Epidemias en Cuba: ‘Lo peor está por venir’
Nunca antes se habían reportado tantos virus activos al mismo tiempo en Cuba. Expertos describen una 'tormenta perfecta', que se ceba con una población debilitada.

«Los modelos matemáticos pronostican lo peor», dice el médico experto en neurociencias Pedro Valdés (nombre cambiado a petición del entrevistado). Saca esa conclusión a partir de las cifras oficiales sobre los virus que circulan en Cuba.
En las próximas dos semanas, los casos aumentarán en la zona oriental —exacerbados por los efectos del huracán Melissa— y en el municipio Isla de la Juventud. Lo aseguró la prensa estatal tras las predicciones hechas por el matemático Raúl Guinovart, director de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad de La Habana, durante un encuentro de expertos con Miguel Díaz-Canel. El evento no se transmitió para la audiencia nacional, pese a tratar sobre el tema de interés público más importante del momento.
Cuba vive la crisis sanitaria más compleja desde el brote de Covid-19, con un sistema de salud colapsado y sin los recursos necesarios para hacerle frente. La entrada del virus de oropouche el año pasado y el brote de chikungunya en julio, tensaron aún más la carga viral en la población cubana, que ya sufre de dengue endémico.
La coincidencia de estos virus en una misma población —que algunos especialistas llaman «arbovirosis combinada«— aumenta la dificultad para diagnosticar y tratar los casos, multiplicando los riesgos para la salud pública. Las autoridades contabilizan 44 muertos —29 de ellos menores de edad— y admiten que desconocen cuántas personas están enfermas.
«Pero, ¿qué será ‘lo peor’, si ya lo estamos viviendo?», cuestiona el experto en neurociencias, quien rechaza revelar su verdadera identidad por temor a perder su trabajo.
Qué circula y dónde
El 9 de octubre, mientras la población se enfermaba a un ritmo acelerado, el periódico local Girón publicaba en Facebook un desmentido del ministro José Ángel Portal Miranda: «No hay muertos en Matanzas (…). Ni hay casos graves, ni hay casos críticos ni hay fallecidos».
Cinco horas más tarde, la periodista Yirmara Torres Hernández, del medio estatal Radio Varadero, lanzaba una suerte de reto en la misma red social, desde sus vivencias y las de conocidos sobre personas que, efectivamente, habían fallecido por chikungunya, o por lo que la gente llama simplemente «el virus».
«No. No hay muertos, pero los hay«, dijo en un post visceral donde denunció el abandono, la falta de agua, electricidad y recursos para protegerse de las enfermedades, y la indolencia de las autoridades ante un brote que había irrumpido en julio en Matanzas.
Tuvieron que pasar ocho semanas para que las autoridades asignaran un número a la pérdida de vidas humanas y admitieran que personas estaban muriendo a causa de una sinergia epidemiológica. Y solo el 12 de noviembre el Gobierno comenzó a usar el término «epidemia» para describir un panorama en el cual fundamentalmente dengue, chikungunya y oropouche circulan a la vez, aunque no son los únicos.
Nunca antes se habían reportado tantos virus al mismo tiempo en Cuba. Además de dengue, chikunguya, oropouche, en este momento hay circulación simultánea de influenza H1N1, virus sincicial respiratorio (VSR), zika y nuevas variantes de Covid-19. Aunque el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) reportó una disminución nacional del 2,4% en el síndrome febril inespecífico, la tendencia real es desigual: varias provincias muestran incrementos, sobre todo Las Tunas, Holguín y Pinar del Río, seguidas de Mayabeque, Granma y Sancti Spíritus.
Propagados principalmente por picaduras de mosquitos y jejenes, lo que contribuye a la expansión de los virus es la acumulación de basura y las condiciones ambientales precarias, que propician la reproducción de los vectores. Los síntomas más comunes son fiebre alta, dolor muscular y articular, además de dermatitis, en algunos pacientes, mientras que las complicaciones conllevan a, en el caso del dengue, hemorragias y shock; del chikungunya, problemas crónicos en las articulares; y en el virus oropouche, dolencias neurológicas.
