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Estados Unidos sopesa un compromiso con Venezuela, una base rusa en el patio trasero de Estados Unidos

Ante la conflagración en Europa del Este tras la invasión rusa de Ucrania, el gobierno de Biden ha redoblado sus esfuerzos para apagar incendios en otros lugares, buscando acelerar un acuerdo nuclear con Irán y aliviar las tensas relaciones con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos.

Pero el acercamiento más receptivo de Washington se está desarrollando a trompicones más cerca de casa, en un país que el Kremlin ha intentado convertir en su satélite más lejano: la autoritaria Venezuela.

Importantes funcionarios estadounidenses celebraron este mes la reunión de mayor nivel con el presidente venezolano Nicolás Maduro en años. La sesión con Maduro, su influyente primera dama Cilia Flores y un pequeño número de otros lugartenientes de alto nivel fue descrita por varias personas familiarizadas con el encuentro como «cordial», y exitosa en el establecimiento de una relación personal. A pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca por restar importancia a la reunión tras la reacción de los críticos de Maduro -en particular el poderoso senador demócrata por Nueva Jersey, Robert Menéndez- las líneas de comunicación entre Caracas y Washington siguen «abiertas», dicen estas personas. Hablaron bajo condición de anonimato para discutir información sensible.

Se había hablado de una reunión de seguimiento, pero la administración parece estar sopesando los pros y los contras de nuevas conversaciones directas.

Antes era impensable incluso considerar un diálogo de este tipo. La administración Trump había cortejado al despiadado líder norcoreano Kim Jong Un. En cambio, lanzó una campaña de «máxima presión» contra Maduro, una figura ampliamente denostada por la diáspora venezolana y cubana en Estados Unidos. La línea dura de Trump fue un regalo para los republicanos de Florida, que obtuvieron ganancias sustanciales en el condado de Miami-Dade, con gran presencia de exiliados, y ganaron Florida, si no las elecciones de 2020. Las sanciones de Estados Unidos sobre el crudo venezolano devastaron la industria petrolera de la nación de la OPEP, que ya estaba en problemas. Estados Unidos cerró su embajada en Caracas. Se interrumpieron los vuelos directos entre Estados Unidos y Venezuela. El Departamento de Justicia de Estados Unidos acusó a Maduro de narcotráfico.

La administración Trump respaldó al opositor Juan Guaidó como líder legítimo del país y predijo la inminente caída de Maduro. Nada de eso funcionó. El apoyo a Guaidó se desmoronó en su propio país. La oposición de Maduro, siempre fracturada, ha  quedado reducida al mantenimiento de luchas intestinas. Algunos observadores consideran  que el gobierno interino de Guaidó se destruirá antes de fin de año. El control de Maduro del poder, mientras tanto, sólo se ha fortalecido, junto con la presencia de Rusia en Venezuela.

Un posible cambio en la política de Biden nunca se materializó, ya que los observadores consideraron que la administración era fatalmente indecisa o excesivamente cautelosa, deseosa de no alienar a Menéndez, así como a un nicho clave de votantes de Florida.

Entra en escena entonces la invasión de Ucrania por parte de Moscú, el aumento de los precios mundiales del petróleo y el desenmascaramiento del presidente ruso Vladimir Putin como una amenaza existencial. La mencionada visita este mes de una delegación estadounidense que incluía a Juan González, director del Consejo de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental, y al embajador de Estados Unidos en Venezuela, James Story, permitió la liberación de dos ciudadanos estadounidenses, entre ellos un antiguo ejecutivo de Citgo, que en su día formó parte de la petrolera estatal venezolana. La libertad de un tercer estadounidense -un ex marine que los funcionarios venezolanos insisten en que es un agente estadounidense encubierto- estuvo a punto de producirse, pero no ocurrió.

En Washington, la narrativa de la visita se ha centrado en gran medida en el petróleo: la posibilidad de suavizar las sanciones de Estados Unidos, y acuerdos creativos que permitirían a las empresas occidentales, incluida la californiana Chevron, volver a entrar. Pero la industria petrolera venezolana se encuentra en una situación desesperada, con una infraestructura deficiente que requeriría miles de millones de dólares de inversión para mejorarla, además de meses para aumentar significativamente la producción. Un acuerdo podría tener un impacto psicológico en los mercados. Pero incluso las estimaciones más generosas sugieren que Caracas sólo podría llegar a un 15% de la producción actual de Arabia Saudí a medio plazo. En resumen, es poco probable que Venezuela sea un factor masivo en la reducción de los precios de la gasolina en los surtidores estadounidenses.

Pero el acercamiento estadounidense también tiene que ver con la geopolítica y contrarrestar la ya profunda alianza ruso-venezolana.

