«Entre mi padre y el Che había respeto intelectual mutuo: eran dos cerebros»
Clarín estuvo con Laurence, hija del intelectual francés Régis Debray. Para algunos, compañero entrañable del Che. Para otros, quien informó a la CIA su paradero en Bolivia.
Vivir sin saber qué hicieron sus padres revolucionarios. Laurence es hija de la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos y del intelectual francés Régis Debray, quien, según algunas versiones, habría “entregado” a Ernesto “Che” Guevara al informarle a la CIA su paradero en Bolivia. Pero Laurence no había nacido cuando su padre, preso en ese país, atravesó el proceso judicial que conmovió al mundo y que contribuyó a convertir la guerrilla del Che en un mito.
Nació en 1976 y creció con sus abuelos, en la más alta burguesía parisina. El pasado revolucionario de sus padres fue un secreto de familia. Y continúa hoy. Ni sus abuelos ni sus padres respondieron nunca a las preguntas de Laurence. Entonces dejó de hacerlas. El asombro llegó cuando en 2014 un periodista español le preguntó si era la hija de quien “entregó” al Che Guevara en Bolivia. No supo qué decir.
Así nació la búsqueda de su identidad, que terminó en el libro “Hija de revolucionarios”, una suerte de guión de cine (con algo de García Márquez y una pizca de Woody Allen), a la vez que una desestructuración de la caricatura sobre América Latina desde la izquierda francesa, con humor, dolor, sarcasmo e insolencia. El texto es un homenaje al idealismo de su padre y plantea un interrogante que no logra responder: ¿A qué fue Regis Debray a Bolivia?
Clarín estuvo con Laurence en su casa del boulevard Arago, en París, capital francesa, junto a Roxane y Samuel, sus dos chicos, quienes hacían los deberes escolares.
En su departamento de París, Laurence Debray recibió a Clarín.
– En tu libro decís que sos un “adiós a la revolución” de parte de tus padres. ¿Tuviste una vida normal?
– No sé, no creo. Tuve una infancia muy politizada donde todo tenía un significado. No se podía comer Corn Flakes o beber Coca Cola porque era estadounidense. Mis padres me mandaban a Cuba a un campo de entrenamientos. Todo estaba politizado. Pero, a la vez, ya creían en la socio-democracia. Ya habían dejado la lucha armada y jugaban el juego de la democracia en Francia. Y mi padre ya estaba apoyando al partido socialista y al ex presidente [de Francia François] Mitterrand.
«Mi padre se quería meter de guerrillero en serio, creo que le hizo entender al Che que para él era más útil ser agente de enlace que intelectual».
– ¿Es pesado ser la hija de revolucionarios y tener que reconstruir esta historia sola?
– Sí. Tus padres supuestamente son las personas más cercanas a vos, y yo tenía la impresión de que eran una incógnita, y siguen siéndolo. Por eso empecé esta búsqueda, a raíz de la alegación de que mi padre supuestamente había entregado al Che. Era también una búsqueda de identidad para saber de dónde venía yo.
– ¿Por qué eran tan reservados? ¿Para protegerte o porque negaban el pasado?
– Nunca lo negaron. Yo creo que haya algo de la culpa del «rescatado», porque casi todos murieron. Ellos son sobrevivientes; de alguna manera, un milagro. Quizás pensaban que no los iba a entender. Vivía ya en otro mundo, donde la violencia se condenaba y no había armas. Entonces quizás pensaban -y tendrían razón porque aun hoy no entiendo del todo- que no lo iba a entender.
– ¿Por qué tardaste treinta años en ir a Bolivia?
– Primero tuve mi crisis de adolescencia. Estudié Economía y Finanzas y me fui de banquera a Estados Unidos. Mi padre no tenía visa para entrar, así que primero me rebelé. Después me interesé y luego busqué.
«En un recreo de la escuela me dijeron que mi padre había ido a la cárcel. Regresé a casa preguntando y no me dijeron nada».
– ¿En Bolivia entendiste por qué tu papá se había involucrado en la guerrilla?
– Bolivia no me gustó para nada y tampoco entendí. Regresé con la decepción de pensar “¿cómo mi padre le impuso eso a sus padres?”. O sea, a mis abuelos. Mi abuela era una mujer muy fuerte, que se metió en política en una época de Francia en que ninguna se metía. Mi abuelo era un gran abogado en París, prestigioso. En esa época, ellos pensaban que mi padre estaba muerto. Bolivia fue como llegar a la Luna, para ellos. No conocían el Tercer Mundo ni a los aborígenes. No hablaban español, no conocían el contexto político. Entonces, digo: ¿cómo mi padre le impuso eso a mis abuelos?
