Ética y MoralPolítica

Érase una vez Yolanda Díaz, aquel cuento chino

Es el mascarón de proa de un gobierno que trata a los ciudadanos como escolares y que jamás rinde cuentas por sus propios errores

El día en que Santiago Carrillo le besó la mano a Yolanda Díaz, el padre rojo de la Transición hizo lo que Dios de Miguel Ángel. La electrocutó con la vocación del politburó. Siendo una jovencita, se afilió al Partido Comunista. Así lo contó cuando se vendía, tacita a tacita, como la descubridora del agua tibia y dueña de esa elegancia bolchevique que sienta como un guante a los impostores. Todos apostaron por ella. ¡La estrella roja!

Hija de un representante sindical afiliado al PCE y sobrina de un líder de la izquierda gallega, Yolanda Díaz dejó de lado la filología y se matriculó en Derecho. Tras acabar la carrera y tres másteres, la menor de una familia de tres hermanos abrió su propio despacho, en Ferrol. Ella, la mujer que batió melena justo cuando Pablo Iglesias se cortó la coleta, era la llamada a todo lo grande. Lo que pocos pensaron es que lo mayúsculo acabara siendo el estropicio.

Desde aquellos ataques de risa nerviosa al momento de explicar la cifra del paro hasta esa sonrisa de dientes blancos y labios pintados de rojo. Allá donde fue, Yolanda Díaz hizo de bien plantá con prosodia de silabario. Se conjuntó con sus pocas ideas y de ocurrencia en ocurrencia, ungida por el besito de Carrillo en su manita de niña de 4 años, Yolanda consiguió hacer saltar Podemos por los aires y abortar, incluso antes de nacer, esa cosa a la que llamó Sumar. Ella, quien fuese la musa del ‘prêt-à-porter’ del podemismo y renovadora de la izquierda, ejerció de vicepresidenta a la baja y eclipsó a Nadia Calviño con su política social de Barrio Sésamo. Avanzó por la vida pública inaugurando derechos que ya existían y dirigiéndose a los ciudadanos en una lección de parvulario. Cuanto más simple, más perverso su efecto. Inflada por Pedro Sánchez hasta la insignificancia, creció como una bomba de goma de mascar que alguien hace estallar mientras se enrula el cabello con los dedos.

Trepada en unas alzas, que igual podían ser tacones como encumbramientos mediáticos, ahí donde fue, el populismo blandió. Le sirvió a Sánchez como segueta para reventar la antigua socialdemocracia hasta convertirla en un asamblearismo de líder único. Ella sacó de juego al pablismo más acérrimo y le allanó el camino a Sánchez dando saltitos como Dorothy en ‘El mago de Oz’. Para eso sirvió: para electrocutar y cortocircuitar, para separar en sílabas el mensaje de una democracia antidemocrática.

Díaz es el mascarón de proa de un gobierno que trata a los ciudadanos como escolares y que jamás rinde cuentas por sus propios errores. Al anunciar su marcha de Sumar sin abandonar la vicepresidencia de Gobierno, Yolanda Díaz ha hecho lo que todo aprovechado de manual: aguantar hasta el final, bien sujeta al poder como una garrapata a la piel del Estado, esa cosa que le sirve al poder Ejecutivo para repartirse entre ellos lo que es de todos. Érase una vez Yolanda, ese cuento chino. Esa estrella fugaz.

 

 

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