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¿Éramos mejores en el pasado?

Tendemos a pensar que en otras épocas la gente era distinta, pero la ciencia ha demostrado que no es cierto. La inclinación a la nostalgia, la predisposición hacia las informaciones negativas o el auge de las nuevas tecnologías pueden estar influyendo en esta percepción.

 

«Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer; cómo después de acordado da dolor; cómo a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor». Estos versos del poeta Jorge Manrique dan cuenta de ese lugar común que dice que todas las épocas que nos precedieron eran más halagüeñas que la actual. Muchas personas piensan de este modo, pero en el poema de Manrique tenemos uno de los puntos clave, una de las cuestiones básicas: el «a nuestro parecer».

En este sentido cabría preguntarse: ¿a qué nos estamos refiriendo cuando otorgamos cualidades tan benevolentes a las épocas pasadas? Puede que hagamos alusión al estilo de vida o a las dinámicas sociales, a las condiciones laborales, a la satisfacción en las relaciones con otras personas o a un mayor disfrute en general. Lo que solemos poner de manifiesto en muchos casos es que «la gente era mejor». Sin embargo, objetivamente no es posible que todas las personas de otro momento histórico ofrezcan más virtudes que las actuales, ni que todos los ámbitos de la vida se configuren como más provechosos.

Según se expone en un artículo sobre el declive moral, casi todas las generaciones consideran que la moralidad ha disminuido con respecto a la anterior. «Los victorianos imaginaban que las personas que vivían antes de la Revolución Industrial eran más respetuosas, civilizadas y honestas. Después de la Primera Guerra Mundial, Europa miraba hacia atrás a los victorianos como modelos de superioridad moral», indica el texto. Y lo cierto es que un buen número de encuestas reflejan que las personas consideran que la moralidad que regía las sociedades anteriores proporcionaba una convivencia más amable. ¿Realmente era así? Parece difícil pensar que en la Edad Media, en la Edad Moderna o en las múltiples dictaduras la vida resultara más apacible y gustosa.

Casi todas las generaciones consideran que la moralidad ha disminuido con respecto a la anterior

Para la ciencia es evidente que considerar otros períodos mejores que el actual no es más que una percepción errónea y tiene más que ver con la nostalgia. «Si definimos la nostalgia como un anhelo de un pasado idealizado, la naturaleza agridulce de la misma se vuelve más clara. Uno nunca puede volver a este pasado, nunca existió realmente. Y la realidad actual, no importa cuán buena sea, nunca puede ser tan buena como un ideal que la nostalgia ha creado. De ahí el dicho «no puedes volver a casa’», escribía el neurólogo y psiquiatra estadounidense Alan R. Hirsch en un estudio sobre esta emoción.

Los dibujos animados de nuestra infancia, las camisetas con cintas, las fotografías con nuestras amistades adolescentes nos producen esa sensación de «buenos tiempos», todo ello después de haber incorporado el filtro inconsciente de supresión de las emociones negativas; y, sobre todo, si nos centramos en la niñez, donde cada día parecía un estreno y donde la familia podía ser –aunque no para todo el mundo– un refugio. De este modo resulta sencillo creer que nuestro presente no tiene comparación con las bondades de nuestro pasado. Aunque quizá sean las empresas a las que más beneficia este pensamiento general, o puede que ellas mismas también lo fomenten: no es casualidad que el negocio de lo vintage brille con fuerza desde hace algunos años.

A la sensación de «buenos tiempos» se añade el filtro inconsciente de supresión de emociones negativas

Existen varias razones que pueden influir en nuestra percepción sobre las personas del pasado y sus bondades. Con el paso de los años, hay gente con la que compartíamos buenos momentos (familia, amistades) que ya no van a volver, bien porque han fallecido, bien porque las relaciones se deterioran o se transforman. En segundo lugar, el poder de la religión se muestra como un aliado para la nostalgia moralista. En otras épocas históricas, muchas de las actitudes y conductas que actualmente se considera que definen a una sociedad avanzada se condenaban, pero afortunadamente ya no. Las mujeres, las personas racializadas o del colectivo LGTBIQ, por ejemplo, gozan de más libertades y se muestran con menos censuras. Para quienes custodian valores profundamente religiosos esto supone una «decadencia moral del ser humano». Por otra parte, el auge de las redes sociales provoca que todos los comportamientos y actitudes que antes únicamente se reservaban al espacio privado ahora se expongan ante el mundo y se revele lo que antes permanecía oculto.

Hay un último motivo que podría sostener este pesimismo sobre la manera de actuar de las personas: la exposición sesgada y el refuerzo a través de los medios de comunicación. Las personas prestamos más atención a las informaciones negativas que a las positivas, pero es que televisiones, radios y periódicos también se centran en sucesos y «malas noticias», dejando de lado toda una serie de acontecimientos más «luminosos» que no se consideran noticiables.

 

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