Es tiempo para un nuevo pensamiento religioso sobre la guerra y la paz
El catolicismo y la violencia
Es tiempo para un nuevo pensamiento religioso sobre la guerra y la paz
El Papa Francisco está recibiendo una recepción entusiasta por parte de jóvenes católicos de todo el mundo mientras preside la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), una fiesta católica que en realidad tiene una duración de una semana, en Polonia. Sin embargo, algunas personas no están tan satisfechas con él. Diversos grupos, tanto seculares como cristianos, con una mentalidad más militante que la de él sienten que se ha equivocado en sus respuestas ante el asesinato de un anciano sacerdote católico en Francia y ante otras atrocidades recientes asumidas por Estado Islámico. Lo que dijo el pontífice, en resumen, era que estos hechos espantosos eran sintomáticos de un conflicto global más amplio, cuyas causas fundamentales no son religiosas.
No hay que tener miedo de decir la verdad, el mundo está en guerra porque ha perdido la paz. Cuando hablo de la guerra, hablo de la guerra sobre los intereses, el dinero, los recursos, no la religión. Todas las religiones quieren la paz, son los otros los que quieren la guerra.
Para algunos cristianos, fue decepcionante que el Papa perdiera la oportunidad de defender el carácter pacífico de su propia fe. Según estos críticos él debería haber prometido proteger a su rebaño de las creencias plagadas por la violencia, como la que, al parecer, motivó a los asesinos del sacerdote. Por ello Rod Dreher, un bloguero conservador estadounidense, respondió a las palabras del Papa afirmando:
Esto es absurdo. No, no es absurdo: esto es una mentira. Puede que no sea una mentira consciente … pero es peligrosa. Él está confundiendo al pueblo cristiano. No puede esperarse que el Papa hable como el rey Jan Sobieski, el «salvador» de la cristiandad [en 1683] frente a los invasores otomanos en Viena. Pero espero que algunos de los descendientes del combativo monarca polaco puedan conversar con Francisco en Polonia esta semana.
Por su parte, Stephen Evans, director de campañas de la británica National Secular Society (Sociedad Secular Nacional) tuiteó que era un « estúpido disparate papal» afirmar que las religiones, en general, desean la paz.
Quizás sea un error enfocar demasiada energía en el análisis de uno de los arrebatos espontáneos, salidos del corazón, que han sido un sello distintivo del actual papado. Y también vale la pena recordar que ni siquiera un Papa afirmaría conocer completamente la mente de un vicioso asesino del ISIS, y determinar exactamente qué mezcla de agravio personal o político, psicología desordenada o retorcida creencia metafísica está operando. Si la postura de Francisco es que incluso en los conflictos que en teoría se han disputado en nombre de diferencias sectarias (como el conflicto espantoso en Yemen, por ejemplo), las ambiciones económicas y geopolíticas están a menudo al acecho en el trasfondo, ello es sin duda algo que vale la pena decir.
Pero más dignos de una cuidadosa observación (porque se filtran a millones de personas a través de conferencias, lecciones y sermones) son los pronunciamientos formales del Vaticano sobre el tema de la paz y la guerra. El Catecismo todavía vigente de la Iglesia Católica, publicado en 1993, se basa en padres de la iglesia como San Agustín y Santo Tomás con el fin de formular condiciones para el uso legítimo de la fuerza: el agresor debe estar infligiendo daños graves y duraderos; otros recursos deben haberse agotado; deben existir «serias perspectivas de éxito«, y que el uso de armas no entrañe males y desórdenes mayores que los que se buscan solucionar.
Desde entonces, el Vaticano se ha aproximado a una posición de pacifismo casi incondicional; se opuso al bombardeo de Serbia en 1999 y al asalto dirigido por Estados Unidos a Irak en 2003. Por otra parte, el Papa Francisco no ha sido tímido en la utilización de la palabra «genocidio» y sus representantes han reconocido los dilemas morales inevitables que surgen cuando el genocidio es inminente o ya está en curso. El año pasado, el embajador de la Santa Sede ante la ONU en Ginebra, dijo que era necesario utilizar la fuerza para proteger del ISIS a las minorías religiosas de Irak.
