Entre el pasado y el futuro: la Bolivia que definirá octubre
Octubre no será simplemente un cambio de gobierno: será el momento en que el país decida si rompe con las inercias del pasado o si vuelve a fórmulas conocidas, con el riesgo de profundizar las fracturas sociales y políticas. La segunda vuelta enfrenta a dos figuras que simbolizan más que sus propias candidaturas: Rodrigo Paz, quien encarna la posibilidad de renovación y modernización; y Tuto Quiroga, cuya experiencia promete orden y estabilidad, aunque también despierta temores de un regreso a viejas élites. Entre ambos se juega no solo la presidencia, sino también el futuro de la democracia, la cohesión social y el papel de Bolivia en el mundo.
Las elecciones de 2025 dejaron un resultado inesperado: ni Evo Morales ni el MAS lograron un respaldo contundente, incluso en sectores indígenas que históricamente fueron su base. Este quiebre abre paso a una segunda vuelta decisiva que definirá no solo quién gobernará, sino hacia dónde se orientará el país en los próximos años. Entre los retos más urgentes destacan la necesidad de recuperar la cohesión social, garantizar estabilidad política, reactivar la economía más allá del gas y el litio, fortalecer la democracia frente al desencanto ciudadano y posicionar estratégicamente a Bolivia en un contexto internacional cada vez más competitivo.
Tras más de una década de hegemonía, el MAS enfrenta su mayor crisis de legitimidad, Evo Morales si bien sigue siendo un referente simbólico, su liderazgo ya no genera el entusiasmo del pasado. Luis Arce, presidente saliente, conserva algunos apoyos en sectores urbanos e institucionales, cuya influencia podría condicionar la dinámica interna del partido. Aunque debilitada, la bancada masista sigue siendo un actor relevante en el Congreso, lo que obligará al próximo gobierno a mantener negociaciones con ella.
La oposición, en cambio, aunque tiene la oportunidad de crecer y consolidarse, sigue dividida entre corrientes regionalistas, liberales y progresistas, lo que dificulta la construcción de un frente verdaderamente sólido. Esa fragmentación aumenta la incertidumbre y será determinante en la segunda vuelta, donde la habilidad para articular consensos se vuelve más crucial que nunca.
Los resultados de la primera vuelta redefinieron la composición del Congreso: el MAS perdió la mayoría absoluta, obligando al próximo gobierno a negociar con otras fuerzas para aprobar leyes y presupuestos. Esta nueva correlación de fuerzas plantea un desafío mayor: sin acuerdos amplios, las reformas políticas, económicas y sociales podrían quedar atrapadas en un callejón sin salida. La construcción de consensos sólidos será, por tanto, la única vía para evitar la parálisis y sostener la gobernabilidad.
A nivel social, Bolivia sigue atrapada entre la promesa de inclusión y la persistencia de desigualdades históricas. Aunque durante los gobiernos de Morales se redujo la pobreza y se consolidó el reconocimiento de la plurinacionalidad, muchos consideran que esos beneficios fueron desiguales y poco sostenibles. La migración hacia áreas urbanas ha generado cinturones de pobreza y nuevas tensiones étnicas en la competencia por tierras, recursos y representación política. Hoy las demandas sociales se han diversificado: al reclamo tradicional de tierra y agua se suman exigencias de empleo digno, educación de calidad y acceso al mundo digital. El próximo gobierno tendrá que responder a estas demandas con soluciones concretas, más allá de discursos identitarios.
En lo económico, el país enfrenta un dilema crítico. La bonanza de los hidrocarburos, que sostuvo programas sociales y obras públicas, se ha reducido por la caída de precios y producción. El litio aparece como la gran promesa: Bolivia posee una de las reservas más importantes del mundo, lo que la convierte en pieza clave de la competencia energética global. Sin embargo, su explotación despierta tensiones. Empresas chinas, europeas y estadounidenses compiten por contratos, mientras las comunidades locales exigen participación y beneficios tangibles. La forma en que se gestione este recurso será decisiva no solo para el futuro económico, sino también para la estabilidad política y social del país.
La segunda vuelta de octubre, por tanto, no será un simple trámite democrático, sino un punto de quiebre. Rodrigo Paz representa el desafío de construir consensos desde la novedad política y un electorado fragmentado; Tuto Quiroga encarna la opción de recuperar institucionalidad a partir de la experiencia, aunque con el riesgo de reavivar viejas resistencias sociales. El dilema común es el mismo: gobernar con un Congreso fracturado y con una sociedad que ya no tolera promesas incumplidas ni políticas que no mejoren su vida cotidiana.
Un triunfo de Paz abriría la puerta a un ciclo de modernización política y económica, con el reto de consolidar consensos amplios, fortalecer la democracia y responder a un electorado diverso y exigente. Su gobierno tendría que negociar con múltiples actores sociales y políticos —comunidades indígenas, sectores urbanos y fuerzas regionales— para construir gobernabilidad y sentar las bases de un nuevo contrato social. Por su parte, un triunfo de Quiroga podría aportar estabilidad institucional y experiencia en el manejo de los recursos estratégicos, pero tendría que superar la percepción de un retorno al pasado y generar confianza en los sectores que demandan cambios más profundos. Además, debería evitar que un Congreso plural se convierta en un obstáculo que agrave las tensiones sociales.
En cualquier escenario, la gobernabilidad dependerá de la capacidad de generar acuerdos y de administrar la economía de manera eficaz, integrando diversidad étnica, demandas sociales y expectativas económicas. Solo así Bolivia podrá garantizar estabilidad interna y fortalecer su proyección internacional en los próximos años.
El desenlace de octubre tendrá una resonancia que trasciende las fronteras bolivianas. Según el camino elegido, el país puede convertirse en referente de renovación democrática en América Latina o, por el contrario, en un ejemplo más de parálisis política y desgaste institucional. En un mundo que mira hacia el litio como recurso estratégico, lo que está en juego va mucho más allá de una presidencia: es la oportunidad de que Bolivia redefina su papel en la región y en la economía global. Octubre será, sin duda, un mes que marcará la historia del país.