Esa alianza se basa en acuerdos petroleros. Pero viene acompañada de una cooperación militar que debería preocupar a Washington. Entre 2006 y 2013, cuando el predecesor de Maduro, Hugo Chávez, murió de cáncer, Venezuela compró casi 4.000 millones de dólares en equipo militar ruso. A finales de 2018, dos bombarderos rusos Tu-160 con capacidad nuclear y de largo alcance llegaron bajo un cielo soleado al aeropuerto internacional de Maiquetía, en las afueras de Caracas, y fueron recibidos por altos oficiales militares venezolanos que saludaron y estrecharon la mano de los pilotos. Los rusos participaron posteriormente en ejercicios conjuntos. Un año después, Moscú envió a Venezuela decenas de militares rusos y toneladas de equipo.

La administración norteamericana se ha reído públicamente de las insinuaciones de Moscú de que  aumentará la cooperación militar con Caracas tras la invasión. El ejército ruso está ahora tan extendido en Ucrania que una repetición de la crisis de los misiles cubanos de 1962 en Venezuela parece improbable. Pero eso no significa que Estados Unidos no pueda mantener a Moscú preocupado sobre su red de alianzas, particularmente en América Latina. El gobierno de Maduro fue sorprendido por la invasión rusa de Ucrania, temiendo que Washington pudiera utilizar algún día el argumento de «en mi patio trasero no» contra Caracas. Tras la visita de la delegación estadounidense este mes, Moscú se alarmó lo suficiente como para convocar a la número dos de Maduro, Delcy Rodríguez, a una reunión en Turquía para revisar su alianza estratégica.

El gobierno venezolano, según dos personas familiarizadas con su pensamiento, está interesado en continuar las conversaciones directas. Pero los críticos dicen que la administración norteamericana ha gestionado mal su intento de apertura, al no informar a los actores clave sobre la política de Venezuela y dar marcha atrás repentinamente cuando el viaje provocó una reacción fácilmente previsible.

Menéndez, cuyo voto clave querrá la administración para cualquier acuerdo nuclear con Irán, estaba furioso por no haber sido informado previamente. Guaidó, igualmente sorprendido, se enfureció lo suficiente como para enviar una carta personal al presidente Biden.

El problema puede ser, en parte, de secuencia y foro. Menéndez copatrocinó la Ley de la Verdad de 2019, que consagró la búsqueda de una «solución negociada a la crisis de Venezuela» en la legislación estadounidense. Puede que no se oponga necesariamente a suavizar las sanciones de Estados Unidos si Maduro accede a dar pasos concretos hacia la restauración de la democracia, aunque es probable que Menéndez desee avances en el diálogo actualmente estancado en México con la oposición de Maduro. Su mayor queja, de la que se hacen eco otros críticos, es la posibilidad de que Maduro sea recompensado con acuerdos petroleros sólo porque su aliado Putin está causando estragos en Ucrania.

La reanudación de las conversaciones con México fue una petición clave de la delegación estadounidense que visitó Caracas. Pero la oposición sigue tan fracturada que el progreso del diálogo, sin conversaciones directas con Estados Unidos, sería lento. Maduro, por su parte, ha roto una campaña de aislamiento respaldada por Estados Unidos, ganándose ya una postura más suave por parte de la Unión Europea. Con los candidatos presidenciales de izquierda que están señalando una postura aún más suave hacia Caracas liderando las encuestas en Colombia y Brasil, puede ser sólo cuestión de tiempo antes de que Maduro supere completamente dicho aislamiento.

La cuestión para la administración es si está dispuesta a cerrar una puerta que acaba de abrir, y si eso le da a Putin espacio para ampliar su alcance en un país que se encuentra a tres horas de avión de la costa de Florida.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The Washington Post

 

U.S. weighs engagement with Venezuela, a Russian foothold in America’s backyard

Anthony Faiola

Confronting a conflagration in Eastern Europe after the Russian invasion of Ukraine, the Biden administration has redoubled efforts to put out fires elsewhere — seeking to accelerate a nuclear deal with Iran and ease strained relations with Saudi Arabia and the United Arab Emirates.

But Washington’s most receptive rapprochement is unfolding in fits and starts closer to home, in a country the Kremlin has sought to turn into its most distant satellite: authoritarian Venezuela.

Senior U.S. officials this month held their highest-level meeting with Venezuelan President Nicolás Maduro in years. The session with Maduro, his influential first lady Cilia Flores and a small number of other top lieutenants was described by several people familiar with the encounter as “cordial,” and successful in establishing personal rapport. Despite White House efforts to downplay the meeting after a backlash by Maduro critics — particularly the powerful Democratic senator from New Jersey, Robert Menendez — lines of communication between Caracas and Washington remain “open,” these people say. They spoke on the condition of anonymity to discuss sensitive information.

There had been discussion of a follow-up meeting, but the administration appears to be weighing the pros and cons of further direct talks.

