En Cuba, una termoeléctrica abandonada sirve de viviendas a unas 50 personas
"No tenemos libreta de abastecimiento ni agua, aunque sí pagamos la corriente"
El recinto abandonado de la termoeléctrica Frank País, una mole ubicada en las inmediaciones de la bahía habanera, podría servir de escenario a un filme apocalíptico. Sin embargo, un sillón oxidado junto a una turbina, dos cubetas recién utilizadas y cordeles con ropa tendida son signos de que en el interior del edificio –presidido por un mapa colosal de Cuba y un globo terráqueo– viven varias familias.
«Alrededor de 50 personas, más o menos», calcula Jorge, un jubilado de 67 años que solía trabajar –como la mayoría de los que viven en la Frank País– para la Empresa Eléctrica de la capital. «Son 18 casas», añade, aludiendo a los cubículos de la central reconvertidos en hogares. Sin privacidad ni condiciones, desde luego, pero al menos, afirma, tienen un espacio.
En la vieja termoeléctrica, construida por una empresa norteamericana en los años 50 y cerrada en 2001, se vive bajo el acoso de la indigencia. «No tenemos libreta de abastecimiento ni agua, aunque sí pagamos la corriente», señala Jorge. Toda la zona es precaria. Para llegar a la Frank País hay que recorrer una ruta que parte del embarcadero de Casablanca, al otro lado de la bahía de La Habana. Los rostros desolados de quienes residen en las enclenques casas de madera, a ambos lados del camino, dan la medida de la miseria de la zona.
«Este edificio sigue siendo propiedad de la Empresa Eléctrica», aclara Jorge. «Ni el Gobierno ni Vivienda han querido ‘asumirlo'». Esa ausencia de autoridad a la cual reclamar ha provocado que la situación de las familias quede en un limbo. Llevan esperando una respuesta desde hace más de 20 años, cuando las autoridades les permitieron ocupar la central, que había quedado inactiva durante el Período Especial, después de funcionar varios años como subestación eléctrica.
La Frank País pertenece ahora a la jurisdicción de la Empresa Eléctrica de San José de las Lajas, municipio cabecera de Mayabeque. «Pero a ellos no les importa y no se van a encargar de nosotros», advierte Jorge, a quien preocupan las gigantescas planchas de aluminio que hacen las veces de techo del recinto. «Son un peligro», añade, a diferencia de la estructura de la central, que permanece firme «porque la construyeron los americanos». Aunque tampoco hay que descuidarse, pues el edificio «lo terminó el Che».
Entre todos los vecinos de la Frank País, solo Jorge está dispuesto a hablar con 14ymedio. Los demás esquivan cualquier pregunta y demandan antes «un permiso de la Empresa Eléctrica» que les autorice a ofrecer declaraciones o salir en las fotografías. Todos tienen los mismos problemas, lamenta Jorge: «Salideros, mosquitos, suciedad. Esto aquí es un desastre».
A diferencia de otros inmuebles precarios en La Habana, el Gobierno nunca ha intentado desalojarlos. «Aquí todos fuimos trabajadores de la Empresa Eléctrica, o familiares», subraya Jorge. Sin embargo, los obstáculos para contar con una cuota de alimentos normados son insalvables. El jubilado considera un alivio que, después de mucho pedir, le hayan dado una «tarjeta para el módulo», su pequeña asignación mensual de comida.
La delincuencia y la miseria han curtido a los residentes en la central, que han soldado rejas de hierro sobre las puertas de los cubículos. El ejemplo más fehaciente lo ofrece Jorge: «Cuando hay un ciclón, ya a nadie le importa. ¿Qué vamos a hacer?». El techo carcomido por el salitre, la falta de mantenimiento del edificio y la ausencia de condiciones básicas de habitabilidad son un peligro cotidiano para la vida. Junto al despintado mapa de Cuba, hay una consigna que define la vida en la Frank País: «Cien años de lucha».