraer de esta experiencia fallida del régimen comunista.
Primero, dar facilidades a los insolventes y fallidos no es la mejor estrategia de los acreedores; por el contrario, los que no pagan deben ser presionados para cumplir sus compromisos y en caso contrario, penalizarlos de acuerdo con el derecho internacional. Una parte de la responsabilidad, yo diría que mucha, la tienen los acreedores que condonaron las deudas y reestructuraron los pagos de intereses favorablemente. Asumieron un riesgo irresponsable, y ahora deberán responder ante sus consejos de administración.
Segundo, confiar la devolución de unos préstamos con base a escenarios improbables (quién iba a pensar en 2014-15 que la situación de Venezuela iba a ser la actual, o que EE UU con su nuevo presidente iba a exigir responsabilidades al régimen castrista por las confiscaciones revolucionarias a sus ciudadanos y empresas). Cuando no se tiene una base económica solvente, y Cuba no la tenía, y lo que es peor, no la tiene, condonar deudas y reestructurar pagos de intereses es pan para hoy y hambre para mañana. Pero es que el mañana ya llegó y hay que reaccionar.
Fuentes oficiales la sitúan en un 20% del PIB, rondando los 18.200 millones de dólares, pero estoy convencido DE que esa cifra puede ser actualmente más del doble
Tercero, las negociaciones entre el deudor y los acreedores pueden arreglar cualquier dificultad, por compleja que sea, pero hay que valorar qué se pone en la balanza. La recaudación en las tiendas de divisas por la venta de electrodomésticos es poca cosa. Las remesas no alcanzan los niveles del pasado, el turismo decrece, la inversión extranjera no alcanza los registros esperados, las cosechas son improductivas. ¿Con qué se va a negociar? Las consideraciones ideológicas del régimen comunista cubano le impiden actuar con responsabilidad para hacer frente a las deudas. Los negociadores han perdido la paciencia. Por medio, los inversores en la Isla pueden ir haciendo las maletas, porque este año van a tener muy difícil repatriar beneficios a las casas matrices.
Cuarto, llegados a este punto, el colmo de la irresponsabilidad, el mismo que planteaba en 2015, es ¿a cuánto asciende la deuda cubana realmente? Fuentes oficiales que se remontan precisamente a 2016 (desde entonces no se han dado informaciones) la sitúan en un 20% del PIB, rondando los 18.200 millones de dólares, pero estoy convencido de que esa cifra puede ser actualmente más del doble, y la deuda superar el 60% del PIB cubano, lo que es una situación insostenible ya que toda la deuda depende del estado, que concentra todos los recursos de la economía. Mala solución para privatizar por la fuerza, pero no parece que pueda haber otra.