‘Es un escándalo’: una ola de malas restauraciones afecta el patrimonio de España
Otro caso de renovaciones arquitectónicas realizadas por aficionados ha desatado una controversia en España, muchos se preguntan si las autoridades hacen lo necesario para preservar el patrimonio del país.
CASTRONUÑO, España — La iglesia románica que está cerca del río en el pueblo de Castronuño se veía como muchas otras que abundan en esa región: no era demasiado decrépita para tener 750 años, pero tampoco estaba muy bien conservada.
En noviembre, el alcalde Enrique Seoane se percató de algo que le sorprendió y causó un escándalo en España.
En una foto tomada por uno de sus vecinos, Seoane alcanzó a ver una veta de cemento muy reciente que alguien había vertido en un arco indudablemente antiguo. Al parecer era un trabajo de reparación casera para evitar que se hundiera el lado este de la iglesia.
El trabajo fue hecho por un “restaurador enmascarado” cuya identidad se desconoce, según le dijo el alcalde a un periodista local en un artículo que no tardó en propagarse por toda España.
Quizá esto genera la imagen de un superhéroe que, en secreto, acudió para ayudar a una iglesia derruida, pero no fue así como el público percibió esa noticia en España. Más bien hizo resurgir recuerdos desagradables en un país cuyos pueblos y ciudades pequeñas ya han sido afectadas por los adefesios que estos restauradores justicieros dejan a su paso.
La figura del bienhechor devenido en malandrín fue personificada en España por Cecilia Giménez, una abuela de más de 80 años de edad que llegó a los titulares en todo el mundo luego de surestauración fallidade un fresco de hace siglos llamado “Ecce Homo” en el que se ve a Jesús con la corona de espinas. El resultado fue tan malo que, al principio, las autoridades pensaron que la pintura había sido vandalizada.
Los conservadores españoles de arte y arquitectura juraron que detendrían a estos indeseados restauradores aficionados.
Sin embargo, en Castronuño, una población ubicada en la provincia de Valladolid, al noroeste de Madrid, alguien misterioso había vuelto a las andadas, esta vez en la iglesia de Santa María del Castillo, construida hacia el año 1250 por los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén.
Miguel Ángel García, portavoz de la Asociación por el Patrimonio en la Provincia de Valladolid, una pequeña asociación vecinal que trata de evitar este tipo de situaciones, además de encargarse de otras iniciativas de conservación, fue a inspeccionar los daños en una tarde fría reciente. García miró el cemento, con pesar, mientras el viento soplaba a través de un nido de cigüeñas en el campanario de la iglesia.
“La historia del ‘Ecce Homo’ sigue repitiéndose por todo el país”, dijo.
Se podría decir que el problema de Castronuño lo comparte toda España: esta tierra ancestral tiene muchas estructuras antiguas que necesitan reparación. Hay fuertes fenicios, castillos celtas, minaretes moriscos, murallas romanas, tumbas griegas de granito: vestigios de civilizaciones pasadas que llegaron para conquistar, todas con el deseo de dejar algo para la posteridad.
Incluso el nombre de la región, Castilla, significa algo como “tierra de castillos”, puesto que esas edificaciones se construyeron durante los 800 años de batallas entre los moros y cristianos.
Hace poco, Mar Villarroel, escritora de libros infantiles que también tiene un empleo de medio tiempo como promotora turística de Castronuño, observó que si la bendición de España era tener una historia tan rica, su maldición era que podría perderse por negligencia.
Por ejemplo, nos contó del antiguo castillo, que dio nombre al pueblo, pero fue arrasado por Fernando II de Aragón en la época de Colón. O la primera iglesia de Castronuño, construida incluso antes que la actual, pero demolida en 1919 (décadas después de que se derrumbara su tejado).
Hace poco, los habitantes del pueblo le rogaron al gobierno y a la Arquidiócesis Católica Romana que vinieran a arreglar Santa María del Castillo antes de que sufriera un destino similar.
Pero como no hubo indicios de que la ayuda llegaría pronto, alguien se sintió obligado a tomar cartas en el asunto.
