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Es mejor un Bernie retirado

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La cordial tertulia del jueves pasado entre Bernie Sanders y el presidente Obama duró mucho menos de los ocho años que los fervientes partidarios de Sanders aspiraban  que pasara en la Oficina Oval. Aún así, dice mucho acerca del improbable éxito de una candidatura que tuvo un impacto mucho mayor de lo que nadie predijera cuando el señor Sanders, un socialista de Vermont de 74 años de edad, con un acento de Brooklyn y sin el apoyo de partidarios con mucho dinero, lanzó su candidatura a la nominación presidencial del partido Demócrata, durante una rueda de prensa en el Capitolio que duró 10 minutos, y que tuvo escasa asistencia. Ese día prometió «un movimiento que afirmará que tenemos que permanecer unidos como pueblo y dirá que este Capitolio, este hermoso Capitolio, y nuestro país, es de todos nosotros y no  de los multimillonarios.» Si al final no pudiera tener éxito sin recibir dinero de los multimillonarios, agregó, al menos habría mostrado «la triste situación que atraviesa la democracia estadounidense».

No tuvo éxito, pero le produjo numerosos momentos de nerviosismo a una amplia favorita candidata del establishment con una larga lista de impresionantes credenciales – elocuente primera dama, senadora y  Secretaria de Estado -. Desaliñado e impaciente, a menudo enojado,  Sanders proyectaba un carisma torpe que sin embargo captó el espíritu de estos tiempos. Adivinó y canalizó el persistente dolor de una clase media maltratada por la recesión y que se siente excluida de una recuperación en la que Wall Street prosperó mientras que los trabajadores de fábricas, agricultores, estudiantes y veteranos han continuado teniendo problemas.

Exhortó a los estadounidenses a utilizar el poder de la democracia para imponer el cambio – en contraste con Donald Trump, el probable candidato republicano, que también se comprometió a promover a los descontentos en la nación, pero que lo ha hecho principalmente usando a los débiles como chivos expiatorios -.

El Sr. Sanders ha obligado a Hillary Clinton a prestar atención a buena parte de este mensaje. Con el fin de atraer a los seguidores de Sanders en los próximos meses, será desafiada a generar la misma pasión, especialmente entre los jóvenes, que  en cada mitin se sentaban a escuchar por una hora una conferencia económica de un hombre con cabello salvaje pero que para ellos ofrece honestidad y autenticidad. Puede haber sido la misma conferencia una y otra vez, pero sus acérrimos partidarios lo seguían como si fueran fans de Grateful Dead (Nota del T.: legendario grupo de rock de San Francisco, creado en 1965, e influenciado por la psicodelia. Gozaron de una gran fidelidad entre sus fans, llamados «Deadheads»), escuchando con atención las improvisaciones ocasionales en sus ruidosos asaltos al statu quo. El jueves por la noche, en lo que puede llegar a ser el mitin final del Sr. Sanders, unas 3.000 personas se presentaron en el Estadio RFK de Washington para celebrar su compromiso con ellos.

Fiel a su promesa,  Sanders evitó a los grandes contribuyentes de dinero, a menudo superando los totales mensuales de contribuciones recibidas por la señora Clinton – muy admirada por muchos multimillonarios – consiguiendo decenas de millones en fondos, 27 dólares por vez. En esta era de gastos de campaña desenfrenados, ello es por sí solo una señal de progreso, y puede llegar a ser transformador.

Al final, sin embargo, el Sr. Sanders resultó ser un mensajero imperfecto. Conocido en el Senado por su alergia al compromiso, y por generar muy pocas iniciativas políticas importantes,  Sanders ofreció recetas que demasiado a menudo consistían en llamadas fáciles a favor de una «revolución», o propuestas agradables, pero económicamente insostenibles, sobre el sistema de salud,  o la matrícula gratis en las universidades públicas. Al igual que la señora Clinton, le dio una gran prioridad a la lucha contra el cambio climático, pero su propuesta de poner fin a toda fracturación hidráulica del gas natural habría acabado con  el auge del mismo, que ha hecho mucho por reducir las emisiones que contribuyen al calentamiento global.

No obstante cuán  agudo haya sido su diagnóstico de la recesión de 2008, nunca explicó en detalle la forma en que haría a Wall Street más responsable por las prácticas que hundieron a muchos propietarios de viviendas durante dicha recesión. Estas deficiencias fueron especialmente evidentes en la campaña de las primarias en Nueva York, donde el claro dominio por Clinton de  los más mínimos detalles en materia de políticas públicas le ayudó a obtener una victoria crucial.

