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Escalada represiva en Cuba: ¿pulso o razia?

Esta vez la maquinaria represiva no viene solo a por los opositores y periodistas independientes, sino contra toda manifestación de libertad ciudadana

La escalada represiva contra activistas de la sociedad civil y periodistas independientes continúa incrementándose en Cuba. Todo confirma, sin margen para las dudas, que la voluntad dictatorial es asfixiar completamente toda manifestación contraria o siquiera medianamente crítica al poder político.

Las detenciones arbitrarias injustificadas por corto tiempo; las absurdas “regulaciones” migratorias que prohíben la salida del país a decenas de activistas y periodistas a fin de impedirles participar en foros, cursos de capacitación y eventos de cualquier naturaleza; los allanamientos y decomiso de medios de trabajo, entre otras estrategias habituales están a la orden del día, generando un ambiente de tensión similar al que precedió la razia de la Primavera Negra (2003), cuando 75 disidentes, entre periodistas y opositores políticos, fueron enjuiciados y condenados a largas condenas en las cárceles castristas.

Lo que destaca ahora es que el acoso se mantiene constante, especialmente –aunque no de forma exclusiva- contra los miembros más activos y jóvenes de la sociedad civil emergente.

Esta vez la ofensiva policial va más allá de la aplicada usualmente contra la disidencia “tradicional” –formada por partidos políticos, periodistas y activistas de diversas propuestas, ya fogueados por años en estas lides- y se extiende a iniciativas ciudadanas más recientes, sean las impulsadas por artistas contestatarios, webs periodísticas hasta ayer toleradas, y toda una pléyade de nuevos actores que van sumando voces y voluntades en una sociedad definitivamente plural, que ha dejado de ser unánime y monocorde y que ha encontrado en las TIC una herramienta eficaz para existir, informarse y proliferar en las redes sociales, extendiendo su comunicación e influencia más allá del control del gobierno.

Simultáneamente, y a contrapelo de la crisis económica que se agudiza, lejos de estimular el crecimiento de lo que llaman “formas no estatales de la economía”, las autoridades continúan su estrategia de presiones y persecución contra el sector privado so pretexto de una pretendida lucha contra la corrupción, las ilegalidades, los precios abusivos y el acaparamiento. Diríase que, en medio de las crecientes penurias, hay un empeño gubernamental de ganarse enemigos en la población.

Precios topados en el comercio y en los servicios del sector privado, rutas obligatorias para los transportistas, exceso de controles burocráticos y regulaciones, extorsiones por un ejército de parásitos corruptos mal llamados “inspectores estatales”, demonización de la riqueza y, más recientemente, un nuevo Decreto-ley para regular arbitrariamente el uso de la Internet, son algunas formas de la guerra sin cuartel que libra el Estado-Partido-Gobierno sobre una ciudadanía cada vez más empobrecida y exhausta, pero también más inconforme y frustrada.

Mal puede disimular el Palacio de la Revolución que lo que subyace tras semejante alarde de fuerza es una inconfesable debilidad. La mafia política sabe que la “continuidad” pregonada por el actual presidente a dedo no es posible en una Cuba está urgida de cambios cada vez más inaplazables. La paradoja es que esos cambios traerían aparejado un escenario incompatible con la tan cacareada continuidad. Y dado que el poder está encadenado en su propia (i)lógica ha optado por la peor vía: aplastar cualquier atisbo de independencia ciudadana, sin excepciones, sea ésta de matiz político o económico.

A la vez, el manoseado discurso de plaza sitiada se torna menos efectivo, si no inocuo. No solo porque la crisis venezolana en combinación con las presiones de la actual administración estadounidense afecta severamente la economía cubana y crean un clima social poco favorable a la facundia populista-nacionalista y a las viejas consignas de trincheras, sino porque en las nuevas generaciones, inmunes a la infección comunista y a la obcecación “revolucionaria”, abundan más los “desertores” que los fieles al mito del Moncada, el Granma y la Sierra.

Una buena parte de los cubanos nacidos desde los oscuros años 90’ hoy se agrupan en dos bandos: el de los oportunistas que fingen fidelidad al sistema para defender nichos o prebendas y el de los descreídos. Este último es el caldo de cultivo donde abundan los irreverentes a quienes, como si no les bastara con obviar el legado de “la generación histórica”, hacen burla de ella inundando las redes de memes con imágenes de los hasta ayer íconos sagrados del panteón revolucionario y emplazando a la nomenclatura a todos los niveles, con más ahínco desde que – ¡finalmente! – la turbia jerarquía insular decidió “gobernar con transparencia” utilizando la Internet. Y es sabido que en condiciones de dictadura todo cuestionamiento es disidencia.

En consecuencia, a los dos útiles villanos de siempre –el Imperialismo y sus “mercenarios de la oposición interna”– se ha sumado un creciente número de jóvenes que, desde el espacio virtual, con un posicionamiento ciudadano, desprovistos de extremismos ideológicos y de idolatrías a falsos héroes, ejercen el derecho de demandar a los dirigentes y de impulsar cambios dentro de la Isla.

Más de una década después de que un tenebroso personaje de la nomenclatura “histórica” amenazara con “domar el potro desbocado de la Internet”, no solo se ha multiplicado y diversificado el periodismo digital independiente, sino que nuevos actores sociales surgen, se agrupan, se organizan y convocan actividades en función de sus intereses, más allá de la voluntad de la casta del poder. Es la peor pesadilla de cualquier autocracia.

Entretanto, las señales que llegan desde el Poder auguran tiempos más difíciles y mayores riesgos. Existen razones para sospechar que lo que hoy parece un simple pulso de fuerza de la castrocracia bien pudiera ser el preludio de una nueva razia. Y esta vez la maquinaria represiva no viene solo a por los opositores, disidentes, activistas y periodistas independientes, sino contra toda manifestación de libertad ciudadana. Si en verdad aspiramos a una Cuba plural es tiempo de dejar de pensar en singular: Cuba somos todos.

(Miriam Celaya, residente en Cuba, se encuentra de visita en Estados Unidos)

 

 

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