Datos oficiales del MINSAP citados por EFE contabilizaban a finales de noviembre 2.098 casos de dengue, un número que contrasta con las cifras de la OPS, basadas en estadísticas del propio Gobierno: 9.602 enfermos entre enero y septiembre. Desde el repunte de 2019, la incidencia del dengue no ha dejado de crecer, impulsada por la crisis económica y la falta de fumigación, limpieza urbana y mantenimiento del agua y el alcantarillado.
En cuanto al chikungunya, se registraban 38.342 casos, que junto a contagios no reportados de otras infecciones podrían superar los 50.000. Del oropouche no se han reportado nuevos diagnósticos, aunque esto no quiere decir que no esté circulando. El único laboratorio que puede confirmar el virus es el estatal Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) en La Habana. No todas las muestras de provincias se envían allí.
Aunque el mapa viral es opaco y las cifras oficiales son contradictorias, los datos disponibles apuntan a una emergencia sanitaria marcada por la escasez de pruebas (y, por tanto, de casos confirmados), un cuadro básico de medicamentos reducido en el 70%, y la fuga de personal, que supera los 77.000 trabajadores de la salud desde 2021.
¿Nueva normalidad?
«Lo que ha estado circulando, que es lo que predomina en esta etapa del año, es el virus sincicial respiratorio, que afecta a los niños pequeños y a los adultos, e influenza H1N1 pandémica. Eso es lo que está circulando; es lo normal», aseguró el 2 de diciembre la viróloga María Guadalupe Guzmán Tirado, a partir de 1.423 muestras analizadas entre julio y noviembre en el IPK. La experta incluyó el coronavirus entre las enfermedades infecciosas que circulan, aunque precisó que su incidencia es baja y no ofrece peligro para la población.
Un estudio publicado este año por especialistas cubanos en el Journal of Infection, con sede en Reino Unido, revela la magnitud y complejidad del brote de oropouche ocurrido en la segunda mitad de 2024 en la ciudad de Matanzas. Para septiembre de ese año, ya se había esparcido por todas las provincias hasta llegar a 626 casos en 2024.
Uno de los hallazgos más preocupantes del estudio fue que casi la mitad de los pacientes estudiados desarrolló formas graves, incluidas encefalitis (presentes en el 29%) y síndrome de Guillain-Barré (21%), porcentajes «impresionantes», señala Valdés, y superiores a los observados en brotes previos en América Latina.
Aunque el estudio no determina si la mayor severidad responde al virus, a la vulnerabilidad del paciente o a una vigilancia clínica más estricta, sí confirma el potencial neuroinvasivo del oropouche y la urgencia de intervención temprana.
El efecto neurológico también es un denominador de las arbovirosis o epidemia, precisa el experto en neurociencias y menciona la fotofobia y la fonofobia (sensibilidad a la luz y al sonido, respectivamente), así como «esa sensación de estar ‘aturdido’, como si el cerebro estuviera funcionando muy lento».
«Todos estos, junto con el dolor de cabeza, son resultado de la irritación de las meninges (las capas que envuelven al cerebro), producto de la inflamación sistémica que genera el propio virus«, explica el médico, aunque aclara que «predomina lo articular».
Las complicaciones pueden estar determinadas por condiciones neurológicas previas diagnosticadas, «por deshidratación grave o coinfecciones», y en el caso de los niños, por las convulsiones (sobre todo los que tienen antecedentes de convulsiones febriles), advierte.
Hay otros factores catalizan la evolución desfavorable de la enfermedad: «desde lejanía de la atención, instalaciones de salud sin insumos para atender pacientes pediátricos», así como la dilación de la asistencia médica, precisa. «Esa demora sí influye», zanja Vadés.
Destaca asimismo el difícil acceso a medios de diagnóstico (tomografías y resonancias), pese a que son de obligado uso en su especialidad. Las pruebas para diagnosticar enfermedades y accidentes cerebrovasculares no se hacen por falta de coordinación, combustible, o porque pacientes muy delicados no se pueden movilizar en transporte no equipado, enumera el médico.
«Si la prevención no funciona, el diagnóstico, funciona menos«, critica. «E imagina qué queda para el tratamiento y rehabilitación. Y en esto me estoy refiriendo a todas las enfermedades. Duro, muy duro. Es una práctica médica paralela al mundo. Nivel de guerra. Ellos [las autoridades] no lo dicen, pero es así», lamenta y comparte algunas recomendaciones básicas para reducir el riesgo de contagio: usar «ropa que cubra todo el cuerpo, repelentes, cerrar la casa en horarios de mayor circulación de los mosquitos» y colocar tela metálica o malla mosquitera en las ventanas y puertas.