Otra figura importante en el Vaticano, el arzobispo Paul Gallagher, ha comenzado el proceso de repensar las actitudes católicas frente a la guerra en una época ensombrecida por el terror global, por «actores no estatales» armados con fuerza letal, y por la existencia de zonas grises entre la paz y la guerra. El «Secretario para las Relaciones con los Estados» del Vaticano ha reconocido la legitimidad y la importancia de una generalizada «responsabilidad de proteger» civiles inocentes, pero también ha advertido contra los nuevos instrumentos legales y las nuevas tecnologías, tales como los drones, que se utilizan como una forma de reducir las barreras para el uso de la fuerza.
Eso es un comienzo. Pero si el Papa quisiera aprovechar los grandes cerebros puestos a su disposición y trazar una nueva doctrina de pleno derecho de la guerra y la paz, muchas personas lejos del mundo católico podrían prestar una atención respetuosa, incluso si no estuvieran de acuerdo.
Traducción: Marcos Villasmil
THE ECONOMIST
Catholicism and violence
Time for some new religious thinking about war and peace
POPE FRANCIS is getting an enthusiastic reception from Catholic youngsters from all over the world as he presides over World Youth Day, a Catholic festival that actually lasts a week, in Poland. But some people are not so pleased with him. Both secularists and Christians of a more militant cast of mind than his own feel that he struck the wrong note when responding to the murder of an elderly Catholic priest in France and to other recent atrocities claimed by Islamic State. What the pontiff said, in sum, was that these ghastly deeds are symptomatic of a wider global conflict, whose root causes are not religious.
We must not be afraid to say the truth, the world is at war because it has lost peace. When I speak of war, I speak of war over interests, money, resources, not religion. All religions want peace, it’s the others who want war.
For some Christians, it was disappointing that the Pope missed an opportunity to defend the peacefulness of his own faith. In these critics’ view he should have vowed to protect his flock from violence-ridden beliefs, like those which apparently motivated the assassins of the priest. Thus Rod Dreher, a conservative American blogger, responded to the pope’s words by saying:
This is absurd. No, it’s not absurd: this is a lie. It may not be a conscious lie…but it is a dangerous untruth. He is misleading the Chistian people. One shouldn’t expect the Pope to speak like King Jan Sobieski, the «saviour» of Christendom [in 1683] from the Ottoman invaders at Vienna. But I hope that some of the fighting Polish monarch’s descendants have a few words with Francis in Poland this week.
Meanwhile Stephen Evans, campaign director of Britain’s National Secular Society tweeted that it was «asinine papal nonsense» to assert that religions, in general, wanted peace.
Perhaps it’s a mistake to focus too much energy on analysing one of the spontaneous, from-the-heart outbursts which have been a hallmark of the current papacy. And it’s also worth recalling that not even a pope would claim to see all the way into the mind of a vicious IS killer and ascertain exactly what mixture of personal or political grievance, disordered psychology or twisted metaphysical belief is at work. If Francis’s point is that even in conflicts which are notionally raged in the name of sectarian difference (like the ghastly one in Yemen, for example), economic and geopolitical ambitions are often lurking in the background, then that is certainly worth saying.
But more worthy of careful watching (because they filter down to millions of people through lectures, lessons and sermons) are the Vatican’s formal pronouncements on the subject of peace and war. The still-current Catechism of the Catholic Church, published in 1993, draws on church fathers like Augustine and Aquinas to formulate conditions for the legitimate use of force: the aggressor must be inflicting lasting and grave damage; other remedies must have been exhausted; there must be «serious prospects for success»; and the use of weapons must not produce evils and disorders greater than those which are targeted.
Since then, the Vatican has moved closer to a position of almost unconditional pacifism; it opposed the bombing of Serbia in 1999 and the American-led assault on Iraq in 2003. On the other hand, Pope Francis has not been shy of using the word «genocide» and his representatives have acknowledged the unavoidable moral dilemmas that arise when genocide is looming or in progress already. Last year, the Holy See’s ambassador to the UN in Geneva said it was necessary to use force to protect the religious minorities of Iraq from IS.
Another senior figure in the Vatican, Archbishop Paul Gallagher, has begun the process of rethinking Catholic attitudes to war in an age overshadowed by global terror, by «non-state actors» wielding lethal force and by grey areas between peace and war. The Vatican’s «secretary for relations with states» has acknowledged the legitimacy and importance of a generalised «responsibility to protect» innocent civilians, but he has also warned against new legal instruments, and new technology such as drones, being used as a way of lowering the barrier to the use of force.
That’s a start. But if the Pope were to harness the huge brains trust at his disposal and map out a fully fledged new doctrine of war and peace, many people far from the world of Catholicism would pay respectful attention, even if they couldn’t agree.