¿Es la desproporcionada oferta cultural un obstáculo para la cultura?
Internet y la tecnología han cambiado el mundo hasta alcanzar un punto cercano a la regresión
Pantallas de Netflix, Google y Youtube
El acceso a la cultura ha sido siempre limitado hasta la llegada de internet y la tecnología. Ambas lo han cambiado todo en la forma, pero no en el fondo. El cine estaba en las salas y luego, varios años después, llegaba a la televisión un día y a una hora específicos con gran emoción (que ya no existe) de los televidentes.
Los museos siempre han estado ahí, como los libros. La música y el cine, sobre todo, están (casi) disponibles al completo. Las plataformas, convertidas en productoras, traen los estrenos cinematográficos y las últimas y primeras canciones al móvil.
Campanas
No hace falta ir al cine para ver películas y tampoco hace falta escuchar la radio, esa maravilla del mundo antiguo, para tener música. Tampoco hace falta ir a un museo para «ver» un cuadro. Ni siquiera hace falta tener un libro entre las manos para leer. Muchos de ellos se pueden encontrar en una pantalla libres de derechos.
Sin embargo, la oferta sin fin no ha creado una sociedad más culta. Más bien lo contrario. El ministro Ernest Urtasun repite en su afán consignatario que una de las prioridades de su cartera es hacer llegar la cultura a todas partes. Cualquiera podría preguntarse: «¿Más?».
La oferta cultural es a menudo tan desproporcionada que impide su consumo racional, aprovechable, o incluso directamente su consumo sin adjetivos. Son campanas. No es cierto que la oferta culturice a la gente. Más bien podría decirse que esta oferta es un caos para la cultura de la gente. Un disco de vinilo o una casete escuchada cien veces aportan más que millones de canciones sin escuchar.
Ya se sabe que Urtasun no pretende hacer llegar la cultura a todas partes. Solo es una frase más de todas las que tiene apuntadas. No se sabe qué quiere decir si se piensa en clave «cultural». Otro asunto es si se piensa en clave ideológica. La cultura masiva en oferta, sin filtros, más que cultura es demasiadas veces distracción. Incluso confusión.
Tarzán y D’Arnot
La oferta ilimitada impide apuntar al objetivo. El hombre culto aún puede elegir en la selva y aún así desistir de ver algo ante la avalancha, incapaz de decidirse, pero el hombre por culturizar, el niño, por ejemplo, se pierde en ella igual que se perdió el Tarzán auténtico, el de Edgar Rice Burroughs. El hombre que se convirtió en el rey de los monos porque tenía un cuchillo.
Se necesita enseñanza e interés y no más oferta. A Tarzán le enseñó a hablar D’Arnot antes de ir al mundo de los hombres. Se necesita un D’Arnot, muchos D’Arnot, para volver al mundo de los hombres, lejos de la selva imposible, de algún modo inhumana, de la oferta inabarcable donde cada vez menos gente llega a distinguir una obra de arte de lo que no lo es.