Encerrados ilustres
Aprovechemos la ocasión, que la pintan calva. No somos los primeros encerrados, esto viene de lejos, ahora bien, es la primera vez que ocurre en nuestras vidas, que es un matiz tan importante a considerar como el de la diferencia entre caro y mucho dinero que la baronesa Thyssen estableció en una entrevista de TV: «Que tenga dinero para pagarlo no significa que no me pueda parecer caro, no nos confundamos».
Eso, no nos confundamos. Somos la primera generación que no ha vivido una guerra, ni una hambruna, ni ha sido víctima de plagas o morbos (hasta ahora). Los libres nos sentimos encerrados y ahora caemos en la cuenta de que hay mucha gente presa, solitaria, que no se vale por sí misma o que anda en la noche oscura del alma, aquellos que no ven salida a su tristeza y a su desgana, los que viven atrapados en la oscuridad sin resquicios. Eso sí es un encierro duro.
Hay muchas personas entrenadas ya para esto.
Encerrarse por una epidemia, he ahí la cuestión novedosa para nosotros, que podemos ahora experimentar en nuestras carnes otras formas de reclusión contadas por la literatura y por el cine. Serían buenas referencias a considerar. Los hubo (encierros) y los hubo (relatos).
Quiénes fueron, por qué permanecieron en esas circunstancias, cómo lo llevaron y cómo se resolvieron son cuestiones que nos pueden servir para empatizar con otros humanos de otras épocas y para borrar un poco eso que se ha dado en llamar adanismo: que la vida no ha nacido con nosotros, que muchas mujeres parieron niños sanos después de haber comido embutidos, que no nos hemos inventado el poliamor y algunas otras cosas que ya existían antes de que el narcisismo, como el humo de Kenny Rogers, cegara nuestros ojos.
No haré reseña de penalidades por delitos justos o injustos —El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas— ni de dolorosos emparedamientos por causas de guerra —Los topos, de Jesús Torbado y Manu Leguineche—. Se trata de la ficción en torno a un enclaustramiento personal o grupal que, por causas intangibles, pone en riesgo lo verdaderamente básico para la supervivencia del clan y de cada uno de sus miembros que es la salud. Ya lo contó Albert Camus en La peste (1947) como nos recuerdan en los informativos, y yo añado que andamos como los asistentes a la fiesta de Villa Nobile, la verdadera protagonista de El ángel exterminador, la película de Buñuel que se estrenó en 1962.
La palma de la fama se la lleva el Decamerón, conjunto de cien cuentos con los que se entretuvieron diez jóvenes, encerrados por mor de la epidemia de peste bubónica de 1348 en una preciosa villa de Fiesole. Si su autor, Giovani Boccaccio, vivió algo parecido y aprovechando que el Arno pasaba por Florencia lo puso por escrito a su ingeniosa manera, es algo que no viene a cuento. Lo que interesa ahora es qué hicieron estos chicos y de qué hablaron.
Curioso: organizaron sus tareas diarias mediante un horario acordado, racionaron los alimentos para que no les faltaran y se obligaron al entretenimiento mutuo, imaginación mediante, con relatos orales de cosas humanas (la inteligencia, la moral y el erotismo) y divinas (la fortuna cambiante y caprichosa). La tribu sabe organizarse de manera espontánea y de ello hay muchos ejemplos.
¡Cuántos valerosos hombres, cuántas hermosas mujeres, cuántos jóvenes gallardos a quienes no otros que Galeno, Hipócrates o Esculapio hubiesen juzgado sanísimos, desayunaron con sus parientes, compañeros y amigos y, llegada la tarde, cenaron con sus antepasados en el otro mundo!
Así, con estas palabras, nos pone Boccaccio en situación antes de abrir la puerta de esa clausura que no pintaría después tan penosa. Un grupo se lo puede pasar muy bien y divertirse si se permiten disquisiciones filosóficas sobre el qué sí y el qué no, más allá de lo recurrente (el sexo).
