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“Es oficial, Venezuela es una dictadura total”

imrsTodo este año, mientras se atraviesa una implosión económica sin precedentes, los venezolanos nos hemos estado preparando para lo que estaba destinado a ser el acontecimiento político definitorio de todo el año: un referéndum sobre si se debe recortar el mandato al cada vez más detestado y autoritario presidente Nicolás Maduro. La tensión acumulada repentinamente terminó el jueves cuando cinco diferentes tribunales inferiores por separado (y supuestamente independientes, claro) aprobaron decisiones para suspender la recolección de firmas, clausurando la última y mejor esperanza de Venezuela para una solución pacífica a la prolongada crisis política.

Incluso para venezolanos aguerridos, fue un duro golpe. Una gran campaña de recolección de firmas para activar oficialmente el referéndum estaba programada para la próxima semana. Activistas de la oposición estaban ocupados preparando sus planes para llevar a sus votantes a firmar. Nadie, ni siquiera los militares, parecía haber estado esperando esto.

Hoy ha sido un día de sobrios cálculos y consideraciones en Caracas, mientras los venezolanos procesan la muerte del proceso de firmas y sus implicaciones. Me doy cuenta que es fácil dramatizar estas cosas, pero también es importante no confundir el bosque con los árboles: un productor de petróleo relativamente grande y relativamente sofisticado, a tan solo  tres horas de vuelo de los Estados Unidos, acaba de convertirse en la segunda dictadura sin matices ni elecciones en el hemisferio occidental.  

Esto es serio. Un punto de inflexión.

Por 17 años, los politólogos han estado intentando encontrar una manera adecuada de describir el extraño  sistema político que Hugo Chávez inventó para Venezuela. No era exactamente una democracia en el sentido habitual, con claridad, pero tampoco era una dictadura normal. El gobierno podría no haber tenido mucha paciencia con la letra pequeña de la norma constitucional, pero en términos generales, las personas eran básicamente libres de asociarse, con voz y voto. ¿Cómo se llama eso? ¿autoritarismo competitivo? ¿Un régimen híbrido? ¿Una democracia no liberal? Ninguna de las etiquetas parecía cuajar; lo que sí se consolidó fue la impresión duradera de estar en un punto intermedio, de una Venezuela todavía-no-una-dictadura.

Para los activistas pro-democracia de Venezuela, la lucha contra un régimen que ha instituido la dictadura mediante pequeños incrementos ha sido un calvario agotador. Razón por la cual hoy en día, mezclado con la ira genuina ante la subversión de nuestro derecho constitucional a un referendo revocatorio, se puede detectar un ápice de agradecimiento por la claridad que esto trae.

Nos hemos librado de los adjetivos. Se han acabado finalmente los circunloquios académicos.

No hay necesidad de encontrar el detalle ortográfico exacto. Venezuela es una dictadura.

 

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

Washington Post

Francisco Toro

It’s official: Venezuela is a full-blown dictatorship

All this year, as they trudged through an unprecedented economic implosion, Venezuelans have been gearing up for what was meant to be the defining political event of the year: a referendum on whether to recall our increasingly loathed authoritarian president, Nicolás Maduro. The tense buildup suddenly ended Thursday as five separate (and supposedly independent, but c’mon now) lower courts approved injunctions to suspend the recall, closing down Venezuela’s last best hope for a peaceful solution to its long-running political crisis.

Even for battle-hardened Venezuelans, it all came as quite a shock. A major signature-gathering drive to officially activate the recall vote was scheduled for next week. Opposition activists were busy preparing their plans to get out their voters to sign. No one, not even the military, seemed to have been expecting this.

Today has been a day of sober reckoning in Caracas, as Venezuelans process the death of the recall process and its implications. It’s easy to overdramatize these things, I realize, but it’s also important not to lose the forest for the trees: a relatively large, relatively sophisticated major oil producer just three hours’ flying time from the United States has just become the second all-out, no-more-elections dictatorship in the Western Hemisphere.

This is serious. A turning point.

See, for 17 years, political scientists have been casting about for a suitable way of describing the strange in-between political system Hugo Chávez invented for Venezuela. It wasn’t quite democracy in the usual sense, clearly, but it also wasn’t a normal dictatorship. The government might not have had much time for the fine print of constitutional rule, but in broad terms people were basically free to associate, speak and vote. What do you call that? Competitive authoritarianism? A hybrid regime? An illiberal democracy? None of the labels seemed to stick; what did stick was the lasting impression of in-betweenness, of Venezuela as not-quite-a-dictatorship.

For Venezuela’s pro-democracy activists, fighting a regime that has instituted dictatorship by tiny increments has been an exhausting ordeal. Which is why today, mixed with the genuine anger at the subversion of our constitutional right to a recall, you can detect just a hint of gratitude for the clarity this brings.

We’re rid of the adjectives. We are finally through with the academic circumlocutions.

There’s no need to hyphenate it anymore. Venezuela is just a dictatorship.

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