Es irresponsable proveer esperanzas
Los cubanos que habitan la Isla reciben esperanzas de dos fuentes. Desde las esferas del poder les aseguran que todo está bajo control, que las dificultades son transitorias y que el país no solo saldrá a flote sino que no ha renunciado al desarrollo. Del otro lado se anuncia que ya falta poco para el final y casi se proclama que la presente generación vivirá la transición a la democracia.
Los nuevos pronósticos sobre la vida cotidiana emitidos por los medios oficiales son señales de que la dinámica del deterioro ya no proviene del estancamiento sino del retroceso. La necesidad de presentar la libreta de abastecimiento para adquirir víveres y productos de aseo en las tiendas no regidas por el sistema de racionamiento es apenas una señal. Que en Cuba sea difícil adquirir ron, cigarros y café constituye una evidencia. Por no hablar del azúcar, la carne de cerdo o la cerveza.
Los síntomas del descalabro que avizoran un derrumbe se manifiestan en la insolente represión
Los síntomas del descalabro que avizoran un derrumbe se manifiestan en la insolente represión que no duda detener a un artista como Hamlet Lavastida, tal vez como una desafiante respuesta a las advertencias del Parlamento Europeo o como demostración del miedo que tienen a las nuevas corrientes opositoras.
No es la primera vez que las cifras económicas del país tocan fondo, ni la primera que los mandamases se ven bajo la presión de las sanciones. Tampoco es nuevo que la compulsión por emigrar encuentre nuevos atajos como prueba irrefutable del descontento. Pero ni salta la chispa que haga detonar la explosión social, ni las diferencias en las altas esferas indican que se aproxima una fractura.
Ni la resurrección ni el desmoronamiento definitivo se otean en el horizonte de acontecimientos. Cada vez que escucho decir que «la esperanza es lo último que se pierde» me pregunto si acaso ya por haberlo perdido todo solo nos queda el último recurso de la esperanza.