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La plataforma Pornhub ha ofrecido a los italianos el acceso a sus contenidos premium, de manera gratuita, mientras dure la cuarentena. El consumo de sus vídeos se ha disparado en un 80 %, según cálculos estimados que, con seguridad, se pueden extrapolar a España y al resto de los países afectados que tengan acceso a ellos.
¿Habrá baby boom? Si el planeta ha parado motu proprio para regenerarse, como afirma de manera tan poética el psicoterapeuta italiano Raffaele Morelli, lo de tenernos encerrados ¿será una estrategia para aumentar la natalidad? El invento de las llamadas camas de cuerpo y medio se atribuye a los dirigentes soviéticos de la revolución de 1917: eran más pequeñas que una de matrimonio y por ende más económicas de fabricar y les cabían dos cuerpos aunque más apretados. La consecuencia podía caer por su peso nueve meses después. ¿Tácticas para la supervivencia de la especie?
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¿Qué añoramos en este estado cuando dejamos de respirar miedo?
El amor, el abrazo, los besos, la cercanía, eso es lo que buscamos instintivamente —por seguir con la poética— en situaciones extremas, reales o ficticias: Florentino Ariza pide al capitán del barco Nueva Fidelidad que ice la bandera amarilla, señal externa de portar contagiados de cólera, para así vivir su amor lento, largamente soñado, con Fermina Daza. García Márquez aisló a los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera de la manera más rotunda que voluntariamente se pueda, utilizó también una epidemia. No se trata de obligados, simplemente los dejó solos ¿cómo si no habrían podido vivir una historia de amor y de muerte con tanto romanticismo?
La epidemia como contexto y el mal como excusa, pero la decisión era voluntaria.
Los obligados: he ahí lo terrible.
En 1977 la editorial Planeta publicó Locos egregios del famoso psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nájera, libro que tuvo posteriormente muchas reediciones. En la contraportada, el propio autor dice de su obra que es «erudición jocosa» lo que explica, según él mismo, «el carácter lúdico y divertido del paseo por el interior del alma de personajes esenciales del pasado». Dedica un capítulo completísimo a una de las encerradas más famosas: la reina Juana de Castilla, conocida popularmente por Juana la loca.
Ponía así sello médico a una de las leyendas más aceptadas de la historia de España: que Juana era bipolar (dicho en términos actuales) y que padecía episodios de melancolía a los que seguían otros en los que se mostraba rebelde, iracunda y extremadamente celosa. Un carrusel con el que la reina Isabel reconocería en su hija los mismos rasgos que caracterizaron a su propia madre, Isabel de Portugal, y que justificaría, a ojos del rey Fernando y del emperador Carlos, un larguísimo encierro de cuarenta y seis años en el convento de Santa Clara de Tordesillas (Valladolid), antiguo palacio-fortaleza de corte mudéjar.
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¿Quién aguantaría algo similar sin perder la cabeza y el norte? Viviendo porque se está vivo, sin fuerzas siquiera para decidir voluntariamente lo contrario, perdida ya la religiosidad y sus poderosos mandatos. Seguir porque se sigue, rendida ante los imponderables: así es como la imaginamos porque así nos la han contado.
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El mito está siendo categóricamente revisado, se está desmontando una construcción aceptada sin ambages en el sentir popular y hasta en el ámbito académico.
Vayamos por partes: Juana habría sido una reina más en la historia de España si el romanticismo del siglo XIX no hubiera encontrado un filón literario y artístico al que daría continuidad en el siglo XX el cinematográfico.
Su vida, como la de todos, discurrió entre acontecimientos sobre los que no tenía todo el control, acontecimientos que llegaron a quebrantar su voluntad y que resultaron más jugosos que ningún otro para escritores, pintores y amantes de mirar al pasado solo con sus propios ojos.
La novela que dio el pistoletazo de salida fue Locura de amor, escrita en 1855 por Manuel Tamayo y Baus, bajo el palio de un romanticismo al que echarían cables los pintores y sus imágenes recreativas de acontecimientos históricos.
