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Escobar: La intriga política en la Cuba de hoy

La obsesión por mostrar una unión monolítica en torno a la continuidad tiene el propósito de dar la impresión de que "allá arriba" todo está bajo control

Las intrigas políticas han sido fecundas en Cuba, especialmente desde 1959. La deposición del presidente Urrutia, la microfracción, el juicio de Marquitos, el fusilamiento del general Ochoa y, más recientemente, la destitución de los delfines Carlos Lage, Felipe Pérez Roque y Carlos Valenciaga son hechos parcialmente conocidos que evidencian maquinaciones oscuras ajenas a los principios políticos proclamados.

Tras la muerte de Fidel Castro, en noviembre de 2016, no cesaron.

Las intrigas palaciegas de hoy tienen protagonistas y propósitos. Son conocidos los nombres porque figuran en la lista del Buró Político, del Consejo de Estado y de Ministros o porque llevan ciertos apellidos, pero no puede confirmarse a ciencia cierta la inclinación de cada uno hacia los dos únicos propósitos posibles: mantener el sistema o liquidarlo.

No puede confirmarse a ciencia cierta la inclinación de cada uno hacia los dos únicos propósitos posibles: mantener el sistema o liquidarlo

Comparten todos, tal vez, un objetivo paralelo, no relacionado con ideales sino con ambiciones personales. Entiéndase, disfrutar de los obscenos atributos del poder, esas mieles que hay que degustar con discreción pero que son la motivación más efectiva para asentir oportunistamente o para confabularse en la sombra, según sea el caso.

Hoy no se conspira en las altas esferas, como en 1959, para evitar o promover la ideología comunista, ni para, como en la década de los 60, acercarse a la Unión Soviética o a China. Ya nadie se complota para iniciar una perestroika tropical. Ni siquiera en la academia local aparecen los puristas del marxismo enfrentándose a sus reformadores. Nadie ha vuelto a consultar los libros de economía política del socialismo de P. Nikitin ni a citar los manuales de comunismo científico, donde se aseguraba que la humanidad vivía la época de transición del capitalismo al socialismo.

El dilema más álgido no parece estar en si se procede o no a la liquidación del sistema (si es que puede llamársele así a esto) sino cómo llevarla a efecto y en qué momento.

Aún no aflora el debate ni queda registrado en actas. Solo aparecen destellos cuando se prioriza la promulgación de un decreto o se dilata sin explicación la presentación de leyes al Parlamento. Se pueden apreciar ciertos chispazos en los avances y retrocesos de la aceptación de las reglas del mercado o en las prohibiciones absurdas y en las tímidas permisividades.

En los pasillos de Palacio, en los salones del Capitolio, en los despachos ministeriales, se debe estar cocinando el cambio. Una sonrisa enigmática, unas cejas enarcadas, un saludo, serán suficientes para crear complicidades. Pero la opacidad en las opiniones profundas genera sospechas y suspicacias.

Mucho se discute sobre el rol que puede jugar esa entelequia denominada «la cúpula militar». Aquí hay que distinguir a los generales que se han apoderado de la economía a través del grupo empresarial llamado Gaesa de los mandos que tienen la capacidad operativa de movilizar tropas. De manera paralela, la poderosa policía política tiene la misión de descubrir cualquier veleidad que pudiera considerarse como una presumible traición.

La ausencia de un debate político transparente y democrático convierte en presumible traidor a todo aquel que intente forjar alianzas para impulsar un cambio. El presidente de la República no comete un delito, ni siquiera un error, si ordena a la Seguridad del Estado incautar documentos en las oficinas de los partidos opositores. No incurre en un Watergate porque los partidos de oposición carecen de un permiso para existir y lo que se considera ilegal es que emitan y conserven documentos.

Esa es la razón por la cual la ciudadanía desconoce incluso quiénes están a favor o en contra de un artículo de una ley, quiénes tienen una tendencia aperturista o quiénes integran los mecanismos de freno a las reformas. Se supone que todos estuvieron de acuerdo antes de empezar a discutir, porque la unidad no solo se expresa en la acción, sino también en el pensamiento.

La obsesión por mostrar una unión monolítica en torno a la continuidad tiene el propósito de dar la impresión de que «allá arriba» todo está bajo control.

Más temprano que tarde, las leyes de la biología dejarán fuera del juego a los veladores de ese legado inmovilista y los actores de esta farsa, sin máscaras ya, querrán exhibirse hacia el mundo

Esta escenificación unitaria va dirigida a las instituciones y Gobiernos que ejercen presión desde el extranjero, a los ciudadanos residentes en la Isla, a las fuerzas represivas que mantienen a raya cualquier discrepancia y, muy especialmente, a ese reducido grupo de personajes de la llamada generación histórica que, aunque no aparecen en la nómina del poder desde el Octavo Congreso del Partido, mantienen «un pie en el estribo» dispuestos a defender a cualquier precio sus designios.

Más temprano que tarde, las leyes de la biología dejarán fuera del juego a los veladores de ese legado inmovilista y los actores de esta farsa, sin máscaras ya, querrán exhibirse hacia el mundo y frente al pueblo como los únicos capaces de llevar a efecto una liquidación controlada, sin vacío de poder, baños de sangre ni piñatas de corruptela; proveedores de amnistía y merecedores del perdón.

Mientras tanto, los ciudadanos permanecen ajenos a los tejemanejes de la política y ven asombrados cómo en España despellejan a Podemos, en Chile el presidente pide disculpas y promueve un cambio en la Constitución, en Perú limitan los poderes del presidente y en Estados Unidos se acusa de fraude al partido que ganó las elecciones. «Aquí no pasa nada de eso», piensan algunos, como si fuera un coro de ángeles los que gobiernan el país y no una manada de lobos hambrientos dispuestos a despedazarse los unos a los otros.

 

 

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