Después de la última y única primaria del martes, a celebrarse en el  Distrito de Columbia, es probable que Sanders dé por concluida su búsqueda de la nominación – pero no de lo que él llama la revolución. El Sr. Sanders tratará de fusionar su mensaje con el de la plataforma del Partido Demócrata. Junto con la senadora Elizabeth Warren, de Massachusetts, que respaldó la señora Clinton el jueves pasado con un poderoso ataque contra el Sr. Trump, él sigue siendo una voz contundente y creíble contra la demagogia del supuesto billonario. Bernie Sanders es un político concentrado firmemente en las necesidades de todos los norteamericanos de a pie, y ahora puede contar entre sus logros una campaña honorable que obligó a los demócratas a prestar atención.

Traducción: Marcos Villasmil


ORIGINAL EN INGLÉS:

New York Times – Editorial

It Was Better to Bern Out

Thursday’s cordial get-together between Bernie Sanders and President Obama was a good deal shorter than the eight years that Mr. Sanders’s fervent supporters had hoped he would spend in the Oval Office. Still, it said much about the improbable success of a candidacy that had far more impact than anyone predicted when Mr. Sanders, a 74-year-old Vermont socialist with a Brooklyn accent and no big-money backers, launched his bid for the Democratic presidential nomination with a 10-minute, sparsely attended news conference in the marble glare of the Capitol. There he promised “a movement which says we have got to stand together as a people and say that this Capitol, this beautiful Capitol, our country, belongs to all of us and not the billionaire class.” If in the end he couldn’t succeed without money from the billionaires, he added, he’d at least show “what a sad state of affairs that is for American democracy.”

He didn’t succeed, but he gave a heavily favored establishment candidate with a long list of impressive credentials — outspoken first lady, United States senator and secretary of state — numerous nervous moments. Unkempt and impatient, often angry, Mr. Sanders projected a shambling charisma that caught the spirit of the time. He divined and channeled the lingering pain of a middle class battered by recession and feeling shut out of a recovery in which Wall Street prospered while factory workers, farmers, students and veterans continued to struggle.

He exhorted Americans to use the power of democracy to force change — in contrast to Donald Trump, the likely Republican nominee, who also promised to elevate the nation’s disaffected but did it mainly by scapegoating the weak.

Mr. Sanders forced Hillary Clinton to pay attention to much of this message. In order to appeal to his followers in the months to come, she will be challenged to generate the same passion, especially among the young, who at rally after rally sat through an hour’s worth of economic lecturing from a wild-haired man they found to be honest and authentic. It may have been the same lecture over and over again, but die-hard supporters trailed him like fans of the Grateful Dead, attentively listening for occasional improvisations in his shouted assaults on the status quo. On Thursday night, at what may prove to be Mr. Sanders’s final rally, some 3,000 people turned up in Washington’s R.F.K. Stadium to cheer his commitment to them.

True to his pledge, Mr. Sanders shunned big money, often beating the monthly totals of Mrs. Clinton — much admired by more than a few billionaires — by raking in tens of millions, 27 bucks at a time. In this age of unbridled campaign spending, that alone is a signal achievement, and may it prove a transformative one.

In the end, however, Mr. Sanders turned out to be an imperfect messenger. Known in the Senate for his allergy to compromise, and for generating few policy initiatives of consequence, Mr. Sanders offered prescriptions that too often consisted of facile calls for “revolution,” for feel-good but economically unsustainable proposals for universal health care and free tuition to public colleges. Like Mrs. Clinton, he gave high priority to fighting climate change, but his proposal for ending all hydraulic fracturing for natural gas would have effectively ended the natural gas boom that has done much to reduce the emissions that contribute to global warming.

And however acute his diagnosis of the 2008 recession, he never fully explained how he would hold Wall Street more accountable for the practices that sank so many homeowners during the recession. These shortcomings were most glaring in the primary campaign in New York, where Mrs. Clinton’s command of policy minutiae helped give her a pivotal win.

After D.C.’s lonely final primary on Tuesday, Mr. Sanders is likely to end his quest for the nomination — but not for what he calls the revolution. Mr. Sanders will seek to merge his message with that of the Democratic Party platform. Along with Senator Elizabeth Warren of Massachusetts, who endorsed Mrs. Clinton on Thursday with a powerful attack on Mr. Trump, he remains a forceful and credible voice against the demagogy of a supposed billionaire. He is a politician focused firmly on the needs of everyday Americans who can now count among his achievements an honorable campaign that prodded Democrats to attention.

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