«Distintos testimonios muestran que mi padre no delató el paradero del Che Guevara.»
– ¿Cómo fue ir a Cuba por primera vez?
– Tenía 9 años y mi padre me dijo: “Tienes que elegir entre Cuba y Estados Unidos. Ya eres grande; tienes que escoger tu campo. Entonces vas a ir un mes a un campo de entrenamiento en Cuba y un mes en un summer camp en California”. Y así fue. Me metieron en un avión, con un chileno que ellos conocían que me robó mis dólares. No me habían preparado para nada. Llegué, me llevaron al campamento y ahí estuve cuatro semanas. Pero al final guardo un recuerdo fuerte y conmovedor. Yo no tenía hermanos y al estar con muchos niños surgía una cierta fraternidad. Además de los paisajes lindísimos y la playa increíble recuerdo el entrenamiento militar. Yo no sabía hacer nada… ¡era una boba total, con mis trajes de parisina! Ahí también me dijeron que mi padre había estado con el Che, con Fidel. Y yo, tan pequeña, no sabía.
– ¿Cuándo supiste que el Che Guevara había sido fundamental en la vida de tu familia?
– En un recreo de la escuela me dijeron que mi padre había ido a la cárcel. Regresé a casa preguntando y no me dijeron nada. “Había un problema político y ya”, me dijeron. Entonces no me enteré mucho. Ahora, con el libro, me percaté de que había una historia, que para mí era una historia de película. Pero fue ahora que tengo 40 años.
– Pero la primera vez que tuviste una noticia real del pasado de tu padre fue cuando un periodista español te preguntó si eras hija de quien había entregado al Che.
Fue en 2014. Estaba promocionando mi libro sobre el Rey de España, en Madrid, y esa pregunta me despertó. No me la esperaba y no sabía qué decir. Cuando volví les hice algunas preguntas a mis padres, pero no me contestaron. Entonces, como tengo formación de historiadora, fui a los archivos.
«Mi padre dice que no se acuerda. Creo que para él es demasiado doloroso y complicado. No quiere meterse en los detalles».
– ¿Cómo te sentiste? ¿Nadie te lo había preguntado antes?
– Escuchaba rumores de lejos, pero uno vive en su pequeño grupito y nunca lo había vivido de manera frontal. Además, eso no lo vivía yo personalmente, eran cosas de él. El periodista no fue malo ni agresivo, pero me sentí un poco tonta. Yo sólo quería era hablar de mi Rey, que era lo que me preocupaba. Uno puede andar por la vida con su grupito, muy protegido, sin saber lo que dicen los demás y, sobre todo, sin tener curiosidad, tampoco. Andás como con anteojeras.
– ¿Qué te contó tu padre de ese período con el Che en Bolivia? ¿Te dijo por qué eligieron ir al sureste de Bolivia?
– No, es un misterio. Con el libro pensaba abrir un poco el diálogo; mis padres leyeron el libro al mismo tiempo que mi editor. Pero no. Creo que para mi padre es demasiado doloroso y complicado. No quiere meterse en los detalles. Dice que no se acuerda. Yo le pregunté por qué escogieron esa zona. Él había ido unos meses antes a estudiar dos regiones, pero no esa. Entonces le pregunté si lo había comentado con el Che. Pasaron un mes juntos y tenían tiempo para conversar. Pero dijo que no lo había charlado o que no se acordaba. Yo creo que se protege.
– ¿Qué pensó tu madre de la ida de tu padre a Bolivia?
– Él ya había escrito “Revolución en la revolución”. Entonces ya tenía un nombre y los estadounidenses lo ubicaban. Mi madre tiene una gran cabeza política y es muy desconfiada. Con ese sentido del análisis, sospechó que esa operación no iba a ser tan fácil como la de Sierra Maestra. Además, ella había vivido en Bolivia. Conocía bien ese sentimiento nacional boliviano. Pero tampoco lo impidió. Mi padre estaba a las órdenes del Che y de Fidel y para él era un honor, creo. Y el plan -ella me lo comentó- era que mi padre fuera primero y ella después.
– ¿Qué crees que pensaba el Che de tu papá?
– Sólo sé lo que está en el diario, que es mucho respeto por el intelectual. No sé más. Como mi padre se quería meter de guerrillero en serio, creo que le hizo entender que para él era más útil ser agente de enlace. Que un intelectual era tan importante como un guerrillero, allí en los montes. Creo que había mutuo respeto intelectual; eran dos cerebros. Pero mi padre tampoco me habló de esto. Sólo me comentó la increíble amistad que había entre el Che y Fidel. Él admiraba esa relación tan especial.
