En el caso de Venezuela ¿dónde están los liberales?
Los estudiantes de la Universidad de Michigan han protagonizado una rara protesta contra la brutal dictadura del venezolano Nicolás Maduro. Según el Michigan Daily, más de 100 personas participaron en una concentración menos de 24 horas después de que dos estudiantes crearan un evento de Facebook llamado «SOS Venezuela».
«Pienso que el evento creó mucha conciencia, no sólo entre los estudiantes universitarios, sino en general,» le señaló al periódico un estudiante de segundo año. «Creo que estas voces que se escucharon hoy van a continuar su acción; la gente va a seguir hablando de esto por un tiempo.»
Felicitaciones por concientizar sobre el peor desastre humanitario que ha acontecido en décadas en el hemisferio occidental. Sólo hay un problema: dicha protesta tuvo lugar hace cuatro años.
Pero no pareciera que les importa mucho.
Cada generación de activistas estudiantiles abraza una causa de política exterior digna: acabar con el apartheid en Sudáfrica; detener la limpieza étnica en los Balcanes; rescatar a Darfur del hambre y el genocidio. Y luego está la causa perenne — y perennemente indigna — de «liberar» Palestina, para la cual nunca hay escasez de fanáticos crédulos.
Luego están las causas humanitarias que los jóvenes activistas generalmente no aceptan, al menos no con mucho entusiasmo. Los prisioneros políticos de Cuba. La violencia islamista contra los cristianos en Oriente Medio. El vasto y aterrador campo de concentración que es Corea del Norte. ¿Dónde están las protestas universitarias por estas situaciones?
El caso de Venezuela debería ser especialmente digno de ser asumido por los estudiantes universitarios. Es urgente. Está cerca. Sus víctimas luchan por la democracia, por los derechos humanos, por la capacidad de alimentar a sus hijos.
Tampoco es que la indignación de ninguna manera sea oscura. Nicholas Casey, del New York Times, ha proporcionado durante años una crónica inolvidable de esa tragedia humana; por ejemplo, padres venezolanos enterrando a sus hijos hambrientos; pacientes de hospital que mueren por falta de medicamentos básicos, como antibióticos, o por falta de tanques de oxígeno; otra generación de balseros arriesgando sus vidas en alta mar para huir de su paraíso socialista. Cerca de 3 millones de venezolanos — una décima parte de la población total — han huido del país, según el Wall Street Journal, creando una crisis de refugiados comparable a la de los Rohingya en Myanmar.
Entonces, ¿por qué el relativo silencio? Parte de la razón es que el activismo del campus universitario es un fenómeno de izquierda, por lo que es incómodo para sus practicantes atacar a los villanos izquierdistas.
Una razón mayor es que, hasta hace unos años, el régimen venezolano era una causa de la izquierda, aplaudida por personas como Naomi Klein, Sean Penn y Danny Glover. Publicaciones izquierdistas como «The Intercept» de Glenn Greenwald, han hecho lo posible por excusar al régimen y tratar a sus críticos como títeres de Washington. Jeremy Corbyn, que todavía podría ser el próximo primer ministro de Gran Bretaña, conmemoraba al difunto dictador Hugo Chávez en 2013 por sus «contribuciones masivas a Venezuela y a un mundo muy amplio».
Incluso hoy, la crítica es asombrosamente débil. Si Klein ha enfrentado seriamente la tiranía de Maduro o la catástrofe de Venezuela, ella no lo ha hecho en medios como The Nation, The Guardian, o en cualquier lugar indexado por LexisNexis o Factiva. La respuesta de Corbyn a la represión de Maduro ha sido la de expresar su condena a «la violencia realizada por cualquier lado, por todos los lados» — una pieza de equivalencia confusa digna de la observación de Donald Trump sobre los incidentes en Charlottesville. Penn y Glover parecen haberse pasado a otras causas, como atacar a Trump. Qué valientes.
Lo que deja la causa de la liberación de Venezuela del mal en manos de… Mike Pence. El vicepresidente no puede ser el portavoz ideal de los derechos de un país latinoamericano, al menos a los ojos del típico activista político universitario. Y algunas de las prescripciones políticas de la administración de Trump, como las amplias sanciones a la economía venezolana, pueden ayudar más a fortalecer el control de Maduro que a doblegarlo. (Más efectivas son las sanciones estadounidenses a los funcionarios del gobierno venezolano, que se dirigen a los culpables y perdonan a los inocentes.)
