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¿Es el momento de una izquierda liberal?

Ese espacio electoral está disponible y podría condicionar el futuro el país, en lugar de hacerlo Puigdemont o Bildu

¿Es el momento de una izquierda liberal?

Ilustración de Erich Gordon

 

No se pueden ganar unas elecciones ni influir en el resultado sin presentarse. Ese es el error de la izquierda liberal (me incluyo), que ha estado presente en los medios de comunicación y ausente en las papeletas que los ciudadanos podían escoger a la hora de votar; y que, por eso, como se lamentaba vanamente Felipe González, sigue hoy «huérfana de representación». La esperanza de esa izquierda se cifraba en reconstruirse en torno al PSOE después de la derrota de Sánchez. Eso no ha funcionado. Si esa izquierda liberal, además de escribir artículos sobre España y el Estado de Derecho cómo grandes ideas para una agenda progresista, se hubiera presentado a estas elecciones, tal vez tendríamos ahora en el Parlamento un partido de izquierdas con suficientes diputados para condicionar el curso del país, en lugar de que lo hagan Puigdemont o Bildu.  

El error de la izquierda liberal, que en parte nos ha conducido a esta situación, se podría todavía subsanar si se tuvieran que convocar nuevas elecciones en diciembre. Parece evidente que el 23 -J no fue «el momento» del Partido Popular de Feijóo.  La pregunta que queda por responder es si con el bloqueo político resultante, el horizonte de una posible repetición de elecciones generales y la seguridad, en todo caso, de unas europeas en junio de 2024, ha llegado el momento del regreso de una izquierda liberal a España, cuya esperanza ya ilusionó a los españoles durante la transición a la democracia.

Puigdemont con su abstención tiene ahora la llave de La Moncloa. El precio a pagar por el llamado «bloque progresista» está por tanto muy claro: un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Si Sánchez no incluye de nuevo de tapadillo (como acostumbra) este referéndum no podrá gobernar. Esa es la situación. Feijóo, por su parte, a pesar de haber ganado, lo tiene prácticamente imposible; porque el PSOE de Sánchez (nunca ha sido más suyo) jamás se abstendrá ni llegará a ningún pacto con el partido que lo desplazaría del poder. El resumen de todo esto es que solo hay dos salidas para el actual bloqueo, o bien un referéndum de autodeterminación en Cataluña (que Sánchez se encargará de disfrazar de otra cosa más adelante) o una repetición de elecciones en diciembre. 

En 1976 la letra de una canción del grupo Jarcha «Libertad sin ira» nos pedía que nos guardáramos nuestro miedo y nuestra ira «porque hay libertad/sin ira, libertad. /Y si no la hay sin duda la habrá». El 23 -J fue una fiesta de la libertad y de la democracia con una alta participación electoral en pleno verano, pero lo que también resulta evidente es que muchos españoles no se han guardado  aún ni su «miedo» ni su «ira» ni han olvidado que «hubo una guerra» en España como se decía en la letra de esa canción: «Dicen los viejos que en este país/hubo una guerra/que hay dos Españas que guardan aún/el rencor de viejas deudas/, pero yo sólo he visto gente/muy obediente, / hasta en la cama;/gente que tan sólo pide/vivir su vida, sin más mentiras y en paz».

«No existe una alternativa a la actual coalición gubernamental que contenga a Vox dentro de ella»

En la noche electoral quienes recordaban en la sede de Ferraz lo de la guerra eran ahora los jóvenes militantes del PSOE coreando ante Sánchez el eslogan de la defensa del Madrid de la República: «No pasaran». Es eso lo que también está en la mente de los electores de Sumar; y con ello hay que contar. En España ha triunfado, en consecuencia, el miedo a Vox antes que el miedo a Bildu y Puigdemont; y hay que tomar nota de que no existe, por tanto, una alternativa a la actual coalición gubernamental que contenga directa o indirectamente a Vox dentro de ella.  La única esperanza de alternativa sería pues la construcción del espacio político de una izquierda liberal.

Ese espacio ideal que ya estuvo presente en las elecciones de 1977 cuando el eurocomunista PCE (cuyos militantes  se habían enfrentado a la dictadura), se presentó  con el eslogan «socialismo en libertad» y un  renovado PSOE  (ausente de esa lucha  porque había sido recreado muy poco antes por Felipe González y un grupo de sindicalistas y abogados) con uno  muy parecido: «socialismo es libertad».  Un viento de socialismo liberal recorría el país en la izquierda y un sano liberalismo reformista en la Unión del Centro Democrático (UCD) que reunía entonces a liberales, democristianos, conservadores, y algunos funcionarios del anterior régimen, dejando solo fuera a lo que hoy sería Vox (la Alianza Popular de entonces, pero sin la inteligencia de Manuel Fraga). Los eurocomunistas españoles proclamaban aquellos días que dictaduras ni la del proletariado (ninguna), y abogaban por la reconciliación nacional y las libertades políticas. Los socialistas establecían una ecuación de igualdad entre socialismo y libertad. Más allá de ideologías la gente quería libertad en todos los sentidos; y eso es lo que trajo a España aquella generación de la verdadera movida, la de la oposición democrática al franquismo.

