En el templo de Arturo Pérez-Reverte, donde crea novelas como «Eva», la secuela de «Falcó»
Pérez-Reverte, en su biblioteca con el manuscrito de «Eva» en la mano
Entramos en el «sancta sanctorum» del escritor, que documenta sus obras con libros antiguos, viajes y lecturas hasta lograr una inmersión en la época
El oficio de escritor es todo un tema literario. Pero no basta con un retrato de soledades y palabras, palabras, palabras, para hacer girar el mundo escrito en una resma de papel. Ese modelo no se aplica, desde luego, al caso de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), el reportero de guerra que después de dar tumbos por medio mundo apretó la tecla precisa en la abotonadura de «El húsar», título de su primera novela de 1986, que conectó con el público y le impulsó a vivir de la literatura.
Treinta y un años después (tantos como libros publicados), su historia va de pasiones, lealtades, mucha personalidad, y un inacabable afán dedivertirse y divertir a los lectores. Pérez-Reverte mantiene el gusto periodístico por documentarlo todo. Eso explica, en parte, el éxito que acompaña a este académico, que publica «Eva» (Alfaguara), la segunda entrega de las aventuras del espía Lorenzo Falcó.
El escritor ojea una colección de ABC de Sevilla de los años treinta– ÓSCAR DEL POZO
Para entrar en la «cocina» de uno de los escritores más afamados e influyentes de las letras hispánicas, en el lugar secreto en el que construye y documenta meticulosamente sus novelas, hay que atravesar su enorme biblioteca de «un cazador de libros» -así se considera- y hasta pasar por delante de un maniquí vestido de húsar, en perfecto estado de revista, que le recuerda el día en que este relato comenzó.
Llegamos a su escritorio, junto a un discreto lucernario, en el centro de la biblioteca, entre murallas de libros primorosamente ordenados. Y también objetos, recuerdos de amistad (ya es célebre el catalejo de un ballenero que le regaló Javier Marías) y de una vida alrededor de la literatura. En una pequeña vitrina brillan los objetos de Falcó: la pitillera de carey, las cafiaspirinas, los cigarros Players, la letal cuchilla Gillette, la pluma Sheaffer, el encendedor Parker Beacon… El tiempo parece detenerse. Da la impresión de que volverá a por ellos de un momento a otro por una puerta disimulada, como si la biblioteca fuera una terminal más del célebre Ministerio del Tiempo, esa serie que debería hacer un homenaje semanal al autor de Alatriste.
Anaquel de novelas clásicas de espías en la biblioteca de Pérez-Reverte– ÓSCAR DEL POZO
La mesa de Pérez-Reverte es funcional, ni demasiado cómoda ni inhóspita. Se trata de un parapeto bastante despejado en el que pasa muchas horas, donde ya «cocina» estos días la tercera entrega de Falcó. De hecho nos muestra la carpeta en la que guarda los primeros capítulos en borrador y luego la deja junto al ordenador donde hay algunos papeles, claro, sobre los que pisa con bastante convicción una pistola Browning FN 1910 (inutilizada), el hierro que es el menos peligroso de los talentos de su espía. ¿Interesante?
Lo interesante, literariamente hablando, asoma en la pared de enfrente, en una estantería en la que decenas y decenas de libros cambian de guardia como soldados a medida que son llamados a estas filas en las que se apoya en hechos reales todo lo que narra. Con nombres, marcas o palabras exactas, con recuerdos propios y memorias prestadas que pueblan sus obras. Y así empieza a relatar:
Así empieza la tercera
«Aquí están los libros que uso ahora, para la tercera novela de Falcó. Como empieza en el casino de Biarritz, me lo he empollado a fondo. Tengo libros sobre el casino, fotografías de época del País Vasco… Lo hago siempre así, me documento, tomo notas, voy a sitios -afirma-. Si digo que Falcó está en el hall y la luz entra por la derecha es que era sí. Puede que solo lo sepamos cuatro, o solo yo, pero es la base de la credibilidad». Recorre los lomos de los libros que utiliza en estos momentos. «También me estoy empollando a Malraux, porque en la nueva novela aparecerá un personaje basado en él. No es Malraux porque necesito cosas que nunca hizo, pero en el fondo lo es. Me empapo y tomo notas. Lo que no interesa, lo tiro».