«Mis padres, además de hacer la revolución, tenían que salvar el mundo primero».
– Vos decís que aparecés en el diario del Che “entre Dantón y Sartre”. Él dice que Dantón, como le llamaban a tu papá, quería casarse con su compañera y tener un hijo, que eras vos. ¿Cómo te sentiste al leer eso?
– Me extrañó. Estamos en el 67 y yo nací en el 76. O sea que ellos ya pensaban en eso, algo muy burgués en realidad, 9 años antes. Casarse, tener un niño y hacer una revolución… no es muy coherente. Pero me agradó porque cuando yo nací ellos ya estaban separados, y esto muestra que no fue un accidente sino un proyecto. Era la hija de la pos revolución.
– Se casaron habiéndose visto solamente seis horas en esos cuatro años en que él estuvo en prisión…
Eso calculé yo. Creo que incluso es menos, porque a veces no le daban la autorización a mi madre para verlo. Se casaron en la cárcel, después de no haberse visto nueve meses. Para ella es normal. Para mí es una locura.
– ¿La comunicación fue mejor con tu mamá que con tu papá? ¿Y con sus respectivas familias?
– Sí. A lo mejor el perfil latino ayuda a hablar más que el francés, que puede ser más secreto, intelectual y complicado. Mi madre tiene un don, que es la amistad. De pequeña ella me introdujo en su grupo. Tenía muchos tíos y tías que no lo eran genéticamente, pero había un grupo muy fraternal.
– Esos tíos postizos debían ser compartidos con otros “chicos de la revolución” que no podían ver a sus padres…
Es que tenían que hacer la revolución y eso toma tiempo. Mis padres, además de hacer la revolución, tenían que salvar el mundo primero. Yo creo que era una época donde la vida era más colectiva. Hoy estamos muy encerrados en nuestras casas.
«Mi padre contribuyó al mito de la revolución».
– Entiendo que tus padres postizos fueron Simone Signoret, Jane Fonda, Ives Montand…
Sí, era gente comprometida sinceramente con la política. Todos complotaban todo el día. Venían a mi casa porque mi madre me tenía a mí y no podía salir mucho. Eran como unas madrinas.
– ¿Crees que tu papá, como dice el Che, contribuyó al mito de la revolución?
– Creo que sí. Lo que dice un poco el Che, que le hace publicidad. El encarcelamiento de mi padre en Bolivia y el juicio que movilizó tanto a la opinión pública hizo la lucha visible. Le dio visibilidad a la guerrilla.
– En tu libro admitís que te alivió saber que no fuera tu papá el que delató al Che. ¿Se lo preguntaste a él?
– No, no se lo pregunté. Fui a unos archivos, leí mucho, hice una cronología y, con testigos, me hice mi idea. Pero fue una búsqueda personal; no me dieron la llave.
«Mi papá me hizo quitar varias cosas sobre las torturas en la cárcel. Cuando le hice leer el libro, me pidió que quitara momentos que no le gustaban»
– ¿Cómo llegaste a esa conclusión?
– Gracias a testimonios, como el de François Maspero, editor de mi padre. Él viaja a Bolivia para dar apoyo a su escritor y amigo; ahí lo agarran y le hacen escuchar lo que dijo mi padre y cuando regresa a Francia dice “pero ahí no hay nada”. No es que lo absuelve diez años después. Cuando regresa a París, lo absuelve enseguida. Luego están los testimonios de militares bolivianos, que dicen que los americanos sabían que el Che andaba por ahí. Luego Ciro Bustos. Hay muchas cosas.
– ¿Fue Ciro Bustos o es otro mito?
– No, yo creo que es una realidad. Los dibujos que hizo son una realidad. Los mapas que indican dónde están ubicadas las cuevas son una realidad, estoy segura. Además, dicen que ellos ya sabían que el Che andaba por ahí. Son muchos elementos. Hacer una búsqueda así debió ser como armar un rompecabezas: ponés piezas y piezas hasta que entendés la imagen.
– También decís que el embajador de Estados Unidos le informó a su par francés que ya sabían de la existencia del Che en Bolivia. Que no necesitaban ningún testimonio de Debray sino saber qué planificaba el Che.
– Ellos le salvaron la vida a mi padre, aunque él nunca fue agradecido con los norteamericanos por eso. Yo creo que los bolivianos lo hubieran haber podido matar.
– Como hicieron con el Che…
Claro. Pero los estadounidenses no los dejaron. Incluso cuento que mi madre me pasó un libro -no recuerdo su nombre ahora- donde dice que habían mandado a un militar boliviano de La Paz a Camiri para que mataran a mi padre, pero él no quiso hacerlo porque se dio cuenta que iba a ser un error político.