Even considering such a dialogue was previously unthinkable. The Trump administration had courted North Korea’s ruthless leader Kim Jong Un. In contrast, it launched a “maximum pressure” campaign against Maduro — a figure widely reviled by the Venezuelan and Cuban diaspora in the United States. Trump’s hard line was a gift to Florida Republicans, who made substantial gains in exile-heavy Miami-Dade County and won Florida, if not the 2020 election. A U.S. ban on Venezuelan crude devastated the OPEC nation’s already-troubled oil industry. The United States shuttered its embassy in Caracas. Direct flights between the United States and Venezuela were halted. The U.S. Justice Department indicted Maduro on narco-trafficking charges.

The Trump administration backed opposition figure Juan Guaidó as the country’s rightful leader and predicted Maduro’s imminent fall. None of it worked. Support for Guaidó would crumble at home. Maduro’s opposition, always fractured, has descended into infighting. Some observers give Guaido’s interim government to the end of the year until it unravels. Maduro’s grip on power, meanwhile, has only strengthened — along with Russia’s footprint in Venezuela.

A possible shift in policy under Biden never materialized, as observers viewed the administration as either fatally indecisive or exceedingly cautious — eager not to alienate Menendez as well as a key niche of Florida voters.

Enter Moscow’s invasion of Ukraine, the surge in global oil prices and the unmasking of Russian President Vladimir Putin as an existential threat. The visit this month from a U.S. delegation that included Juan Gonzalez, the National Security Council director for the Western Hemisphere, and U.S. Ambassador to Venezuela James Story yielded the release of two American citizens, including a former executive of Citgo, once part of Venezuela’s state oil company. Freedom for a third American — a former marine who Venezuelan officials insist is a covert American operative — came close to happening but didn’t.

In Washington, the narrative of the visit has largely centered on oil — the potential of easing the U.S. ban, and creative deals that would allow Western companies, including California-based Chevron, back in. But Venezuela’s oil industry is in dire straits — with poor infrastructure that would take billions of dollars of investment to improve, along with months to significantly increase production. A deal could have a psychological impact on markets. But even the most generous estimates suggest Caracas could only ramp up to about 15 percent of Saudi Arabia’s current output in the medium-term. In short, Venezuela is unlikely to be a massive factor in lowering gas prices at American pumps.

But the American rapprochement is also about geopolitics, and countering the already-deep Russian-Venezuelan alliance.

That alliance is based on oil deals. But it comes with military cooperation that should worry Washington. Between 2006 and 2013, when Maduro’s predecessor Hugo Chávez died of cancer, Venezuela bought nearly $4 billion in Russian military equipment. In late 2018, two nuclear-capable, long-range Russian Tu-160 bombers arrived under sunny skies at Maiquetia International Airport outside Caracas, met by senior Venezuelan military officers who saluted and shook hands with the pilots. The Russians later took part in joint exercises. A year later, Moscow dispatched dozens of Russian military personnel and tons of equipment to Venezuela.

The administration has publicly laughed off post-invasion suggestions by Moscow of ramped up military cooperation with Caracas. The Russian military is now so stretched in Ukraine that a replay of the 1962 Cuban missile crisis in Venezuela appears far-fetched. But that doesn’t mean the United States can’t keep Moscow second-guessing about its web of alliances, particularly in Latin America. Maduro’s government was unnerved by Russia’s invasion of Ukraine, fearing Washington could one day use the “not-in-my-backyard” argument against Caracas. After the U.S. delegation’s visit this month, Moscow was sufficiently alarmed to summon Maduro’s No. 2, Delcy Rodriguez, for a meeting in Turkey to review their strategic alliance.

The Venezuelan government, according to two people familiar with its thinking, is interested in continuing the direct talks. But critics say the administration has mismanaged its attempted opening — failing to brief key players on Venezuela policy and suddenly backtracking when the trip sparked an easily anticipated backlash.

Menendez, whose key vote the administration will want on any nuclear deal with Iran, was livid over being blindsided. Guaidó, equally caught off guard, was sufficiently furious as to fire off a personal letter to President Biden.

The problem may be partly one of sequencing and forum. Menendez co-sponsored the 2019 Verdad Act that enshrined the search for a “negotiated solution to Venezuela’s crisis” into U.S. law. He may not necessarily be opposed to easing U.S. sanctions if Maduro agrees to concrete steps toward restoring democracy, though he is likely to seek movement through a currently stalled dialogue in Mexico with Maduro’s opposition. His biggest beef, echoed by other critics, is over the chance that Maduro could be rewarded with oil deals just because his ally Putin is wreaking havoc in Ukraine.

Restarting the Mexico talks was a key request by the U.S. delegation that visited Caracas. But the opposition remains so fractured that progress without direct U.S. talks would be slow. Maduro, meanwhile, has cracked a U.S.-backed isolation campaign, already earning a softening stance from the European Union. With leftist presidential candidates who are signaling an even gentler stance toward Caracas leading in the polls in Colombia and Brazil, it may be only a matter of time before Maduro shatters it.

The question for the administration is whether it’s willing to close a door it just opened, and whether that gives Putin room to expand his reach in a country that sits three hours by plane off the coast of Florida.

 

 

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