En 1967, Fidel Castro alardeaba: «llegará un momento en que podamos decirle también al pueblo: ‘el café que quieran vayan a buscarlo al mercado gratuitamente'». Sin embargo, desde que los Castro convirtieron la Isla en finca privada, la producción cafeteraha caído de más de 60.000 a menos de 6.000 toneladasanuales, lo que impide que Cuba aproveche los actuales precios récord de entre 3.000 y 4.000 dólares por tonelada de café que se pagan en el mercado internacional.
En la cadena cubana de producción de café, las empresas procesadoras son un actor principal. Por un lado, compran la materia prima a los campesinos, a quienes, además, financian y proveen insumos; por otro lado, venden el café procesado y empacado a las exportadoras estatales, que lo colocan en el mercado internacional. Pese a ese estratégico rol, y amén de los altísimos precios internacionales, las empresas cubanas procesadoras de café están todas en quiebra.
Y es que el precio del grano en Cuba no depende del libre mercado, sino del Gobierno, que ha decidido que las empresas procesadoras compren a los campesinos a razón de 149.000 pesos por tonelada el café arábigo, y a 83.000 el robusta, pero cuando después del proceso industrial lo venden a las exportadoras estatales, solo pueden cobrar a 72.000 y 46.000 pesos la tonelada, respectivamente, lo que las condena a asumir pérdidas millonarias.
Como el tipo de cambio 1×24 con el que aún trabaja el sector estatal imposibilita compatibilizar los precios de compra y venta del café, el Gobierno ha optado por subvencionar las pérdidas. Solo el año pasado, el presupuesto estatal desembolsó 419 millones por ese concepto.
Al tipo de cambio 1×24, si las empresas exportadoras tuviesen que pagar 149.000 pesos por tonelada de café arábigo —tomando como referencia el precio del campo—, para ser sostenibles tendrían que exportar a más de 6.000 dólares un café que hoy vale menos de 4.000, es decir, no podrían competir en el mercado internacional. A las empresas procesadoras se les ha designado para hacer de bisagra entre productores y exportadores, asumiendo las pérdidas por tipo de cambio.
Se podría pensar que no es mayor problema que el Gobierno aporte dinero vía subvención pues, al fin y al cabo, tanto las exportadoras como las procesadoras son empresas estatales, con lo que solo sería relevante, desde el punto de vista gubernamental, el gasto total en que incurre como intermediario entre productores locales y compradores internacionales. Así, el subsidio complementaría una realidad financiera.
Aunque contablemente ese razonamiento es válido, deja de lado el factor humano, específicamente a aquellos cubanos que trabajan en las empresas procesadoras de café que, debido a quedar en pérdidas, están impedidas o limitadas para aplicar estímulos salariales, pagos diferenciados o distribuir utilidades, con lo que la mano de obra permanece más desmotivada que la del resto del país… que ya es mucho decir.
Lo peor es que, para «completar» el salario, los trabajadores de estas empresas han diversificado sus labores, dedicándose ahora también a producir cultivos varios, desmochar palmiche, procesar frutas, recolectar yaguas o criar cerdos, lo que no sería problemático si no fuera porque esas «alternativas» representan el 80% de sus ingresos reales, lo que descarta que puedan especializarse en su objetivo económico: desarrollar el café en Cuba.
Décadas de planificación centralizada e infinitas absurdidades como el de estas empresas procesadoras de café, han esclerotizado la economía cubana, haciendo que lo que debía ser un sistema financieramente coordinado para satisfacer las necesidades del pueblo, se haya convertido en un sistema políticamente coordinado para satisfacer las necesidades del Gobierno.
La acumulación de aberraciones fomentadas por la politización de la economía no se resolverá, como pretende hacer el castrismo actual, transfiriendo mayores cuotas de autonomía en la gerencia hacia burócratas más cercanos a la producción, ya sea a nivel municipal o empresarial.
Los «cuadros» locales y empresariales de un sistema burocrático pueden imitar pálidamente, pero no sustituir, a verdaderos empresarios que se juegan su patrimonio en cada decisión. Descentralizar no debería ser un nuevo reparto de responsabilidades dentro del mismo sistema, descentralizar ha de ser un cambio de sistema que signifique, fundamentalmente, un cambio en la propiedad… pero los dueños de «finca Cuba» no quieren soltar.
A escasos kilómetros de la Luis Bocourt, una de estas malogradas empresas procesadoras de café, se yerguen orgullosas las ruinas del legendario cafetal Angerona, uno de los mayores del país en el siglo XIX, cuando era el principal exportador mundial del producto.
Que los fundadores de aquella exitosa empresa cafetalera la nombraran Angerona —diosa romana de la Angustia— parece una premonición de los amargores que, desde el más allá, sufrirían atestiguando la destrucción de tan prospero negocio a manos de los dioses (o demonios) de Birán.