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Entrevista al historiador Stanley G. Payne – «Es mentira que la República fuera democrática hasta el final»

El hispanista publica «La revolución española» (Espasa), un análisis de cómo el Frente Popular condujo la democracia a un Estado de violencia

España no es una anomalía, no «is different», como advertía el lema turístico, ni un país con tendencia natural a la violencia y la barbarie. Hasta la era de los pronunciamientos decimonónicos, el país fue uno de los menos fratricidas del continente; uno más, en todo caso, como constata Stanley G. Payne en su libro «La revolución española (1936-1939)» (Espasa, 2019). Durante casi sesenta años, este hispanista estadounidense se ha acercado a la historia del mundo a través de la de España con una veintena de libros. El resultado ha dinamitado mitos dentro y fuera del país, pero nunca ha vencido las reservas de quienes siguen viendo un paraíso perdido en la Segunda República.

Lo vuelve a intentar con su nueva obra. En «La revolución española (1936-1939)», analiza y contextualiza dentro de la historia europea cómo la izquierda española inició, ya antes del estallido de la Guerra Civil, un viaje más allá de la democracia y de las leyes vigentes. A contracorriente de la historia que se quiere imponer, Payne recuerda el proceso de descomposición legal con el que Frente Popular guillotinó a la Segunda República y apostó por la violencia. Porque no fue la indiferencia o la pasividad lo que disuadió a las democracias europeas de tomar partido por el bando republicano, sino la sañuda persecución religiosa, la colectivización de propiedades y las atrocidades que se registraron en el supuesto bando de los buenos.

-Plantea en el libro que España no es un país anormalmente violento.

-Esta idea es consecuencia de la Guerra Civil, y está heredada de la Leyenda Negra que presenta a los españoles como gente apasionada y proclive a la violencia. También está presente en la propaganda estadounidense contra España durante la Guerra de Cuba, que fue un conflicto brutal. Pero lo cierto es que si comparamos la Guerra Civil española con otras guerras revolucionarias encontramos un nivel de violencia igual en casi todas partes.

-¿Por qué la izquierda radical decidió dinamitar la República?

-Hay que tener en cuenta la situación histórica del país, con una modernización acelerada concentrada en dos décadas. Con cambios muy rápidos, tanto económicos como sociales… España cumple exactamente lo que definió Alexis de Tocqueville -el gran teórico y analista francés del siglo XIX- al decir que las revoluciones estallan no cuando las situaciones son malas y la gente está más empobrecida, sino cuando las condiciones están mejorando y hay una perspectiva a mejor. Entonces surgen grupos que desean una verdadera revolución y que, como en el caso de la izquierda española, se sienten frustrados con las reglas democráticas. El fracaso revolucionario del 34 y el ascenso del Frente Popular al poder generaron más y más presión hasta que, finalmente, estalló la situación revolucionaria con el pretexto de un intento de sublevación militar.

-¿Hasta cuándo sobrevivió la democracia a esta revolución?

-La revolución destruyó por completo el Estado de Derecho en los primeros meses de la guerra. Durante el Gobierno de Negrín hubo un intento tímido de hacer algo que, si bien no era democrático, al menos restauraba algo la legalidad. No tuvo mucho éxito: el Estado de Derecho fue sustituido por un Estado de violencia.

–¿Qué estaba haciendo la izquierda moderada mientras tanto?

–La izquierda moderada en cierto sentido es la clave de la situación. Azaña y compañía intuían que no había votos suficientes detrás de la izquierda moderada, y que debían acercarse al electorado y a los líderes socialistas, a pesar de su actitud revolucionaria. No obstante, Azaña y otros líderes moderados creían que podían dominar la situación y usar en su provecho a los revolucionarios. Al final ocurrió justamente lo contrario, los revolucionarios entregaron armas a los sindicatos y dominaron a los moderados durante la primera fase de la Guerra Civil. El cálculo de Azaña era demasiado Maquiavélico y no funcionó, perdió el timón completamente.

-La izquierda actual sigue defendiendo la República hasta el final…

-Es totalmente mentira que fuera democrática y legal hasta el final. Forma parte de la propaganda republicana de la Guerra Civil. A pesar de la revolución que estaba en marcha en la zona republicana, los líderes sabían que era necesario esconder y disfrazar esta explosión obrera de cara al exterior, pues sin la apariencia de democracia no se podía solicitar apoyo entre los países que estaban en contra de la quema de iglesias y de colectivizar tierras. Esa propaganda se ha mantenido como el mito político más resistente de la izquierda actual. El único de la primera mitad del siglo XX en Europa y en el mundo que se mantiene todavía intacto.

-Recuerda en su obra que Franco entró en la guerra gritando «viva España y viva la república», pero salió como un dictador, ¿en qué momento decidió imponer una dictadura así?