Inestabilidad doméstica y riesgo internacional
El médico cubano exiliado Lucio Enríquez Nodarse, quien ha advertido que la Isla atraviesa una sindemia (concentración de varias epidemias en una misma población) «fuera de control», de dengue, chikunguña y otros virus, envió una carta a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la que acusa al Gobierno de manipular de forma sistemática los datos epidemiológicos. Para demostrarlo, creó un registro público independiente que pretende documentar fallecidos por esas enfermedades.
Hasta la fecha, la iniciativa ha registrado 20 nombres. «Si logramos solo el registro de 100 fallecidos, ya les desmontamos sus mentirosos 33», afirmó el galeno, quien también ha señalado el riesgo sanitario internacional que el mal manejo de las arbovirosis en Cuba puede conllevar.
A mediados de octubre, la canadiense Karyn Imrie, según su perfil en Facebook, llamó la atención sobre el deterioro de la situación sanitaria en Cuba, en respuesta a una petición de información en el grupo Cuba Vacations and Resort Reviews.
«He estado en Cuba más de 30 veces y estuve allí en junio pasado. Usé repelente de insectos todo el día, todos los días, y aun así contraje dengue. El hospital allí se está cayendo a pedazos, las condiciones son insalubres y la comida es horrible. ¡Ya no es un destino para vacacionar! ¡Gasta tu dinero en otro lugar! Las vacaciones son para relajarse y disfrutar. Ahora veo a Cuba como una especie de expo de crisis humanitaria«, escribió Imrie.
En noviembre, al menos 14 turistas rusos se contagiaron del «virus» durante sus vacaciones en la Isla, lo que, junto a otras denuncias de contagiados tras regresar de Cuba, ilustra la crisis generalizada que impacta en el sector turístico. Solo entre enero y junio de este año, se registró una disminución del 25% respecto al mismo periodo de 2024, año en el que Cuba ya había perdido más de la mitad de los turistas registrados en 2018.
La creciente preocupación sanitaria por brotes de arbovirosis y la limitada capacidad de respuesta del sistema de salud ha llevado a países como Estados Unidos, Canadá, México, y Reino Unido, a emitir alertas de viaje hacia la Isla, instando a los viajeros a tomar medidas sanitarias estrictas.
La crisis epidemiológica está contribuyendo además a la inestabilidad del país, marcando el ritmo de las protestas, las denuncias y las acciones cívicas. Solo en noviembre, el Observatorio Cubano de Conflictos registró 1.326 incidentes de este tipo, asociados al malestar de la población con el manejo del virus por parte de las autoridades.
Si bien expertos y científicos del MINSAP, BioCubaFarma y el IPK aseguran trabajar en «nuevas tecnologías» para contener los brotes —desde la técnica del insecto estéril, a la modificación genética de los organismos, y estudios de fármacos para tratamiento—, hasta el momento no se han logrado controlar las epidemias.
Más allá del componente tecnológico, la raíz del problema es más profunda. DIARIO DE CUBA conversó con el doctor Jesús Pérez, residente de segundo año de Medicina Interna en el HCA Florida Kendall Hospital, quien señaló que la letalidad de los virus en Cuba se debe al «estado nutricional de la población»; también a la novedad de los virus «para organismos que no habían estado expuestos, la posibilidad de que circule un acepa más agresiva, la falta de medicamentos y la atención médica tardía».
El médico cubano Luis Montel, radicado en España, declaró previamente a este diario que, a su juicio, en la Isla «hay un síndrome de inmunodeficiencia de origen nutricional«. Su propuesta —intervenir temprano y reforzar la nutrición— ya demostró eficacia en la década de los 90, durante la epidemia de neuropatía óptica, también provocada por una alimentación deficiente.
Lo anterior, junto a las enfermedades crónicas, conforma una «tormenta perfecta», afirma el experto en neurociencias Valdés. «Aquí uno siente que va viendo lo peor (…), pero esto es como los círculos [del infierno] de Dante, cada nivel está más bajo que el anterior».