La crisis coyuntural sigue marcando la pauta en el complejo día a día para los cubanos. El pasado mes de enero ha sido el de mayor escasez, y por tanto el más difícil, en todo lo que va del siglo y el milenio en Cuba. Encontrar productos de primera necesidad a lo largo y ancho del archipiélago se ha convertido en un azaroso suplicio para el pueblo.
«El arroz no había faltado nunca antes como ha sucedido en lo que va de año. Desde los 90 no veía una situación similar», comenta Raúl, un jubilado del propio comercio interior, hoy asiduo merodeador del Mercado Ideal de Mayarí a la espera de que saquen algo de lo que necesita su familia. «Porque trabajan y estudian todos y no tienen tiempo de enterarse en el momento que venden las cosas», dice.
Y agrega: «El arroz está perdido, no hay en ningún lado. Sin embargo, en la Mesa Redonda dieron un reportaje sobre las miles de toneladas que se producen aquí mismo en Mayarí. Eso debe ser un globo o será que es muy poco, porque no se ve el arroz por ningún lado. Y la vianda está muy cara como para resolver, así no se puede. Se le va a uno la vida, esto se está poniendo como cuando el Periodo Especial crítico».
El desabastecimiento ha sido general, en casi todos los productos menos el aceite, que habiendo estado en crisis en casi todo el 2019, desde noviembre se estabilizó y no ha faltado en las tiendas anteriormente llamadas «recaudadoras de divisas». Cada vez se incorporan más productos a la escasez prolongada o casi absoluta: la leche en polvo, el azúcar liberado, los frijoles, las harinas de trigo y maíz, el chocolate en polvo, los embutidos, el pollo, la carne de cerdo y muchos más.
«No sé qué le voy a dar de merienda a mis hijos para la escuela», comenta desesperada Iliana, madre de dos hijos escolares. «No venden azúcar, ni sirope, ni los refrescos Piñata en polvo, que hacen tremendo daño en el estómago pero se resolvía. Y ahora nada de nada.»
«Tengo la cabeza hecha agua. Tampoco hay pan liberado casi nunca, lograr comprar en el momento que sacan no es fácil porque uno nunca sabe cuándo es. Yo le doy el mío de la cuota a uno de los niños y mi esposo al otro y resolvemos, pero con el refresco no sé qué hacer, me doy por vencida», añade.
Otro producto en falta sigue siendo la gasolina. «En noviembre y diciembre se había estabilizado un poco el suministro, con intervalos de escasez cuando máximo de tres o cuatro días, pero enseguida llegaba y se vendía», comenta el pistero del ServiCupet a este periodista en calidad de cliente interesado. «Pero enero ha estado malo y febrero tampoco pinta bien. En lo que va de año nos han abastecido tres veces nada más, dos en enero y una el día 2 de febrero», continúa.
«Y ha durado pocas horas la venta relámpago», explica, «principalmente porque hay que esperar habilitar a los carros del Gobierno y empresas estatales que están priorizados. Se forman largas colas y una gran parte de los conductores se va sin alcanzar. Es que cuando más han traído es solo 1.000 litros para un municipio tan grande (107.000 habitantes). Aunque lo tenemos racionalizado a diez litros para motos y 20 para autos, es muy poco y se agota rápidamente».
En medio de tal cuadro crítico, el Gobierno municipal ha vuelto a activar la vigilancia de los precios topados para los cuentapropistas y en los últimos días se ha desplegado una avalancha de inspectores en las calles para garantizar, a base de multas elevadas, que la escasez no continúe incrementando los precios.
Una medida de viabilidad dudosa, que para muchos contribuye más a agudizar la crisis, a un mediano plazo, por desestimular la producción y el comercio según la demanda real del mercado.