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Elías Amor: El azúcar en Cuba va en caída libre

Que se esté hablando del modelo de ciencia e innovación en el azúcar cubano, no deja de ser una broma de mal gusto.

Un operario en el central 'Antonio Sánchez', Aguada de Pasajeros, Cienfuegos.
Un operario en el central ‘Antonio Sánchez’, Aguada de Pasajeros, Cienfuegos. AFP

 

No queda otro remedio. Habrá que asumir un nuevo año de pésimos resultados en la zafra azucarera cubana. Un año más de irreparable caída del que fuera sector principal de la economía cubana.

A corto plazo, la situación es dramática. Según datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadística (ONEI), el PIB obtenido en el azúcar en los seis trimestres que transcurren desde el primero de 2021 hasta el segundo de 2022, ha  descendido en cinco.

Empezó mal en el primer trimestre de 2021, con -28,8% de variación interanual. Después, en el segundo trimestre la tasa descendió más aún, -33,1%. Luego en el tercero hubo una cierta recuperación del PIB en la industria azucarera, con un 7,8% de aumento, pero en el cuarto volvió a caer un espectacular -68,5%.

En el primer trimestre de 2022, el PIB en el azúcar bajó un -34,5%, y en el segundo intensificó la caída, -43,8%. Y en estas estamos. Esto significa que, desde el primer trimestre de 2021 el PIB del sector azucarero cubano ha bajado casi un -34% de media. En el mismo período, el PIB estimado para toda la economía lo hizo en un 3%. Nada que ver.

Los datos del azúcar no pueden ser peores y se asiste, con absoluta indolencia, a una caída y muerte lenta de un sector que fue líder de la economía. El hecho de que se anuncie en la prensa oficial que tan solo molerán en la próxima campaña 23 de los 56 centrales funcionales, ofrece una idea de la situación del sector, que se puede calificar de caótica.

Así que, cuando ya falta menos de un mes para el comienzo de la zafra azucarera 2022-2023, los 23 centrales que van a funcionar representan una cifra inferior a la de campañas anteriores, asumiendo la menor producción que va a tener lugar, en otro año de cifras negativas. Visto en esta perspectiva, la apuesta por la eficiencia y constancia en los recursos para mantener una producción estable que defienden los dirigentes, es falsa. El azúcar cubano se encuentra inmerso en un círculo vicioso de destrucción lenta y dolorosa, al que lo llevó primero Fidel Castro, y ahora sus sucesores.

Existen temores crecientes de que los centrales que no funcionen sean desmantelados, a pesar de que los dirigentes dicen lo contrario. Y, al respecto, se dispone que «los centrales que no muelan en esta zafra continuarán las labores de reparación, mantenimiento y conservación para garantizar la zafra siguiente, a partir de la gestión de recursos dentro del territorio nacional, para lo cual se dispone de financiamiento».

Pese a este mensaje tranquilizador, los temores al desmantelamiento se mantienen. Básicamente, porque el azúcar cubano no tiene una estrategia de negocio desde que Fidel Castro ordenase a comienzos de este siglo la reconversión del sector. No es fácil volver atrás, porque otros países han ocupado la cuota en el mercado mundial que dejó Cuba con aquellas decisiones absurdas. De modo que lo que no funciona, se deteriora, y si los costes de reparación son inasumibles, no cabe otra que desmantelar. El azúcar, por desgracia para la nación, ha dejado de ser una prioridad para los comunistas y se debe preparar para lo peor.

Los inventos que se han ideado, de producción diversificada además de la caña, considerando la economía circular, así como el modelo de ciencia e innovación, son patrañas burocráticas que no sirven para resolver el problema de alimentación a la población, que no recibe ni una libra de malanga de estos experimentos comunistas. Que se esté hablando del modelo de ciencia e innovación en el azúcar cubano, no deja de ser una broma de mal gusto a estas alturas de la historia.

En cuanto al futuro de los trabajadores de los centrales que se quedan inactivos, conocido es lo que va a ocurrir. Los dirigentes dicen que «se mantendrá la fuerza de trabajo; una parte participará en la conservación y preservación del ingenio y otra se incorporará a las labores de mantenimiento y reparación, una vez se autorice la financiación para estas actividades, como parte de las 93 medidas para salvar la agroindustria azucarera nacional». También está previsto que «otros trabajadores se reubiquen en labores de producción de caña, de alimentos y producciones diversificadas, que constituirán las principales fuentes de ingresos personales», sin precisar cuántos.

En suma, la respuesta del régimen es ocupar a los excedentes laborales en tareas improductivas financiadas con cargo al presupuesto estatal (más déficit), en vez de dedicarlos a aumentar la oferta nacional de bienes y servicios. Lo cierto es que en perspectiva histórica, otra buena forma de  contemplar el hundimiento del sector azúcar es con las cifras de ocupación. En 2017 trabajaban en la industria azucarera más de 50.000 personas, mientras que, con datos de ONEI, en 2021 la cifra se había reducido a 47.800 un lento y doloroso goteo que, en absoluto, ayuda a entender esa «resiliencia»del sector de la que se vanaglorian los dirigentes.

Sinceramente, desde esta perspectiva, parece una burla cruel que el régimen dedique los excedentes laborales del azúcar a la construcción de 447 viviendas, en su mayoría en comunidades cañeras, o al rescate y puesta en funcionamiento de 29 carpinterías y cuatro centros de producción de materiales de construcción en los centrales azucareros. Los datos, simplemente, no salen. Y lo más probable es que no se cumpla nada.

Es lo mismo que ocurre con la asignación de tierras. Las autoridades defendieron igualmente la asignación de 57.427,6 hectáreas de tierra a las empresas azucareras y de apoyo, de las cuales se destinarán más de 45.000 hectáreas para la siembra de caña y 12.426 hectáreas para la producción de alimentos, y se destacó que actualmente están operativas 16.024 hectáreas de tierra, de las cuales están destinadas para caña 9.837. Las cifras revelan un aumento excesivo en la entrega de tierras que, casi seguro, habrían tenido una aplicación mucho más productiva y eficiente si se confiasen a los productores privados, con mucha más capacidad para adaptarse a las demandas de los consumidores huyendo del formato estatal de alimento animal, alcoholes y mieles, con el punto de mira en la exportación y la obtención de divisas, en vez de dar prioridad a la alimentación nacional.

No hay solución para el azúcar cubano con este modelo. El sector va degradándose poco a poco por la falta de financiación productiva, la obsolescencia de las instalaciones y la pérdida de referencias de Cuba en el mercado mundial. Contemplar como la ideología política entierra siglos de herencia cultural, económica y social del pueblo cubano, es una auténtica vergüenza de la que, a estas alturas de la historia, ni siquiera cabe exigir responsabilidades, aunque siempre quedará en los anales quién fue el responsable principal de este desastre. Aunque ya no esté para verlo.

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