Guías y anuarios permiten moverse con datos reales de la época– ÓSCAR DEL POZO
Esta estantería es el motor de una máquina del tiempo. Rotando sus libros se pone en marcha el engranaje que nos lleva directamente a los años treinta, a la época de Falcó. También es una sala de trofeos, porque el autor nos confiesa: «Yo soy un cazador de libros desde que era pequeño, así que me muevo muy bien en el mundo de los libros antiguos. Porque un mapa actual no me vale. Necesito uno del 1937 o anterior, como mucho de 1930, antes de que pusieran los nombres del generalísimo a las calles». Pocas actividades le hacen disfrutar más que ir en busca de libros raros… «Tengo que buscar libros, los adecuados, algunos menos evidentes de lo que pueda parecer», advierte.
Contemplando estos anaqueles de trabajo es fácil imaginar cuando era el turno de Alatriste y se llenaban de libros de germanías, literatura del Siglo de Oro, uniformes, esgrima, espadas, grabados y libros de la Historia de España y novelas de capa y espada. «Al principio fue bastante difícil, pero al quinto o sexto Alatriste ya lo tenía dominado. Lo difícil fue el primero. También lo fue documentar «El tango de la guardia vieja». Y lo mismo «Falcó», aunque es más fácil cada vez, porque ya lo conozco más, después de dos libros. Ya no tengo que leer sobre marcas de cigarrillos, de coches, sobre corbatas, porque todo eso ya me lo sé…»
La historia es la madre de todo
«La Historia forma el 75 por 100 de mi biblioteca -asevera-. La Historia es la madre de todo», remacha cuando le interrogamos sobre este viaje que no ha hecho más que empezar. Un viaje por los libros en busca de la exactitud. Saca un volumen insólito, en buen estado: la Guía Michelín de España (1936-1938), que costaba 15 pesetas en plena guerra. ¿Quién la usaría? «Ahí están los hoteles, los precios, si tienen teléfono, agua corriente, lo que se come en tal restaurante, cuánto valía el arroz con pimientos en el restaurante de la Tía Felisa…», bromea. Y sigue dejando ejemplares sobre nuestras manos: El anuario de 1934 de Madrid, con direcciones de comercios, oficios, las Páginas Amarillas de la época. Y el «Manual de la telefonista», para saber bién cómo intervenir las comunicaciones de las viejas centralitas entre marañas de clavijas.
Revistas consultadas por el autor de «Falcó»– ÓSCAR DEL POZO
Si Falcó come y paga, el plato y el precio se ajustan al mes en que sucede la acción. La ropa, la botica, los cigarrillos… son los que eran. Aparecen ahora dos tomos enormes, con los números encuadernados de Blanco y Negro de los años treinta y otro con el ABC de la «zona nacional», el que se editaba en Sevilla. «Los heredé de una tía mía -nos dice- y son valiosísimos. Me llevan a ese momento, a las noticias del día, a la publicidad de fijapelo, coches, whisky, tabaco, sombreros…» Sigue un libro de motores de coche en la Guerra Civil. El manual de uso de la pistola Browning FN1910…
¿Pero cómo empezó? ¿Sabía que Falcó viviría más de una novela? «Cuando tenía la estructura hecha y empecé a escribir, todo se fue complicando y me di cuenta de que me lo estaba pasando muy bien -subraya tanto el muy que la cabeza afirma-. Llevaba ya meses leyendo revistas, moviéndome por anticuarios, comprando objetos, y era tal el placer que me dije: quiero que esto dure, un año es muy poco».
No se lo pensó mucho más. Nos cuenta cómo decidió partir la historia y desarrollarla en dos o tres entregas. «Y eso es lo que hice, un plan de tres novelas para empezar. Escribí la primera y al terminarla todo eso se confirmó, me lo seguía pasando bien y tuvo muy buena acogida, tanto en España como en América. Ahora «Falcó» acaba de salir en Portugal». Y en España «Eva» llega este martes a las librerías. ¿Continuará? «Después de la tercera ya veré lo que hago, si sigo o si me paro».
Falsificar el cuadro
En «Falcó» la misión era rescatar a José Antonio Primo de Rivera de la cárcel de Alicante. En «Eva» hay un barco cargado con parte del «oro de Moscú». Los hechos forman un friso histórico sobre el que la trama avanza. ¿Cómo de difícil resulta el desafío de colarse en la historia real y abrir caminos ficticios? «Esto lo aprendí directamente de Alejandro Dumas. Se trata de tomar la historia, utilizar el marco y falsificar el cuadro», confiesa con media sonrisa traviesa. «Que a simple vista veas «La rendición de Breda», pero luego te acercas y hay un juego de detalles, ves un personaje algo cambiado y es Alatriste». El escritor admite que hay que tener algo muy claro y es que «esto tiene límites. Cuanto más has leído más sabes dónde están. Falsificar la Historia, aparte de que es divertido, funciona muy bien».
