En Nicaragua no hay por quién votar, ni por qué votar
Entré en la cárcel del Chipote en enero de 2019, unos meses después de la revuelta social de abril de 2018 en Nicaragua en la que murieron más de trescientas personas. El primer preso que vimos llevaba meses encerrado en una celda con un pequeño tragaluz, sin salidas al patio y sin visitas. Se abrazó a nosotros, nos pidió una Biblia y una bombilla. Se llamaba Miguel Mora, periodista, acusado de incitación al terrorismo. Fue liberado un año después. Hoy ha vuelto a ser encarcelado en una nueva cárcel del Chipote, ante las elecciones presidenciales del próximo 7 de noviembre. Su nuevo delito: atreverse a ser candidato.
Junto a él están encarcelados aproximadamente 150 líderes políticos y sociales del país. Entre ellos siete candidatos presidenciales que pretendieron disputar la presidencia al comandante Ortega, el viejo líder sandinista de aquella revolución triunfante contra el dictador Somoza en 1979. El joven revolucionario de entonces hoy es un viejo dictador, un tirano.
Cuando finalizaba la visita de observación internacional que el Parlamento Europeo hizo a Managua aquel mes de enero de 2019 mantuvimos una tensa, pero cordial, entrevista con el presidente Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. Le expusimos nuestras denuncias, le pedimos la libertad de los presos, le aconsejamos serenar y consensuar el país… le exigimos elecciones libres. Su respuesta fue una confusa acusación a Estados Unidos de todos los males de su país. La vieja atribución a los yankis de todas las responsabilidades, el chivo expiatorio que buscan todos los dictadores para ocultar las suyas. Como los militares argentinos que invadieron las Malvinas para ocultar sus crímenes y la ruina económica del país.
Nuestra visita abrió un horizonte de negociación hacia un proceso electoral democráticamente aceptable. La comunidad internacional presionaba hacia unas elecciones libres en 2021. Hasta que Ortega y su Frente Sandinista intuyeron que podían perder y aquí se inició una nueva ola represiva que ilegalizó partidos, cerró periódicos y medios de comunicación, hostigó a líderes campesinos, sociales y estudiantiles y finalmente encarceló, con acusaciones delirantes, a todos los candidatos a la presidencia.
Hoy siguen en la cárcel la mayoría de ellos, en arresto domiciliario (la señora Chamorro) o en el exilio. Las organizaciones internacionales de derechos humanos fueron expulsadas del país, los obispos son acusados de terroristas, algunas embajadas han tenido que retirar su representación por las ofensas recibidas (como la española), líderes históricos del país permanecen en el exilio (como Sergio Ramírez), no hay libertades, ni pluralismo político. Una policía del Frente, paralela a la oficial pero sin control, siembra el miedo y la coacción por doquier y miles de líderes, mediáticos, sociales y políticos, han tenido que abandonar el país. Esta es la Nicaragua de hoy y la que está llamada a votar el próximo 7 de noviembre, sin observación electoral internacional y en unas condiciones democráticamente inaceptables. Una farsa. No hay por quién votar. No hay por qué votar.
Nicaragua es un pequeño país de esa Centroamérica marginada y torturada por su historia y su pobreza. Yo añadiría también por sus dirigentes. Honduras, Guatemala, El Salvador, junto a Nicaragua, son países que encontraron la paz a sus guerrillas y a sus conflictos internos en los Acuerdos de Esquipulas (1985) pero, desgraciadamente, no encontraron el progreso y el bienestar. Ahora, algunos de ellos están en manos del narcotráfico, de populistas o de simples dictadores.
Nadie se preocupa por ellos. La comunidad internacional, Estados Unidos principalmente, mira a sus masas migratorias, hacia río Grande y poco más. Pero Nicaragua es un país que suscitó la solidaridad de cientos de europeos que se unieron a la guerrilla contra Somoza. He conocido a varios de ellos que hoy lamentan que aquel movimiento insurgente cargado de épica de justicia y libertad se haya convertido en una maquinaria represora y que su líder sea una réplica del viejo caudillo.
Las democracias pueden definirse de muchas maneras. Hay una que es simple pero rotunda: es la aceptación de la derrota, la admisión de la alternancia política. Es el reconocimiento de que el pueblo vota en libertad y al hacerlo puede poner fin a tu poder. Por eso, tienen razón los que dicen que no hay que poner calificativos a la democracia. Tampoco a las dictaduras. Por ser de izquierdas, las dictaduras no dejan de serlo. Al contrario, prostituyen la izquierda, la destruyen al pisotear la libertad. Ningún ideal de justicia y de igualdad social puede sostenerse negando las libertades y el pluralismo político. Ya lo dijimos algunos en el eslogan de nuestro primer congreso en democracia: «Socialismo es libertad».
Ningún ideal de justicia y de igualdad social puede sostenerse negando las libertades y el pluralismo político.
*Publicado originalmente en El Diario Vasco. Exparlamentario del Partido Socialista Obrero Español en la Unión Europea. Presidió la comisión del Parlamento Europeo que visitó Nicaragua en enero 2019