– Antes de dejar Cuba, tu papá visitó el despacho del Che en el Ministerio de Industria. En tu libro contás que tu mamá abrió el escritorio y halló el diario del Che en el Congo, que hasta hoy sigue siendo poco difundido. Tu papá se enojó y por eso vos decís que, para él, el mito del Che era “intocable”, y para tu mamá, “deconstruible”. ¿Cómo es esa diferencia?
-Mi padre tenía esa relación de admiración total, de fe, como una religión. Para mi madre era más bien un elemento de análisis suplementario, para ver en qué se metía, cuál era el plan. Era una actitud muy diferente. Mi madre ya había crecido bajo una dictadura en Venezuela. Creo que siendo Latinoamericana, a lo mejor entendía más y soñaba menos.
«Con mi padre tenemos un gran desacuerdo sobre Venezuela. Él no condena el régimen de Maduro».
– Tu mamá me dijo que para ella fue una enorme sorpresa el libro, que nunca imaginó que habías sufrido tanto.
-Ah, ¿sí? Pero no sufro tanto. Tampoco quiero tener ese papel. Ellos sufrieron. Mi padre sufrió en la cárcel. Para mi madre fue muy difícil vivir en ese contexto: sacarlo de la cárcel, ver a sus amigos muertos. Ellos sufrieron. Para mí fueron pequeños sufrimientos, pequeñas desilusiones. No es nada en comparación.
– ¿Crees que tu papá se cuestiona la aventura latinoamericana del intelectual francés, y quería evitar que vos la repitieras?
– No. Mi padre ya dio vuelta la página y cerró el capítulo. A lo mejor es demasiado doloroso, no sé. No creo que piense mucho ni se cuestione. Hoy, por ejemplo, tenemos un gran desacuerdo sobre Venezuela. Porque, claro, él no condena el régimen de Maduro, no condena lo que está pasando ahí. Y yo creo que, siendo él un antiguo prisionero político, es una vergüenza esa actitud. Una irresponsabilidad. La realidad no miente. Uno puede tener mucha ideología pero cuando un pueblo tiene hambre, se mata, no se pueden tener las mínimas libertades y derechos, es imperdonable. Nuestros desafíos, hoy, son la contaminación, el terrorismo, y que no vamos a tomar las armas para luchar.
– Te quitaron la utopía de esos años…
No tengo ninguna. Puedo decir que voté por [el presidente de Francia Emmanuel] Macron, pero no lo estoy idealizando, para nada. También mi padre estuvo en el poder con Mitterrand y conocí a los ministros, vi cómo vivían. Y cómo cambian: el poder cambia a las personas. Pero hay algunas cosas sagradas y Venezuela es una.
«Yo lloro cuando llego a Cuba porque es la historia de un desastre. Y La Habana, que podría ser una ciudad magnífica, tan destruida».
– ¿Hablaste con tu padre de su tortura, de los horrores?
– Me hizo quitar varias cosas sobre las torturas en la cárcel. Cuando le hice leer el libro, me pidió que quitara momentos que no le gustaban porque supuestamente mi objetivo no era molestarlo o perjudicarlo.
– ¿Consideró que tu visión del libro era muy dura?
– No. Yo creo que para ellos es muy difícil que esta generación pueda cuestionar esa vida, el mito. Es difícil de admitir y lo entiendo. Me imagino cuando mis hijos me cuestionen por qué no hice nada para salvar el planeta. Pero en un mundo en donde la política es tan profesional y donde prima la corrupción, el libro es un poco un homenaje a ese entregar la vida por un ideal. Hoy, en Francia, la gente no sabe de ideales.
– ¿Cómo juzgas a Cuba, a Fidel?
– A mí Cuba me da una pena tremenda. Muchos franceses van a Cuba ahora, está muy de moda. A los franceses les encanta: tienen la impresión de hacer un viaje en el tiempo. Yo lloro cuando llego a Cuba porque es la historia de un desastre. Y La Habana, que podría ser una ciudad magnífica, tan destruida. A me hubiera gustado que funcione, ¿sabés? Porque no vamos a querer un mundo ideal, tampoco. Pero cuando oís que hay profesores de medicina que sirven en un restaurante… También me pregunto cómo esa gente inteligentísima pudo creer en una sociedad basada en la destrucción, los prisioneros políticos, la economía dirigida.
– Si el Che viviera, ¿qué pensaría de Cuba?
– ¿Hoy? ¿Con un Raúl y el acercamiento a Estados Unidos? Creo que condenaría a Cuba. Él era tan radical. No me lo imagino de otra manera.