La guía y el mapa de Tánger de los años treinta con el que Pérez-Reverte fue a la ciudad marroquí– ÓSCAR DEL POZO
Sin duda es divertido, no hay más que ver a Pérez-Reverte contando las anédotas, pero hay que conocer algunas reglas… «Tú no puedes poner una mujer asaltando una muralla sarracena en las Cruzadas -traza una línea ascendente con las manos-. El límite es la credibilidad. Pero cuanto más has leído más sabes y dentro de esos límites puedes mover a tus personajes, falsificando la historia».
Otro ejemplo: si quieres falsificar un billete de mil pesetas «tienes que conocer perfectamente el billete original o no lo harás bien. Así que lo haces perfecto y entonces añades que la imagen de Isabel La Católica te guiñe el ojo. ¿Es un billete bueno? Fíjate bien, acércate… ¡coño, qué bueno, si me guiña el ojo Isabel la Católica!» Ese es el tipo de cosas que traslada a sus páginas, gracias a la inmersión en ese periodo que le otorgan las lecturas, meses o años de lecturas. «Es muy divertido, es lúdico, y si un libro divierte además de al lector al propio autor cuando lo está haciendo, es fantástico».
¿Y no comete errores? «Por supuesto, siempre hay un error» -se remueve en el sillón, tal vez porque el recuerdo le incomoda-. «Siempre hay un tío que sabe más que tú de algo. Un ejemplo concreto, que me ha pasado: me escribe un señor, mire usted, el tren en 1938 no pasaba por Almuñécar, sino por otra localidad cercana. Es un experto en trenes. Pues tiene usted razón. Yo me basaba en una guía de ferrocarriles -gopea con un dedo la palma de la mano como si fuera la tapa de uno de sus libros-. Aquella ruta estaba programada y figuraba en la guía, pero por lo visto no se hizo. ¡El tren pasó por otro sitio, ahí no había apeadero! -exclama-. Como lo cuento, me ha pasado».
Así llegamos al episodio del oro de Moscú que aparece en la segunda entrega, «Eva», parte del tesoro de la República que llega por error en un barco al puerto de Tánger: «Pudo haber ocurrido perfectamente. Porque todo en él, el tipo de barco, el capitán, la tripulación, las labores diplomáticas en torno a él, todo eso ocurrió y está documentado».
Arturo Pérez Reverte ante los anaqueles de su biblioteca con libros sobre la Guerra Civil– ÓSCAR DEL POZO
¡Y tanto! Entre los libros que siguen saliendo de la pared al invocarlos en la conversación figura uno de «Paquebotes trasatlánticos» de la época. Y otro «muy bueno» con la historia completa del sombrero Panamá, que es el que Falcó usa en Tánger. Y un volumen sobre burdeles de los años treinta titulado «Chicas malas» lleno de sugerentes fotos. Y libros de moda, sastres ingleses, y viejos ejemplares de las revistas «Marie Claire» y «Estampa» con sabor de belleza clásica.
Años treinta, sí. Espía franquista, también. Lo difícil, lo que era un desafío, era la complicidad con el lector. Y gracias a todos estos detalles se logra. Porque no es un libro sobre la Guerra Civil. Esto hay que aclararlo: «Es una novela que tiene esa confrontación de fondo. Jamás pretendí explicarla ni lo voy a pretender. La uso como fondo, y el que quiera saber que lea. No voy a explicar qué era la Falange, ni quiénes los requetés, mi interés es otro. El que quiera que lea y el que no allá él».
Para terminar la documentación dos cosas son necesarias. La primera es leer libros de autores de la época o sobre la época, que puede que no aporten ni un solo dato, que no asomen siquiera por una línea de la narración, pero conforman una mirada creíble y ayudan a evitar los anacronismos. La lista es interminable en un lector tan conspicuo. «Si hablas de tomar algo caliente en esa época lo normal es que pienses en un chocolate con churros y no en un café de Starbucks. Esto parece una tontería pero no lo es -Pérez-Reverte enarca las cejas y pulsa una tecla en el aire repetidamente-. Sin darnos mucha cuenta se nos cuela al escribir esa mirada de hoy. Pero si vives inmerso en la época y además lees las novelas de Julio Camba, de Fernández Flórez, de Jardiel Poncela, eso te crea la familiaridad con las costumbres».