-Es imposible saberlo. El plan de Emilio Mola era instaurar previamente un directorio militar, como algo transitorio para llevar al país hacia una república más conservadora y evitar la radicalización. Sin embargo, el apoyo principal para ejecutar este plan era Manuel Goded, pronto encarcelado y ejecutado en Barcelona. El líder más liberal de los insurrectos fue aniquilado por los republicanos enseguida… Franco, por su parte, aceptaba más o menos el plan de Mola, pero ante la perspectiva de una guerra civil revolucionaria, en la que todo estaba radicalizándose, cambió de opinión. Franco impuso un mando único, con el cargo de generalísimo y un directorio personal. Sobre cuándo y cómo se formó exactamente esta idea no tenemos idea. Es uno de los misterios sin resolver de la guerra.

-La historia de España es la más tergiversada de occidente, en su opinión, ¿ayudaría a esclarecer algo una comisión de la verdad?

-No. La idea es ridícula y absurda. El único país en el que eso ha funcionado bastante bien ha sido en Sudáfrica, porque se puso en marcha inmediatamente después del fin del apartheid, cuando todo el mundo estaba vivo y se buscaba la reconciliación. En la España actual se persigue el castigo. Es otro intento de tergiversar la historia. El único aspecto directo que me parece genuino y operativo de la Ley de Memoria Histórica es el de exhumar los restos que están en fosas, que, si bien no son tantos, merecen ser enterrados con la debida dignidad y reconocimiento. La historia hay que dejarla en manos de los historiadores y no de los que intentan utilizar la historia como un arma política.

«El único aspecto directo que me parece genuino y operativo de la Ley de Memoria Histórica es el de exhumar los restos que están en fosas»

-¿Encuentra paralelismos entre la alianza de Pedro Sánchez con partidos nacionalistas y golpistas y la amnistía socialista a Lluís Companys?

-Siempre hay paralelos claro, aunque es una situación diferente. De Sánchez se dice que está levantando un nuevo Frente Popular, y desde luego este socialismo suyo no se parece nada al de la Transición o al de Felipe González, sí más al de Zapatero de 2004. Como en la Segunda República, Zapatero y Sánchez intentan rememorar la alianza histórica con los nacionalistas y con la izquierda radical, representada hoy en día por Podemos. Son piezas distintas, pero la misma combinación.

–No les salió muy bien entonces esa alianza.

–El Frente Popular intentó tener como socios a los nacionalistas, pero con la Guerra Civil los nacionalistas les traicionaron y se fueron por su cuenta. Actuaron de forma independiente y cabrearon a Azaña, hasta el punto de que sus críticas contra los nacionalistas y contra los socialistas, que habían permitido la independencia en la práctica de estos territorios, fueron incluso más fuertes que contra Franco y el Ejército Nacional. El gobierno republicano se irritó con este pacto.

-¿Cree que se está imponiendo una nueva Leyenda Negra de la mano de la propaganda independentista?

-Hay una victoria clara del nacionalista en el extranjero a nivel de imagen. Los nacionalistas invocan a la Leyenda Negra española para añadir confusión y recuperar tópicos. Para muchos en el extranjero, la España actual sigue siendo una repetición del franquismo, donde Madrid ejerce un control autoritario hacia la periferia. Mentiras que los medios gubernamentales han tardado meses en contrarrestar con datos e información. El problema de fondo es que en el extranjero lo que pase en España se ve como algo muy complejo y lejano. La gente no comprende las autonomías y el laberinto que supone el autogobierno.

«El sufragio femenino lo logró la izquierda moderada entonces, no los extremistas, que votaron en contra. La votación salió adelante con una combinación extraña de partidos que incluyó a parte de la derecha»

-¿Ha recuperado la izquierda parte del lenguaje del Frente Popular para advertir del peligro que representa Ciudadanos, PP y Vox?

-Siempre hay en política una tendencia a demonizar a la oposición, a veces de forma extrema y violenta, como en la Segunda República. Desde hace 25 años, es algo que las izquierdas españolas llevan haciendo: invocar el miedo a un nuevo fascismo. Vox es algo más derechista en sus postulados, más firme en comparación al PP, que es muy moderado. Se usan estos insultos contra Vox para demonizar y excluir a una tendencia nueva.

-¿La historia de la Segunda República justifica que hoy la izquierda se presente como abanderada del feminismo?

-El sufragio femenino lo logró la izquierda moderada entonces, no los extremistas, que votaron en contra. La votación salió adelante con una combinación extraña de partidos que incluyó a parte de la derecha. En la actualidad, existe un tipo de feminismo, uno radical, que nada tiene que ver con esa conquista de derechos para la mujer. Es fundamental para el relato de la izquierda y está vinculado a la corrección política.

-¿Quién sale ganando con el descrédito a la Transición?

-La izquierda radical y los grupos nacionalistas realizan no una crítica a la Transición, sino un acto pseudohistórico con fines políticos. La Transición tuvo mucho éxito y fue modélica, la primera en el mundo en esas circunstancias que condujo sin violencia un régimen dictatorial a una democracia. Fue un logro cívico importante de los españoles, pero evidentemente se logró por medio de una negociación entre las élites, que es lo que más critica la izquierda radical. Son argumentos poco históricos y menos honestos. La extrema izquierda quiere cambiar muchas cosas en el país, empezando por el relato de la Transición, para presentarlo como una operación falsa, una manipulación de las élites.

 

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