CulturaGente y SociedadLiteratura y Lengua

Estados Unidos tiene más de un Espanglish

Es fácil pensar que, en lo que respecta a la lengua, en Estados Unidos tenemos una especie de inglés convencional y algunas variaciones menores: el sureño, el del medio oeste y el del «valle» del sur de California. En general, nuestros dialectos no son tan diferentes entre sí como los de Gran Bretaña (Cockney, escocés, West Country), porque el inglés no lleva aquí el tiempo suficiente para que los dialectos se diferencien tanto. Los medios de comunicación modernos hacen que nuestros dialectos sean aún más uniformes de lo que serían de todos modos. Y, al parecer, los inmigrantes traen sus idiomas propios, sólo para verlos esfumarse en el viento después de una o dos generaciones. Además, los hablantes de todas estas lenguas, inglesas o no, tienden a pensar que sus hijos las hablan mal.

Pero hay más que eso, me alegra decirlo.

En mi barrio, oigo hablar español con tanta frecuencia como inglés. Es difícil no darse cuenta de que suele haber muchas palabras en inglés -en el Espanglish, como se le llama- y hay hispanohablantes que lo consideran impuro, una digresión del «verdadero» español. Se dice que el premio Nobel Octavio Paz dijo que el Espanglish no es «ni bueno, ni malo, sino abominable».

Lo que quieren decir no es sólo que se han introducido muchas palabras y frases en inglés, sino también que se utilizan palabras en español con significados influenciados por el inglés. Así, en el español, digamos, de Madrid o Ciudad de México, «carpet» traduce «alfombra«, «tapiz«, o también «carpeta de archivos» o «archivador». Pero en Espanglish, «carpeta» se usa para significar, efectivamente, «alfombra» porque suena como la palabra en inglés. En Espanglish, devolver la llamada a alguien por teléfono es «llamar para atrás», que es la traducción literal de uno de los usos de «back» en inglés (to call back, o sea, devolver la llamada).

Sin embargo, esto es perfectamente normal en el gran esquema de las cosas. Verlo como algo extraordinario sería como preguntarse por qué las nubes no están ahora en los mismos lugares que estaban ayer. La pregunta no es por qué ocurre esto, sino por qué no debe ocurrir.

Por ejemplo, el inglés: Cuando los normandos gobernaron Inglaterra durante un tiempo después de 1066, el francés era la lengua de la escritura, del gobierno y de las ceremonias, mientras que el inglés se consideraba la lengua del campesinado, no escrita y desapercibida. Durante esta época e incluso después, las palabras francesas inundaron el inglés, de manera que hoy utilizamos muchas palabras francesas de forma rutinaria: «art», «pleasant» e incluso «very» provienen del francés. No cabe duda de que hubo expertos que consideraron que ello, así como el flujo similar de palabras latinas, era molesto. Pensaban que el inglés sería más puro e incluso más claro si se limitaba a utilizar sus propias raíces para formar nuevas palabras, y por eso aconsejaban palabras como «endsay» en lugar de «conclusion» e «inwit» en lugar de «conscience» (conciencia).

Pero pocos prestaron atención, están muertos y aquí estamos. Nadie lamenta ahora que, por ejemplo, esta misma frase tenga cuatro palabras francesas y latinas. Pensamos en el recorrido desde el inglés antiguo de «Beowulf» hasta el inglés medio de Chaucer y el inglés moderno temprano de Shakespeare como una procesión noble, transmitida por decreto oficial, quizás con cuernos franceses arrullando una especie de kitsch medieval hollywoodense. Pero si hoy en día alguien utiliza «structure» como verbo o intenta aclarar la ambigüedad entre el singular y el plural de «you» diciendo «you all«, a menudo se le dice que está haciendo algo mal.

El fenómeno va mucho más allá del inglés y el español, por supuesto. (Y, claro, todas las lenguas europeas que se hablan en América, incluido el inglés, empezaron siendo lenguas de inmigrantes). El modelo clásico de lo que ocurre con las lenguas de los inmigrantes en Estados Unidos es sencillo, pero demasiado simplificado: las generaciones que llegan están más cómodas con la lengua de su tierra de origen, aunque utilicen el inglés para fines utilitarios; la siguiente generación es bilingüe, pero quizá se siente un poco más cómoda con la nueva lengua; y la generación posterior a ésta a menudo sólo habla la antigua lengua fragmentariamente.

