DictaduraEconomía

Elías Amor: ¿Qué hacer con la economía cubana en 2022?

El régimen solo podrá reducir la penosa dependencia del exterior si logra restablecer el crecimiento de la productividad

MADRID, Estados Unidos. — En un momento complejo como el actual, no cabe duda de que muchos cubanos quieren saber qué se puede hacer en materia de política económica para superar el complejo escenario. El interés de la población por los asuntos económicos es superior a otros países.

La respuesta es simple: hay que cambiar estructuras, perspectivas y procedimientos, al tiempo que los objetivos a lograr se delimiten de forma adecuada en el horizonte temporal del corto, medio y largo plazo. Esta es la propuesta que se contiene en este trabajo.

1. La agenda de corto plazo: estabilizar

A corto plazo, no queda más remedio que recuperar los equilibrios interno y externos, olvidándose de las recomendaciones hilarantes de Frei Betto. En el primer caso, controlar la inflación y el déficit público exigirá un esfuerzo de estabilización económica que debe situar a la política monetaria en el centro de las decisiones a acometer, dados los estrechos márgenes con que cuenta la política tributaria. El desequilibrio externo, quizás el más grave, plantea que la histórica dependencia creada por el régimen de Fidel Castro de fuentes externas de divisas ha llegado a su fin y que toca cambiar el enfoque de políticas.

Las políticas de estabilización tienen unos costes sociales que el régimen comunista tendrá que asumir, no cabe la menor duda que ello será así, pero acaban provocando un escenario más favorable para el desarrollo y prosperidad de la actividad económica, cuando se superan los desequilibrios. El crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) volverá a ser escaso en 2022 y, desde luego, no se acercará ni a la mitad del 3,5% proyectado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en su informe antes citado. Si el ajuste del presupuesto de 2022 se cumple, la reducción de los estímulos fiscales a las empresas obligará a mantener precios altos y la tensión inflacionista subyacente. La reducción de los ingresos no tributarios es importante, pero insuficiente para que los actores económicos salgan del círculo vicioso en que se encuentran. Habría que haber avanzado más en materia de rebajas fiscales.

2. La agenda de medio plazo: reformar

A continuación, se tiene que actuar a medio plazo. Hay que impulsar reformas estructurales que permitan ir reduciendo la participación del Estado en la propiedad de los medios de producción y la economía, abriendo espacios crecientes para la actividad privada. En este ámbito se tiene que trabajar con más intensidad, sin miedos ideológicos y perseverando en el objetivo primordial de llevar a la economía cubana a una posición compatible con el resto del mundo.

El urgente y necesario trasvase de poder económico del Estado al sector privado debe ir orientado a situar la participación del Estado en la economía en torno a estándares similares a la media de países de América Latina, y como parte de ese esfuerzo de reforma estructural, dar un mayor peso a las inversiones en el PIB de la economía para sentar las bases del crecimiento a más largo plazo.

En ese sentido, hay que apostar por una política tributaria que descanse en impuestos sencillos y fáciles de gestionar (renta, IVA y sociedades) diseñados con criterios eficientes y modernos que fomenten la actividad económica. Los ingresos no tributarios y los subsidios con los que interviene el Estado en las empresas deben desaparecer definitivamente. Las reformas jurídicas estructurales en el régimen de derechos de propiedad han de orientarse a incrementar la participación del sector privado en la mayor parte de actividades económicas, incluyendo los servicios públicos, por medio de colaboración público y privada que reduzcan la dependencia de la economía del presupuesto. Trasladar a los actores privados la responsabilidad de generar la oferta de la economía en condiciones de cantidad y calidad suficientes supone un ejercicio definitivo para cambiar las condiciones en que opera la economía cubana durante seis décadas.

El siguiente paso es lograr que los mercados se encarguen de asignar los recursos y fijar los precios de todos los bienes y servicios, para lo que se deben suprimir los sistemas de intervención de precios regulados, centralizados, topados, etc. La incapacidad del régimen para combatir el fenómeno de la inflación es una demostración de que el modelo social comunista no rige en las relaciones mercantiles y que se tiene que ir eliminando. La planificación central intervencionista en la economía debe ser sustituida por una planificación indicativa destinada a promover un entorno de confianza a la actividad privada. Las inversiones extranjeras deben flexibilizarse completamente, sin restricciones y favorecer la participación internacional en proyectos de trabajadores por cuenta propia sin injerencias estatales o partidistas.

3. La agenda de largo plazo: recuperar el futuro

A más largo plazo, hay que trabajar en tareas que se tienen que acometer con la máxima diligencia porque no admiten retrasos. Posiblemente sería conveniente recurrir al asesoramiento especializado de organismos internacionales, como buena muestra del régimen comunista de su compromiso de transparencia, claridad y certidumbre. Se trata de dejar atrás actuaciones que 63 años no han tenido la menor atención, provocando daños profundos en las estructuras de la economía.

