Engañar, ¿orden u oficio?
Pocas cosas son tan importantes para el control total de la sociedad moderna como la información y los medios para propagarla. Los tiempos antiguos en que el edicto real —de donde proviene la palabra editorial— pautaba la vida y obra de los siervos y una buena parte del patriciado, casi han desaparecido. «Casi» porque al menos dos países en las antípodas continentales siguen tratando de demostrar la invulnerabilidad de sus fronteras comunicacionales: Cuba y Corea del Norte.
Por estos estos días la prensa oficialista cubana parece haber regresado a los tiempos en que no había internet, Facebook, telefonía celular; la época en la cual Gramma y otros de su pelaje campeaban por la desinformación. Ante el enigmático incidente de las representaciones diplomáticas en La Habana, parecen haber recibido la orden —no trabajan de otra manera— de usar toda su capacidad de engaño y cinismo, que es bastante, para negar el evento, suceso, o como quieran llamar a los ataques —¿sónicos?—, siempre omitiendo a las victimas canadienses —no dañar esa privilegiada relación política y comercial.
Nuevamente, y sin importarles el sentido común de personas medianamente inteligentes e informadas fuera del bloqueo informático en la Isla, recurren a insultos y descalificaciones de quienes no piensan igual. Una prominente periodista ha puesto en duda la profesionalidad de los expertos de la Universidad de Miami (UM) —decir Miami, en lenguaje del régimen, basta para descalificarlo todo. No aclara que UM es una de las mejores universidades del país, lugar 38 entre todas, más de 10.000 empleados. La Escuela de Medicina Leonard M. Miller, y el Hospital Jackson Memorial tienen niveles de excelencia mundial.
Pero si las escuchas o lo que sea salió mal, ahora los medios de desinformación insular pueden hacer las cosas aún peor. Porque no hay nada que irrite más a un «americano» que descubrir que le mienten. El general-presidente reconoció el suceso, y brindó cooperación; en tanto, su propia hija ha dicho que el evento, incidente, o como quiera negarlo, es una fantasía que no se le hubiera ocurrido a George Lucas. Casi al mismo tiempo, otra periodista especializada en tergiversar —y mentir sin pudor— sobre todo lo norteamericano, menciona la explosión del Maine y a su abuela, cuando está bien demostrado desde tiempos de la anciana, que fue un accidente en las calderas del acorazado. Si convino al expansionismo norteamericano de esos tiempos, es otra conversación.
Es incomprensible la negación de los «ataques sónicos» contra toda certeza. ¿Mienten más de dos decenas de funcionarios norteamericanos y media docena de canadienses y sus familiares? ¿Por qué y para qué lo harían? ¿Que ganan los «yanquis» con otra crisis? ¿Habrá un instante en la noche o en el día en el cual la conciencia moral, la ética profesional de los comunicadores cubanos se imponga a la ideología, al fanatismo, incluso al miedo de cotejar las realidades y las utopías? Después de haber viajado por el mundo, y conocer cómo funcionan las cosas —puede que no siempre justas— ¿cómo creer que los Estados Unidos, a menos que haya un interés especial, se van a quedar «dados»?
De esta avalancha de negaciones y descalificaciones es importante discernir lo que realmente está sucediendo en la Isla. Las predicciones sobre el agravamiento de la economía, del desorden social e incluso, el resquebrajamiento del poder absoluto, pueden quedarse cortas. Con la retirada de más de la mitad del personal de la embajada norteamericana, y la misma medida hacia la representación cubana en Washington, el visado, los viajes en ambos sentidos y las tímidas inversiones comenzaran a declinar. No se regresaría a la era Bush, sino a una peor, porque ya no hay Venezuela de 100.000 barriles a 100 dólares, un Obama permisivo y tolerante, un Máximo Líder capaz de sacar partido a sus propios errores. Esta vez, como bien piensa el cubano de a pie, no se le pondrá la tapa al pomo, sino a la olla de presión.
Los meses por venir serán sumamente complicados, no solo para el régimen. Enfrentar un éxodo masivo de cubanos siempre será el reto para un comandante en jefe norteamericano, quien tiene ante sí la opción de aplicar el verdadero bloqueo, y la repatriación forzosa de los emigrantes. En este caso, y por primera vez en la historia de 60 años de desavenencias, le tocará a un republicano. O mejor, a un presidente que no cabe en una clasificación habitual, ni por filiación ideológica ni por ejecutoria previsible.
Esperemos, para bien de todos, que los comunicadores cubanos estén bien asesorados. Y que estas engañifas y negaciones sean la cortina de humo para que tras los telones del Palacio de la Revolución o de la Oficina Oval se esté hablando de resarcir a las víctimas y castigar a los culpables, sea quien sea y por la razón que haya sido.