Los lingüistas están estudiando estos días con más detenimiento el lenguaje de esa segunda generación, y cada vez está más claro que la naturaleza mixta del Espanglish representa un fenómeno general. Entre las personas que han nacido y crecido en barrios como Brighton Beach, en Brooklyn, donde es habitual oír hablar ruso y ucraniano, se mezclan muchas palabras en inglés. Un término como «Russglish» no es tan fácil de pronunciar como «Espanglish», por eso no existe. Pero el patrón percibido con la segunda generación sigue encajando: Al no haber crecido tan profundamente inmersos en el ruso como sus padres, y aunque probablemente lo hablen con fluidez, su ejecución deja de lado algunos de los aspectos más complicados de la gramática que requieren más práctica para acostumbrarse. El Espanglish también puede ser así. Un angloparlante a menudo encuentra el modo subjuntivo del español difícil de entender. Los hispanohablantes nacidos en Estados Unidos y criados en hogares hispanohablantes, aunque lo conocen, a veces lo utilizan menos que sus padres.

Y este nuevo ruso no sólo lo utilizan los jóvenes en casa con sus familias. En grupos de habla rusa se usa en un sinfín de situaciones cotidianas. Entre muchos de ellos, el inglés también está adoptando nuevas formas, sin que sea algo hecho de forma consciente. Muchos tienen un claro acento ruso a pesar de haber nacido en Nueva York. La vida en Brighton Beach es tan profundamente rusa -algunos nacidos allí se refieren casualmente a Nueva York más allá del barrio como «América»- que un forastero puede olvidar a veces que está en Estados Unidos. Naturalmente, uno puede crecer allí y aferrarse al acento de sus padres, en lugar de dejarlo de lado a medida que crece y pasa la mayor parte del tiempo con compañeros que hablan el inglés americano convencional.

La evolución está en todas partes: Un lingüista ha descubierto que algunos jóvenes asiático-americanos forman algunas de sus vocales de manera sutilmente diferente, con las diferencias modeladas, subconscientemente, por los idiomas que pueden haber hablado en casa. Durante los últimos años, he intentado aprender mandarín. Tendré suerte si llego al nivel de habla de un niño de 6 años. Pero he llegado al punto de empezar a ser capaz, al menos, de distinguir que los propietarios de dos negocios que frecuento en mi barrio hablan mandarín con la mayoría de los hablantes de chino, pero algo distinto entre ellos.

Como cliente y vecino, no quise ser presuntuoso, pero como lingüista y estudiante de mandarín, hace poco respiré hondo y les pregunté a cada uno qué era ese otro idioma. Resulta que es el wenzhounés, una variedad de chino independiente que se habla en varias partes de la diáspora china y que tiene fama de ser más difícil de entender para los hablantes de otros tipos de chino.

Todo esto es lo que ocurre entre lo que a un neoyorquino le puede parecer un montón de gente de muchos lugares charlando en el metro. La miríada de formas de hablar de la gente, y cómo estas formas cambian, al estilo caleidoscopio, con el tiempo, a menudo mientras chocan y se mezclan y lo resuelven todo, es parte de la razón por la que la gente se convierte en lingüista. Es muy excitante.

 

John McWhorter (@JohnHMcWhorter) es profesor asociado de lingüística en la Universidad de Columbia. Presenta el podcast «Lexicon Valley» y es autor, recientemente, de «Racismo Woke: Cómo una nueva religión ha traicionado a la América negra».

 

Traducción: Marcos Villasmil

==================

NOTA ORIGINAL:

The New York Times

America Has More Than One Spanglish

John McWhorter

 

It’s easy to think that where language is concerned, in the United States we have a sort of vanilla, mainstream English and then some minor variations upon it — Southern, Upper Midwest, Southern California “Valley” maybe. Our dialects overall aren’t as different from one another as the various ones in Britain — Cockney, Scottish, West Country — because English hasn’t been here long enough for the dialects to drift their different ways to such an extent. Modern media makes our dialects even more uniform than they would be anyway. And, it seems, immigrants bring their languages here, only to see them blow away in the wind after a generation or two. Plus, speakers of all these languages, English and beyond, tend to have a way of thinking that their kids speak them wrong.

But there’s more going on than that, I’m happy to say.

In my neighborhood, I hear Spanish spoken about as often as I hear English. It’s hard not to notice that there tend to be a lot of English words in it — Spanglish, as it’s called — and there are Spanish speakers who see it as impure, a digression from “real” Spanish. The Nobel laureate Octavio Paz is said to have had it that Spanglish is “neither good, nor bad, but abominable.”

What they mean is not only that a lot of English words and phrases are sprinkled in, but also that Spanish words are used with meanings influenced by English. So if your own Spanish goes only so far, you might think “carpeta” means “carpet,” but it means, roughly, “file folder” or “binder” — at least in the Spanish of, say, Madrid or Mexico City. But in Spanglish, “carpeta” is used to mean, indeed, “carpet” because it sounds like it would be. In Spanish, “para atrás” means “backward.” In Spanglish, you refer to calling someone back on the phone as “llamar para atrás,” which is patterned on how we use “back” in English, but in original Spanish would mean calling someone backward rather than calling them again.

