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En los huesos

¿Qué hará mañana Sánchez para intentar suavizar el crecimiento del escándalo? Le quedan muchos recursos económicos pero muy escasas fuerzas para detener lo imparable

                                     Pedro Sánchez y señora

 

Acompañado de los directivos de una fábrica de lavadoras y con el mono blanco correspondiente a jefe de ventas de las mismas, Sánchez ha visitado un almacén de huesos humanos en las catacumbas del Valle de los Caídos. No le interesan nada. A Sánchez, del Valle de los Caídos lo que le interesa es la Cruz, la más alta del mundo, que domina el valle de Cuelgamuros. En el Valle de los Caídos fueron inhumados, a la par, centenares de españoles muertos durante la Guerra Civil, de uno y otro bando. Intentar averiguar a qué bando pertenecieron los huesos que hoy se analizan es empresa inútil. De haber visitado Paracuellos del Jarama, sabría, al menos, quiénes fueron las víctimas inocentes allí enterradas en sus fosas comunes. Pero esto no es lo importante. Sánchez se va a quedar en los huesos con tanto trajín para distraer a la opinión pública de los chanchullos comisionistas de su mujer, Begoña Gómez. Le ha atacado el síndrome de la huida, y huye de sí mismo y de su situación futura.

Sus paniaguados de la prensa y las redes sociales han sido incapaces de detener el que promete ser el gran escándalo de su permanencia en la Moncloa. Por mucha visita vestido de jefe de sección de lavadoras, por mucho asombro que cause su obsesión por colocar en TVE a un agradador de muy limitadas virtudes a cambio de 28 millones de euros, por mucho que viaje a las naciones árabes para recordar su apoyo a Hamás, por mucho que intente –no lo ha conseguido– que su ejército de manipuladores terminen con la proyección política de Isabel Díaz Ayuso, que gracias a Sánchez ha subido cuatro puntos en las encuestas, por mucho que pretenda engañar con el refrendo pactado con los separatistas catalanes, la inmensa ola de la desvergüenza familiar se lo va a llevar por delante, antes o después, pero esto no hay quien lo pare. Se contaba de un fogoso alcalde que cumplía con ardor experiencias primaverales con su secretaria. La mujer del alcalde averiguó el lugar donde se producían los hechos. Irrumpió en el escenario y se encontró a su marido, el alcalde, en plena acción. Gritó indignada: «¡Manolo!». Y el alcalde, muy dueño de sí mismo, en pleno éxtasis del fornicio, aceptó su situación mientras trasladaba a su esposa una petición de margen temporal. «De acuerdo, Hortensia, pero espera un minutito, porque esto no hay quien lo pare».

Sánchez y los suyos están desquiciados. Esto no hay quien lo pare. Cada día surge un nuevo acontecimiento mercantil de Begoña Gómez. Mientras todo haya permanecido más o menos amparado en la oscuridad, ha contado con la complicidad de los que conocen los hechos. Pero no puede pedir a los cómplices lealtades salvadoras. Cantarán, más pronto o más tarde. El heroísmo no se mueve por los campos de los chanchullos y las comisiones. ¿Qué hará mañana Sánchez para intentar suavizar el crecimiento del escándalo? Le quedan muchos recursos económicos pero muy escasas fuerzas para detener lo imparable. Se le ha agriado el gesto, se mueve con inseguridad y crispación, y Bolaños, su fiel escudero, empieza a provocar risas y cuchufletas.

Esto no hay quien lo pare.

Y si para intentar salvar lo insalvable, acuerda derribar la Cruz, que lo haga. La Cruz se restaurará y empinará de nuevo. A ellos no habrá quien los restaure.

 

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