Pelegrín Clavé y Roque pintó La demencia de Isabel de Portugal en 1855, un lienzo gigante que hoy cuelga en las paredes de un museo mejicano, y, poco después, en 1877, Francisco Pradilla pintaría el famosísimo cuadro Juana la loca con el cadáver de Felipe que remataría el mito dándole continuidad genética al argumento de la melancolía. Menos mal que Tiziano había vivido muchos años atrás y se limitó a pintar al emperador más pálido que un yogur sin conservantes ni colorantes encima de un caballo porque, de siento que no puedo con mi vida y con el mundo también padeció en su retiro voluntario de Cuacos de Yuste el propio Carlos.
Cuadros, pinturas que veían unos cuantos ojos en el siglo XIX y que darían paso a la imagen de masas, el cinematógrafo, útil instrumento al servicio de la historia para el pueblo.
Manuel Tamayo Castro, sobrino-nieto del escritor, llevaría a cabo una adaptación de la novela de su antepasado en forma de guion cinematográfico para la productora CIFESA y en 1948 apareció en los cines españoles Locura de amor, dirigida finalmente por Juan de Orduña, con una Aurora Bautista espectacular a la que ya difícilmente se la podía imaginar representando otros personajes.
Durante tres décadas esa fue la referencia implacable de la reina, incluso en los ámbitos académicos, hasta que llegó la democracia y arrasó con todo.
El destape no le hubiera ido bien a un drama tan intenso como el que teníamos clavado, pero la gamberrez iconoclasta de los Monty Python poniendo en clave de humor hasta la vida de Cristo tuvo su secuela española entre otras en Juana la loca… de vez en cuando, dirigida por J. R. Larraz en 1983. Una ordinariez propia de frívolos izquierdistas que se ríen de todo y no respetan nada: parte de la crítica dixit .
Superada la etapa de somos libres para hacer lo que queramos, Vicente Aranda rodó Juana la loca en 2001, con una Pilar López de Ayala gigante en el papel de la mujer, al fin y al cabo, que, traicionada por todos aquellos que deberían haberla amado, todavía es capaz de buscar refugio en el recuerdo de los brazos de su esposo muerto: «Tal vez podría olvidar tu nombre pero jamás el abrazo que me hacía gemir» es la frase contundente con la que pone fin al relato. El amor, a pesar de todo.
La última película sobre el personaje de Juana, titulada La corona partida, la rodó Jordi Frades en 2016 como secuela o biopic de una serie de TV sobre los Reyes Católicos que tuvo mucha audiencia. Su protagonista, Irene Escolar, descendiente de la famosa saga de actores Gutiérrez Caba, estuvo inmensa.
¿Con qué Juana nos quedamos?
Bethany Aram es una americana, afincada en Sevilla, que ha escrito una tesis doctoral impresionante, convertida en best seller, titulada La reina Juana, editada por Marcial Pons. Lo revisa todo desde los documentos que fueron contemporáneos a la reina y pone en su sitio las visiones emocionales que tanto éxito han tenido en los dos últimos siglos.
El texto es, en ocasiones, difícil de leer por la cantidad de referencias bibliográficas que contiene, pero si se obvian las notas a pie de página y se hace uno el mapa mental de los personajes que aparecen (¿no lo requería también Juego de tronos?) se descubre qué conjunciones se pueden confabular alrededor de algunas vidas, constelaciones que son mucho más poderosas si se trata de tocar poder, de tocar dinero y de manejar personas y multitudes.
Con víctimas, claro.
¿Loca? ¿Quién resiste una encerrona de cuarenta y seis años teniendo una cabeza bien colocada y muy instruida? La razón no siempre puede sobreponerse a la voluntad, y esta se derrumba cuando comprende y acepta que no hay nada que hacer, que las cosas son así.
Y ¿quién es más psicótico, el que traza un plan a costa de lo que sea, incluso la salud de otros o el que sufre los embates de la ambición?
Tiempos en los que no podemos visitar el convento de Santa Clara en Tordesillas (todavía) pero que podemos aprovechar para leer y ver películas, como nos recomiendan todos los enterados del tema de la psicología y el entretenimiento. Quizá tiempos para ponernos en el lugar de otros y navegar por las preciosas páginas de la literatura en un imaginario Nueva Fidelidad hecho a nuestra medida.
Oferta no nos falta.