Pérez-Reverte revisa el manuscrito de «Eva»– ÓSCAR DEL POZO
Si falta esa «inmersión en la época», que es un trabajo sutil y lleno de posibilidades, se nota. «Todos vemos en alguna serie española de época que da la impresión de que todos están disfrazados y nadie se comporta de verdad de una forma creíble, a diferencia de las series inglesas que sí lo hacen o lo hacen más. Ellos estudian, ven, leen, lo tienen entrenado… Aquí, habitualmente te ponen un ropaje y ¡hala!, ya eres un personaje del siglo XVII, o del año treinta», se lamenta.
Pero inmediatamente rebusca en su memoria de lector: «La gente se quitaba el sombrero delante de una señora de una determinada manera, se descubría para entrar en los sitios, hay unas reglas de comportamiento que condicionaban mucho todo. Y todo eso se ignora hoy. A mí también me pasa. Por eso yo me sumerjo, ojeo revistas de moda de la época, revistas de caballos, periódicos, y cuando pasan seis meses por muy tonto que sea termino adquiriendo no los hábitos, porque sería muy falso, pero sí la capacidad de moverme, sentarme, usar el sombrero como lo haría Falcó. Llego a describir a la gente que está frente a él como él la vería. Por eso es tan importante la documentación, no tanto para coger un dato, sino para tener la actitud narrativa frente a eso».
La segunda cuestión necesaria es un turismo un tanto especial. Ir a las ciudades del pasado. ¿Cómo? Para «Eva» viajó durante semanas por Lisboa, Sevilla y Tánger, con guías y mapas de la época y una mochila con libros: «Es mi ventaja. Un lector empedernido irá a París y será capaz de photoshopear -digamos- la ciudad, borrar los coches y quedarse con Hemingway en La Closerie des Lilas, con Voltaire en el café Procope, o ver a Chateaubriand paseando por la calle Rivoli. Es nuestro privilegio de lectores, podemos amueblar el mundo con nuestra memoria lectora borrando lo que hay actualmente». Y suma también su experiencia en países de Oriente Próximo, en los cafés del Beirut antes de la guerra, o de un Damasco casi otomano, con gordos de fez rojo y narguile. De modo que esa dimensión que no está ya presente sino a través de la cultura termina de encender el relato.
Complicidad del lector
Llegado el momento de escribir, de plasmar todo eso con las palabras justas, Pérez-Reverte no duda: «Necesito la complicidad del lector. Hoy no puedes escribir como Balzac o como Walter Scott, no puedo describir todo, porque el lector se aburre». Recurre a lo que todos hemos visto en cine, televisión, muchos hemos leído. «Tengo que hacer que suene ¡tiiin! en la cabeza del lector» ¿Un ejemplo? «Si hablo de espías en el norte de África, la mera palabra Tánger ya me está ahorrando a mí medio libro de descripciones. Automáticamente el lector entra en el juego. Sabe, por Casablanca, cómo era el bar. Solo tengo que buscar los elementos que desencadenan el proceso. Digo: “Entró en el bar. Miró hacia arriba. Vio girando el ventilador en el techo”. ¡Ya está! El lector se imagina el humo, el calor, al gordo abanicándose… Te ahorras 10 páginas de descripción. Eso se aprende con oficio. Reducir eso a tres líneas es lo ideal, es lo que intento. Ya me diréis si lo he logrado».
Habla del método, el plan que traza y del que raramente sale. Es permeable pero fiel al esquema. «Cada escena tiene dos o tres folios. Cada novela tiene su recorrido y su dimensión. Hablamos aquí de novelas canónicas, de espías, de suspense, de acción, de aventuras. Aquí no puedo andarme con complejidades. Tiene que ser todo muy escueto, muy seco, muy limpio, muy dialogado, muy cortante, muy picado. Eso no es fácil, es incluso más difícil. Una descripción de dos líneas es más difícil que una descripción de dos páginas».
Un reportaje de Chaves Nogales en «Estampa»– ÓSCAR DEL POZO
En su memoria está todo lo que le ha hecho escritor. Maneras y sonidosdesde su infancia: «El modo en que mi padre se quitaba el sombrero, mi abuelo miraba el reloj de bolsillo, la oscuridad alrededor del quinqué cuando se apagaba la luz eléctrica después de cenar porque era cara, el sonido de las presillas de las ligas que usaba mi madre…».
