Empresas Polar sobrevive al chavismo
El presidente de Polar, Lorenzo Mendoza, ayuda a preparar una arepa gigante en un acto celebrado en Caracas en 2011. / JUAN BARRETO (AFP)
Empresas Polar se jacta de generar el 3% del PIB no petrolero de Venezuela y de contribuir con 4% de los impuestos no procedentes del crudo. Además, con 29 plantas de producción en todo el país, su capacidad industrial solo es equiparable con la de la petrolera estatal PDVSA. Pero estas cifras, por elocuentes que sean, no alcanzan a expresar suficientemente la importancia que esa corporación familiar, fundada en 1941, tiene no solo en la economía venezolana, sino hasta en la cultura popular.
Como otros emporios en la región, el grupo tiene origen en la producción y comercialización de cerveza, un negocio pingüe en Venezuela, un país de clima cálido, altos ingresos y, sobre todo, buenos bebedores: todavía en 2012, los venezolanos aparecían en el octavo lugar del ranking mundial de consumidores de cerveza, con 85,5 litros per cápita al año —un hábito y un mercado a los que, en buena medida, Polar contribuyó a dar forma—.
En 1960, Polar consiguió industrializar la producción de la harina precocida de maíz para preparar la arepa, el pan venezolano. Es probable que cualquier habitante del país, de cualquier condición social, consuma a diario algún producto de las 38 marcas de Polar. En la actualidad el grupo de empresas organiza sus negocios en tres áreas —cervezas, alimentos y bebidas, este último nucleado en torno a su asociación con la multinacional PepsiCo—. Solo en alimentos procesados, en 2014 se calcula que Polar producía el 24% de los volúmenes que se consumen en todo el país. De vinos a agua, de detergentes a pastas, de gaseosas a alimentos concentrados para animales, medio centenar de productos figuran en su catálogo.
Sin embargo, la omnipresencia de Polar en la vida del país —es además el principal patrocinador de los espectáculos deportivos más populares, y financia una de las fundaciones filantrópicas más grandes de América Latina— inevitablemente la expuso a las turbulencias políticas de los últimos 15 años. Durante décadas el grupo encarnó, en el imaginario de la izquierda local, la figura del empresariado oligárquico. Por eso no extraña que, desde la llegada del chavismo al poder, en 1999, haya sufrido permanente acoso.
“Un monopolio con forma de pulpo”, lo llamaba en un titular de 2010 el portal Aporrea, portavoz del chavismo más radical. El mismo comandante Chávez hizo recriminaciones públicas al grupo en varias ocasiones, hasta llegar a amenazarlo con la expropiación. La empresa tiene que lidiar constantemente con los controles de precios oficiales, las trabas en la concesión de licencias de importaciones o en el acceso a divisas para el pago de proveedores, contratiempos que lastran la eficiencia de sus operaciones. De vez en cuando algunos sindicatos internos, dirigidos desde el oficialismo, plantean conflictos laborales que afectan la producción. En su Informe de Alimentos, colgado en la web corporativa, Polar contabilizaba, de marzo de 2008 a noviembre de 2014, 1.835 inspecciones de autoridades gubernamentales a sus instalaciones.
Aunque resulte paradójico, el áspero entorno para los negocios en Venezuela —una auténtica rémora para cualquier emprendimiento, de la escala que sea— ha servido para comprobar la solidez del grupo. Aún sintiendo el aliento del Gobierno en la nuca, sigue siendo capaz de producir 1,6 millones de toneladas de alimentos al año y facturar al año alrededor de 2.400 millones de dólares (2.033 millones de euros), un cálculo grueso y muy determinado por el complejo esquema de paridad cambiaria vigente desde 2003.
El desafío también se produce en el campo de la reputación corporativa. Mientras en Venezuela se agrava el desabastecimiento de productos de consumo básico, varios portavoces gubernamentales apuntan con frecuencia a Polar como cómplice de la presunta “guerra económica” que se fraguaría en su contra. En recientes intervenciones televisadas, el presidente Nicolás Maduro insinúa que el consejero delegado de Polar, Lorenzo Mendoza Giménez —a quien se refiere con el mote de El Pelucón—, se prepara para hacer su incursión en la política como líder de la oposición.
Mendoza Giménez, de 50 años, cabeza visible de la tercera generación de la familia fundadora, niega tales intenciones. De bajo perfil, apareció en el puesto 464 de la lista de Forbes de las 500 mayores fortunas del mundo en 2014. La revista le atribuye un patrimonio de 3.500 millones de dólares.
En mayo de 2013 Mendoza tuvo que hacer una inusual aparición en la televisión nacional. En ese momento, en el marco de los diálogos que propulsaban el Vaticano y Unasur, y ante la escasez de productos alimenticios que ya empezaba a mostrar su crudeza, fue convocado por Maduro a una reunión. A la salida, Mendoza ofreció su versión sobre el cónclave, en el que, si bien daba la bienvenida a la concertación, no vaciló en asegurar cómo Polar producía a plena capacidad mientras otras empresas del sector alimenticio, la mayoría en manos del Estado, estaban paradas o trabajaban a medio gas. Su corta alocución dio al público venezolano pistas para entender por qué, a pesar de tanta diatriba, el chavismo ha contenido su apetito expropiatorio frente a Polar: si diera el último paso, el Gobierno —que ya tiene que importar 10 millones de toneladas al año— se quedaría con la única fuente de alimentos en la que se puede confiar.
Concentrada en defender su bastión local, Polar no ha descuidado su estrategia de paulatina internacionalización. Desde 1996 tiene operaciones en Colombia, donde produce 60.000 toneladas de harina precocida y vende alrededor de 120 millones de dólares al año. En 2010 terminó una planta para la producción de maltas en el estado de Florida, Estados Unidos.
Otro alcance tienen sus alianzas con jugadores internacionales. En 2010 fundó Pascual Andina en sociedad con el español Grupo Leche Pascual, con el objetivo de atender el mercado de la costa pacífica de Sudamérica, y que ya comercializa la marca MiGurt en Venezuela. Un año más tarde entró a participar en el grupo GEPP para crear, junto a Geusa y Pepsico, una de las mayores embotelladoras de gaseosas en México.