No obstante, dice algo sobre el abandono moral de demasiados liberales el hecho de que Pence haya sido un firme portavoz del necesario llamado de atención y de la indignación ante la catástrofe que se desarrolla, mientras que dichos liberales permanecen en su mayoría silenciosos. Cuando has cedido el terreno moral a la administración de Trump, has cedido un trozo de tu alma.
Traducción: Marcos Villasmil
NOTA ORIGINAL:
THE NEW YORK TIMES
Bret Stephens
On Venezuela, Where Are Liberals?
Students at the University of Michigan have staged a rare protest against the brutal dictatorship of Venezuela’s Nicolás Maduro. According to The Michigan Daily, more than 100 people joined a rally less than 24 hours after two students created an “SOS Venezuela” Facebook event.
“I think the event created a lot of awareness, not just for the University students, but in general,” The Daily quoted a sophomore as saying. “I think these voices that were heard today are going to keep carrying on; people are going to keep talking about this for a while.”
Go Blue, for raising awareness of the worst humanitarian disaster to befall the Western Hemisphere in decades. Just one problem: The protest took place four years ago.
Scour the Web and you’ll find a handful of reports of anti-Maduro protests or teach-ins at universities in recent years, usually organized by Venezuelans living in the U.S. And most politically informed people are more-or-less aware of Venezuela’s political and economic disorders. No doubt they don’t like what they see, and no doubt they wish it were otherwise.
They just don’t seem to care that much.
Every generation of campus activists embraces a worthy foreign-policy cause: Ending apartheid in South Africa; stopping ethnic cleansing in the Balkans; rescuing Darfur from starvation and genocide. And then there’s the perennial — and perennially unworthy — cause of “freeing” Palestine, for which there never is a shortage of credulous campus zealots.
Then there are the humanitarian causes young activists generally don’t embrace, at least not in a big way. Cuba’s political prisoners. Islamist violence against Christians in the Middle East. The vast and terrifying concentration camp that is North Korea. Where are the campus protests over any of that?
The case of Venezuela ought to be an especially worthy one for college students. It is urgent. It is close by. Its victims are fighting for democracy, for human rights, for the ability to feed their children.
Nor is the outrage in any way obscure. The Times’s Nicholas Casey has for years provided an unforgettable chronicle of human tragedy in the form of Venezuelan parents burying their starving children, of hospital patients dying for lack of basics such as antibiotics or oxygen tanks, of yet another generation of boat people risking their lives on the high seas to flee their socialist paradise. Nearly three million Venezuelans — one-tenth of the total population — have now fled the country, according to The Wall Street Journal, creating a refugee crisis comparable to that of the Rohingya in Myanmar.
So why the relative silence? Part of the reason is that campus activism is a left-wing phenomenon, making it awkward to target left-wing villains.
A larger reason is that, until a few years ago, the Venezuelan regime was a cause of the left, cheered by people like Naomi Klein, Sean Penn and Danny Glover. Left-wing publications such as Glenn Greenwald’s “The Intercept” have gone out of their way to make excuses for the regime and treat its critics as Washington stooges. Jeremy Corbyn, who could yet be Britain’s next prime minister, memorialized the late dictator Hugo Chávez in 2013 for his “massive contributions to Venezuela & a very wide world.”
Even today, the criticism is amazingly muted. If Klein has seriously come to terms with Maduro’s tyranny or Venezuela’s catastrophe, she has not done it in The Nation, The Guardian, or anywhere indexed by LexisNexis or Factiva. Corbyn’s response to Maduro’s repression has been to voice his condemnation of “the violence that’s been done by any side, by all sides” — a piece of obfuscatory equivalence worthy of Donald Trump’s Charlottesville remark. Penn and Glover seem to have moved on to other causes, like bashing Trump. Such courage.
That leaves the cause of Venezuela’s deliverance from evil in the hands of … Mike Pence. The vice president may not be the ideal spokesman for the rights of a Latin American country, at least in the eyes of the typical undergraduate political activist. And some of the Trump administration’s policy prescriptions, such as broad sanctions on the Venezuelan economy, may do more to tighten Maduro’s grip than to crush it. (More effective are U.S. sanctions on Venezuelan government officials, which target the guilty and spare the innocent.)
Still, it says something about the moral dereliction of too many liberals that Pence has been a clarion voice of attention and outrage at the unfolding catastrophe, while they mostly remain silent. When you’ve ceded the moral high ground to the Trump administration, you’ve ceded a piece of your soul.
It would be nice to suppose that Venezuela’s agonies will soon be at an end, on the theory that it can’t go on like this much longer. People said that about Syria several years ago, too. How many more Venezuelans have to starve or drown before Western liberals do something more than merely shake their heads?