En concreto, habrá que atender a la cuestión demográfica, con el envejecimiento poblacional, la reducción acelerada de la natalidad y el descenso de la población, sin aportes de inmigración procedentes del exterior. Este comportamiento de la población cubana es la demostración más evidente del fracaso del modelo social comunista. Los jóvenes se van del país y dejan a Cuba convertida en una nación envejecida, sin futuro, con compromisos crecientes de gasto público que no se podrán atender porque los sistemas no están diseñados para ello. La solución de la cuestión poblacional debe ser urgente con especial atención a las pensiones y los mecanismos de ahorro colectivos.

Será necesario prestar atención a la mejora sostenible de la productividad de los factores productivos (no solo del trabajo, sino del capital, la tierra, etc.) que se podrán beneficiar de las reformas estructurales en el modelo de la fase anterior (derechos de propiedad, mercado, libertad de elección), incorporando un cambio en el modelo productivo, de modo que la manufactura y el sector agropecuario alcancen una mayor participación, al tiempo que se apueste por actividades tecnológicas que incorporen servicios de valor añadido.

El régimen solo podrá reducir la penosa dependencia del exterior si logra restablecer el crecimiento de la productividad. En tal caso, la economía podrá generar suficientes recursos para todos. De hecho, las economías que han tenido éxito a la hora de apostar por el aumento de la productividad son las que presentan una mejor salud, al tiempo que son capaces de construir un modelo productivo sólido y equilibrado, capaz de hacer frente a situaciones de crisis temporales o shocks de oferta sobrevenidos por diferentes causas. Por el contrario, cuando no se atiende de forma debida el objetivo de la productividad, las economías entran en un penoso letargo que apunta hacia un progresivo agotamiento que termina generando un círculo vicioso del que resulta cada vez más difícil salir.

El descenso alarmante de la productividad del factor trabajo en Cuba (único que se puede medir con las estadísticas oficiales) ha coincidido con un proceso de crisis agropecuaria y destrucción de la base industrial manufacturera de la economía, y sobre todo, de la industria del azúcar. Y mientras esto ocurría, el régimen comunista ha formulado una apuesta por la terciarización adicional de la economía que ha generado una redistribución del empleo en favor de los servicios en un contexto de estancamiento del valor de la producción.

En términos de tendencias de largo plazo, el número de trabajadores ocupados en Cuba ha disminuido desde 2011 un -7,3%, equivalente a 366 300 personas. Por otra parte, el PIB en precios constantes, medida de la producción real, ha caído casi el doble, un -14% en el mismo período. De ello se desprende que la pérdida de la productividad en dicho período ha sido de un 6,8% y, como indican los datos disponibles, se ha concentrado fundamentalmente en las actividades industriales y agropecuarias, que han visto como se reduce su capacidad de producción, limitando de forma estructural la oferta que llega a los consumidores y tensando al alza los precios. El fracaso de la productividad de la economía cubana es uno de los factores que apunta a la necesidad de un cambio del modelo productivo, justo lo contrario de lo que dirigentes políticos tenían como objetivo. Este escenario se tiene que revertir cuanto antes por el bien de todos los cubanos.

La productividad del trabajo depende de la cualificación del empleo, lo que exige inversiones continuas en capital humano, también en tecnología I+D, sobre todo en digitalización, y, en las condiciones actuales, en los procesos de gestión, la forma de dirigir las empresas. No se resuelve el déficit de productividad con más gasto corriente superfluo, sino con inversiones.

La clave está en hacer bien las cosas en la industria manufacturera y el sector agropecuario, así como la construcción de viviendas y determinados servicios de valor añadido e intensidad tecnológica orientados al exterior. El estado comunista ya ha tenido su oportunidad para hacerlo en 63 años y el resultado es más que evidente. Ahora el régimen tiene una opción alternativa ampliando espacios para que sea el sector privado el que lidere la producción nacional, y no se trata de un ensayo teórico, ni de un enunciado genérico, sino de una práctica inteligente que lleve a la economía cubana a una normalidad con respecto a la mayoría de las economías del mundo.

Y por supuesto, este cambio de estructuras se tiene que ejecutar implementando las reformas necesarias en los procesos de distribución de los derechos de propiedad, para que el sector privado lidere la generación de riqueza y prosperidad en la economía, compatible con un estado de bienestar que pueda conservar algunos de los llamados “logros de la revolución”. Sin aumentos de productividad de los factores, esos servicios también se verán comprometidos.

 

 

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