Y no podemos desdeñar el valor que tiene la memoria del reportero de guerra: «La violencia que narro la he vivido -explica-. ¿Cómo grita un hombre cuando le pegan? ¿Cómo suda un hombre que ha sido torturado? ¿Qué temperatura tiene la piel de un hombre que ha sufrido tortura? -se pregunta, bajando imperceptiblemente la voz-. Ese tipo de cosas las conozco de primera mano, pero hay otro tipo de cosas más curiosas, y menos dramáticas, pero muy interesantes. Por ejemplo, al haber vivido en países en guerra o en países raros -encoge levemente la nariz-, tengo percepciones de vivir sin luz eléctrica, iluminarte con luz débil, moverte bajo la luz de la luna». Piensa que el hombre actual en nuestra sociedad no tiene ya esaexperiencia del sigilo, pero en el tiempo de Falcó la gente sí vivía así y es una sensación que encontramos desde el feo encuentro del capítulo primero de «Eva».
Mujeres
Y están sus mujeres, que son fuertes, iguales a Falcó, como la Eva Neretva de la novela. No es un anacronismo. «Si hubiera puesto una flapper de Fitzgerald no se creería. Pero una tía de padre ruso… En el área comunista había, desde pijas como Constancia de la Mora hasta la Pasionaria. Ahora no te juegas nada en Occidente. Entonces se jugaban la vida, a veces fueron ejecutadas por sus propios compañeros en las limpias comunistas. Hubo muchos personajes femeninos de acción bastante notables en los años treinta. La guerra mundial exterminó a no pocas de ellas», constata con voz fría.
«Y también las hubo falangistas -insiste en el tema-, te recuerdo que en el golpe de Mola y de Franco la que lleva el mensaje es una mujer. En la película «Dragon Rapide» sale. En «Rojo y Negro», el filme de Arévalo, que es una película maldita para el régimen franquista en la que se cuenta la resistencia falangista en Madrid, con Conchita Montenegro e Ismael Merlo, también se aprecia. Había mujeres en todos lados, tampoco eso lo he tenido que forzar nada la historia», concluye.
Imagen de la librería en la que Pérez-Reverte pone los libros que está manejando para escribir– ÓSCAR DEL POZO
La biblioteca que no se ve detrás de «Eva»
Entre los libros que nos muestra mientras hablamos junto a su escritorio, los que ahora mismo tiene a mano para documentar la tercera parte de las aventuras de Falcó, destacan «El caso Orlov», memorias del jefe de los servicios soviéticos de información durante la Guerra Civil, y las del almirante Canaris. Memorias de otros tipos de la época, espías. «Memorias de un espía Checo», «Historia de la Gestapo», «Historia mundial de los servicios secretos», de Rémi Kauffer; «Tangos, jazz bands y cupletistas», de Julio Camba; «Sorge: el espía del siglo», de Hans Hellmut Kirst; «Berlín 1936», de Oliver Hilnes; «Vida y muerte de un espía», de Otto Katz; «La Guerra Civil española a través de las crónicas de los corresponsales soviéticos», de Enrique Piquero Cuadros; «Crónicas de viajes» y «Playas, ciudades y montañas», de Julio Camba; libros de espías ingleses, de Joan Pujol, libros sobre fascismo, de Chaves Nogales y otros cronistas de la época. «Viajes de entreguerras», de John Dos Passos; «Estoril, los años dorados», de Ricardo Mateos Sáinz de Medrano; «Homenaje a Cataluña», de George Orwell; «El viaje», de Paul Morand; «Héroes de los dos bandos», de Fernando Berlín; «Los grandes cementerios bajo la luna», de G. Bernanos; «Hotel Florida», de Amanda Vaill; «Orwell y España», de Fernando Galván; «El mundo entre dos guerras», de Raymond Cartier; varios libros sobre la Salamanca de la época del fascismo…
Y también libros y catálogos de monedas y billetes, y de sellos. Guías de ferrocarriles y las guías Michelín de España y Francia de la época, más los mapas y guías de los años treinta de Lisboa, Sevilla y Tánger. Las revistas «Blanco y Negro» de los años 30 y «Marie Claire», «Estampa», etc. Revistas de moda masculina y femenina. El ABC de Sevilla de los años treinta. «Paquebotes trasatlánticos» de la época, libros de aviación y líneas aéreas. «Manual de la telefonista», y también «Los grandes de la copla», de Manuel Román, porque la canción española era muy importante entonces. O«Chicas malas», un volumen sobre los burdeles de entreguerras. «La ropa de un caballero inglés»; «Historia del sombrero Panamá», que es el que usa Falcó en Tánger.