Yet this kind of thing is perfectly normal in the grand scheme of things. To see it as remarkable would be like wondering why the clouds now aren’t in the same places they were yesterday. The question isn’t why this would happen, but why it wouldn’t happen.

Take English: When the Normans ran England for a spell after 1066, French was the language of writing, government and ceremony while English was thought of as the language of the peasantry, unwritten and unobserved. During this time and afterward, French words flooded into English, such that today we use many French words as a matter of routine: “art,” “pleasant” and even “very” all came from French. To be sure, there were wonks who found this, and the similar flood of Latin words, annoying. They thought English would be purer and even clearer if it stuck to using its own roots to form new words, and thus they advised words like “endsay” instead of “conclusion” and “inwit” instead of “conscience.”

But few listened, they’re dead and here we are. Nobody now regrets that, for example, this very sentence has four French and Latin words. We think of the procession from the Old English of “Beowulf” to the Middle English of Chaucer to the Early Modern English of Shakespeare as a noble procession, handed down by official decree, perhaps as French horns coo Hollywood-kitsch medieval. But if today someone uses “structure” as a verb or tries to clear up the ambiguity between singular and plural “you” by saying “you all,” they’re often told they’re doing something wrong.

The phenomenon goes much wider than English and Spanish, of course. (And, of course, every European language spoken in America, including English, started out as an immigrant language.) The classic model of what happens to immigrant languages in America is simple but oversimplified: that immigrant generations are more comfortable with the language of their land of origin, even if they use English for utilitarian purposes; the next generation is bilingual, but perhaps a little more comfortable with the new language; and the generation after that frequently only speaks the old language in bits and pieces.

Linguists these days are looking more closely at the language of that second generation, and it is becoming clear that the mixed nature of Spanglish represents a general phenomenon. Among people born in and growing up in neighborhoods like Brooklyn’s Brighton Beach — where it’s common to hear Russian and Ukrainian spoken — lots of English words are mixed in. A term like “Russglish” wouldn’t roll off the tongue quite the way “Spanglish” does, that’s why there isn’t one. But the pattern among the second generation still fits: Because they didn’t grow up as profoundly immersed in Russian as their parents, and while they are probably fluent speakers, their rendition lets go of some of the knottiest aspects of the grammar that take the most practice to get used to. Spanglish can be like this as well. An English speaker often finds Spanish’s subjunctive mood tricky to get the hang of. Spanish speakers born in the United States and brought up in Spanish-speaking households, while knowing their way around it, sometimes use it less than their parents.

And this new Russian isn’t used just by younger folks at home with their families. Russian-speaking peer groups speak it among themselves in any number of everyday situations. Among many of them, English, too, is taking on new forms below the radar. Many have definite Russian accents despite having been born in New York City. Life in Brighton Beach is so profoundly Russian — some born there casually refer to New York beyond the neighborhood as “America” — that an outsider can forget he’s in the United States at times. Naturally, one can grow up there and hold on to the accent of one’s parents, instead of letting it go as you get older and spend most of your time with peers who speak mainstream American English.

The evolution is everywhere: One linguist has found that some younger Asian Americans shape some of their vowels in subtly different ways, with the differences patterned, subconsciously, on the languages they may have spoken at home. For the past several years, I’ve been trying to learn Mandarin. (I just had to — it’s my sports.) I’ll be lucky to get to the speaking level of a 6-year-old. But I’ve reached the point that I’ve started to at least be able to tell that the proprietors of two businesses that I frequent in my neighborhood speak Mandarin with most Chinese speakers but something else among themselves.

As a customer and a neighbor, I didn’t want to be presumptuous, but as a linguist and Mandarin learner, recently I took a deep breath and asked each of them what this other language was. It turns out it’s Wenzhounese, a separate Chinese variety spoken in various parts of the Chinese diaspora that has a reputation for being harder for speakers of other types of Chinese to understand.

All of this is what is happening among what can seem to a New Yorker like just a lot of people from a lot of places chatting on the subway. The myriad ways people talk, and how these ways change, kaleidoscope-style, over time, as often as not while colliding and mixing and working it all out, is part of why people become linguists. It’s exhilarating.

 

John McWhorter (@JohnHMcWhorter) is an associate professor of linguistics at Columbia University. He hosts the podcast Lexicon Valley and is the author, most recently, of Woke Racism: How a New Religion Has Betrayed Black America.”

 

 

Botón volver arriba