Esta humillación
Es el final que merecen los oportunistas, los que no tienen otro escrúpulo que el poder
Me alegro de la desgracia ajena, aunque sea de mal cristiano. Me alegro de que el último acto de la carrera política de Pedro Sánchez fuera humillante. Me alegro de que quedara como el mentiroso, vanidoso y maleducado que en realidad es. Me gusta que hiciera el ridículo ante toda España y que con su incontinencia, con sus deficientes maneras, y defraudando las altas y pedantes expectativas que había creado a su alrededor –dando por descontada la inferioridad del rival– fuera él quien tirara a la basura la última posibilidad de remontar. La campaña electoral terminó con su postrero cañoneo de grosería y vacuidad. Es el final que merece el tipo de persona que es Sánchez. Es el final que merecen los oportunistas, los amigos de Pinocho que fuman, los que no tienen otro escrúpulo que el poder, los que cualquier causa la convierten en parodia para aprovecharse de ella y luego la dejan abandonada, o abiertamente la perjudican, como lo ha hecho con las mujeres con la ley del ‘sí es sí’, que el Partido Popular tuvo que salir a remendar ante la maldad y la incompetencia –no fue mala suerte– de Irene Montero.
También me alegra que Pedro Sánchez quedara en evidencia ante un señor como Alberto Núñez Feijóo, moderado, tranquilo, paciente con las mentiras de su interlocutor y capaz de rebatirlas una a una sin renunciar a la educación ni a los términos en que ha de conducirse una conversación civilizada. Me gustó su idea del poder. Un presidente serio, prudente y educado. Cuando habló del ‘sanchismo’ se refirió a una forma de ver el mundo que no solamente está a su izquierda y a que su respuesta no será el radicalismo del otro lado. Si se confirman las encuestas, Vox tendrá que cuestionarse si su tono y sus liderazgos son los adecuados. Si no lo hace –por mí que no lo haga– correrá la misma suerte que Ciudadanos. Albert Rivera no se cuestionó nunca nada, salvo la cantidad de pelo que iría en su implante.
Disfruté, he de confesarlo, leyendo a la mañana siguiente a sus orgánicos mediáticos quejándose de los moderadores y –hay que tener nervio– de que Feijóo no le permitiera a Sánchez desarrollar su proyecto para los próximos cuatro años, cuando el que no paró de interrumpir y de comportarse como un niñato sin modales fue el presidente, que además desde 2018 ha tenido ocasión de desarrollar su idea de España, del respeto al otro y de la libertad. El próximo día 23 le entregaremos sus notas. Los pucheros de la prensa populista, que de un modo tan impune ha contribuido a la destrucción de la convivencia, son la vulgaridad que queda siempre al descubierto cuando el monstruo se desintegra. Que estos personajes –tanto Sánchez como sus ‘majorettes’– se desplomen del modo indigno en que lo están haciendo es el final icónico que merecemos los que hemos aguantado estos años atroces pagando al punto impuestos demenciales para que nos insulten y nos maltraten, pero siempre de buen humor y gastando a lo bestia en los restaurantes.