Enrique Krauze: Este arroz no se ha cocido
Hay una ciudadanía alerta, una candidata competitiva y una democracia que defender. La elección no está decidida.
En la carrera presidencial viene a cuento la parábola que escuché del filósofo polaco Leszek Kołakowski sobre el poder disuasivo, descorazonador, paralizante de las ideologías autoritarias: “Dos niñas compiten a las carreras en un parque. La que va retrasada grita desaforadamente: ‘¡Voy ganando, voy ganando!’. La que lleva la delantera escucha esos alaridos, abandona la pista, se arroja en brazos de su madre y le dice entre sollozos: ‘No puedo con ella, siempre me gana’”.
No sugiero que Claudia Sheinbaum esté rezagada en la carrera. Cuenta con una porra multitudinaria, patronos poderosos y una evidente convicción por su causa. Si exclama –a su modo– “voy ganando, voy ganando” es porque en este tramo, de acuerdo con las encuestas, lleva la delantera. Pero hay algo igualmente claro: Xóchitl Gálvez va tras ella a ritmo acelerado. Está recorriendo el país. Es franca, propositiva y valiente. Sabe que aún tiene tiempo, que la ventaja puede acortarse y aun empatarse. Y en ese caso, “candidata que alcanza gana”.
Pero algo extraño ocurre en el parque. Sectores del público que favorecen a Xóchitl (o, simplemente, que gustan de las carreras) alzan los hombros y concluyen que la competencia terminó: “Este arroz ya se coció”. Están equivocados.
En muchos órdenes de la vida, actuar con derrotismo equivale a decretar una quiebra prematura, injustificada, hasta suicida. Las quiebras absurdas pueden partir de muchas causas: una mala lectura de la realidad, un ánimo depresivo, la simple extenuación o la inseguridad en el propio juicio. En última instancia, quebrar antes de tiempo es cerrar la puerta al azar. Grave error, porque el azar juega siempre, en la vida y en la historia.