¿Pero dónde puede rebrotar ahora esa delicada planta del progreso en libertad (la que cultivamos en la transición a la democracia y en los primeros gobiernos de un partido socialdemócrata en España)? No parece que pueda hacerlo en Sumar, el terreno donde han terminado los restos esclerotizados del PCE ya sin eurocomunistas, Podemos, y un popurrí de izquierdas provincianas. El erial en el que ha convertido Pedro Sánchez al PSOE es también un terreno abrupto; y después del resultado del 23-J creo que irrecuperable para esa izquierda liberal.  ¿Bajo las siglas de Ciudadanos que con su ausencia ha contribuido a que el PP haya ganado (formalmente al menos) estas elecciones? Lo veo difícil, pues lo que pudo ser y no fue (un Ciudadanos de izquierdas), feneció hace tiempo con su renuncia a formar gobierno con el PSOE, y más recientemente con su decisión (gran servicio al país) de no presentarse a las últimas elecciones.

¿Resucitamos entonces a UyPD (Unión, Progreso y Democracia) ?, pues también podría ser, pero tanto las resurrecciones como las vidas artificiales (véase a Frankenstein) no creo que nos lleven a buen puerto.  ¿Unas nuevas siglas entonces que agrupen a socialistas liberales dispersos hoy en el PSOE, y en las sucesivas experiencias fallidas del Centro Democrático y Social (CDS), UPD y Ciudadanos? Tal vez, ¿por qué no? Las siglas Izquierda Liberal están disponibles tanto en el registro de partidos políticos como en el espacio electoral. 

De hecho, en mi opinión, el gran fiasco de Ciudadanos fue precisamente intentar suplantar al PP en la derecha en lugar de ocupar en la izquierda el amplio lugar que había dejado vacío el PSOE con los gobiernos de Zapatero y Sánchez. Si lo hubiera hecho le habría restado votos a un PSOE aliado al independentismo en lugar de quitárselos a un PP centrado. Ese espacio sigue libre hoy, tanto para unas hipotéticas elecciones en diciembre cómo para las próximas elecciones europeas de junio de 2024.  Una izquierda liberal podría agrupar, además del millón de votos del PSOE  que los analistas creen que por miedo a Vox no se han sumado a la alternativa a Frankenstein, a muchos más ciudadanos.

«La democracia es mucho más que el gobierno de la mayoría; es también el respeto a las minorías y a los derechos fundamentales»

Se trata de un espacio en el que no se cree que baste con tener un gobierno elegido por la mayoría para tener democracia y libertad. Cómo subrayaba Stuart Mill, en su ensayo Sobre la libertad’, «la voluntad del pueblo significa, en realidad, la voluntad de la porción más numerosa y activa del pueblo, de la mayoría, o de aquellos que consiguieron hacerse aceptar como tal mayoría. Por consiguiente, el pueblo puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y contra él son tan útiles las precauciones como contra cualquier otro abuso del poder. Por esto es siempre importante conseguir una limitación del poder del gobierno sobre los individuos».  Se entiende muy bien a Stuart Mill si uno piensa lo que hubiera podido pasar, sin leyes que lo impidieran, con las mayorías de Trump en EE UU o de Bolsonaro en Brasil; lo que ha pasado cuando una mayoría ha podido destruir las que limitaban su poder, como ha sucedido con Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua; o lo que puede suceder ahora en España con un gobierno mayoritario apoyado en la abstención de un prófugo de la justicia.

La limitación de las mayorías (que también pueden convertirse en déspotas) reside en la Constitución y en las leyes, que protegen derechos de cada uno de nosotros que nadie está legitimado a ignorar: el derecho a la vida, a la libertad y la identidad personal, el derecho de expresión, de reunión, de asociación, los derechos de ciudadanía, nuestra pertenencia a una nación, nuestro derecho a la intimidad, a nuestras preferencias y gustos personales, etc., etc.… La democracia es mucho más que el gobierno de la mayoría; es también el respeto a las minorías y a esos derechos fundamentales; de forma que un día la minoría pueda convertirse en mayoría. La democracia no puede darse sin un Estado de Derecho. Una izquierda liberal que defienda estas ideas es hoy totalmente necesaria en España. No demos por perdido nuestro país. La grandeza de la democracia consiste en que cuando pensamos que la mayoría se equivoca podemos actuar para que rectifique. Haríamos bien, por tanto, en no seguir únicamente interpretando lo que sucede «cuando de lo que se trata es de transformarlo».

Cómo advierte Stuart Mill «la disposición de los hombres, sea como gobernantes, sea como ciudadanos, a imponer sus opiniones y gustos como regla de conducta a los demás, está tan enérgicamente sostenida por algunos de los mejores y peores sentimientos inherentes a la naturaleza humana, que ésta no deja de hacerse imponer más que en caso de que le falte poder para ello». Desde luego no parece que si alcanza de nuevo el poder a Sánchez le vaya a flaquear esa terrible disposición. En cambio, le  seguirá acompañando, sin duda, la querencia para obligar a los demás a vivir como uno quiere que vivan, que ya  ha demostrado estos años con creces (los excesos de la ideología de género y  del nacionalismo  catalán obligatorio, la demonización de la tauromaquia y la caza, la imposición del lenguaje inclusivo y  del catalán exclusivo, la enseñanza administrativa de la «nueva masculinidad», lo malo que es comerse un chuletón, etc…); pero,  como dice Stuart Mill, la especie humana ganaría «en dejar a cada uno que viva como le guste, más que en obligarle a vivir como guste al resto de sus semejantes».

 

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