“El cemento es un escándalo; se ve feo, sí”, admitió Villarroel. “¿Pero sabes cuál es el verdadero escándalo? Que los responsables han dejado que la iglesia llegue a este estado”.
En una noche reciente, el sacristán José Antonio Conde trataba de encontrar la llave de la iglesia. Solo cuatro personas tienen copias, dijo, y al menos tres estaban fuera de la ciudad. Finalmente, la hermana de una de esas personas respondió el teléfono. Y Conde fue a buscar la llave.
Luego de unos minutos, abrió la vieja puerta, que chirría. La iglesia estaba prácticamente a oscuras, y cuando los ojos se acostumbraron a la penumbra, el interior se fue revelando a la vista poco a poco: una nave larga, un viejo techo de piedra y un crucifijo en el altar frente a una cortina roja. Cada una de las grandes piedras del río que se subieron a la colina para la construcción tenían la marca del antiguo albañil que las había cortado.
Conde encontró el interruptor de la luz y repentinamente se pudo ver el resto de la iglesia. El daño no podría haber sido más evidente. Años de agua que se filtraba en las paredes desde el exterior habían dejado largas manchas blancas, dando la apariencia del interior de una cueva.
El retablo, la gran tabla de madera que se encuentra detrás del altar, había sido restaurado profesionalmente, pero la humedad lo amenazaba nuevamente. Era demasiado tarde para los frescos del siglo XVIII que una vez mostraron escenas de la vida de Jesús. Solo uno se podía ver por completo: Cristo cargando la cruz.
“Todavía se podían distinguir cuando éramos niños”, dijo Manolo Brita, un amigo de Conde, que entró detrás de él.
Mientras señalaba el coro cerca de la vieja ventana en forma de roseta, Conde recordó un momento diferente de la niñez, ahora muchas décadas atrás. “Recuerdo cuando ese coro estaba lleno de niños”, dijo. “Ahora no es así”. Y explicó que esa ausencia era la verdadera razón por la que la iglesia se estaba desmoronando: porque cada vez había menos habitantes en la aldea y quedaban pocos para cuidarla. La población disminuyó de más de 1.500 cuando era joven, a alrededor de 860 en la actualidad, parte de una huida rural que ha afectado a pueblos de toda España.
Aunque la denuncia del alcalde sobre un “restaurador enmascarado” en otoño hizo que se exigiera una investigación para encontrar al culpable, informaciones posteriores han complicado el caso lo que pone de manifiesto que estas irregularidades ocurren desde hace mucho tiempo en el país.
Un habitante de la zona, al hojear un libro viejo sobre las iglesias de la región, se percató de una imagen que mostraba la misma veta de cemento sobre el arco al menos desde 1999, cuando se publicó el estudio. Como el delito parece tener al menos dos décadas de antigüedad, difícilmente se podrá encontrar a la persona que lo cometió.
Sentado en su despacho, Seoane, el alcalde, dijo que lamentaba que sus palabras hicieran que la gente pensara que habría una persecución del culpable. Pero el hecho de que nadie se diera cuenta de que el cemento estuvo allí todos esos años también era revelador, afirmó.
Y no solo es la reparación de cemento mal hecha lo que hace que la gente se fije en la iglesia. ¿Quién instaló el sistema de alarma que parece que perforó la piedra antigua? ¿O el voluminoso conducto eléctrico que sobresale de una de las vetustas ventanas? Pareciera que eso se instaló hace muchos años, y nadie lo había notado.
¿Y por qué hay una malla metálica cubriendo el rosetón, y quién la puso ahí?
De repente, la lista de reparaciones improvisadas que se observan en la iglesia parece interminable. Pero, al menos, la chapuza del cemento —y la colorida, aunque ficticia, descripción del alcalde sobre el aspecto del autor— han llamado la atención de todo el mundo al punto de que Seoane cree que finalmente conseguirá la financiación para arreglar otros elementos que deben ser reparados.
“Si no logramos hacer las reparaciones ahora, creo que nunca lo haremos”, dijo el alcalde Enrique Seoane.