Eugenio Tironi: Tsunami
«La manera que tiene la centroizquierda de aproximarse al gobierno de la cosa pública, esa que gusta invocar la inclusión, el cambio cultural, las reformas estructurales, el respeto a los procesos y otras cosas de este estilo, parece haber dejado de hacer sentido a una ciudadanía que hoy por hoy está más ansiosa por respuestas y resultados inmediatos…».
¿Que votó poca gente? Sí, es cierto. ¿Que se castigó a los incumbentes? Sí, tal vez, aunque no en todos los casos. ¿Que se premió a los candidatos que venían de abajo? Sí, hay algo de eso, pero tampoco es un patrón, como lo prueba el caso de Matthei en Providencia. ¿Que los votantes se liberaron de la camisa de fuerza del binominalismo, y no tuvieron complejos en elegir a figuras independientes? Sí, también es cierto, y esto puede tener enormes consecuencias para lo que viene, pues augura que la construcción de mayorías será una tarea mucho más difícil que en el pasado. ¿Que la centroizquierda pagó caro su fragmentación? Sí, no hay duda, pero a estas alturas ya es un hecho de la causa, que revela la extinción de la dicotomía dictadura-democracia, Sí-No. ¿Que hubo sorpresas enormes, como Sharp en Valparaíso? Sí, ciertamente. Pero nada de esto oscurece lo fundamental: que la centroderecha obtuvo un triunfo resonante en estas elecciones municipales. Ganó en porcentaje de votos; ganó en todos lados, en comunas pudientes y populares, en Santiago y regiones, en el norte y el sur; ganó en las batallas más emblemáticas; consiguió las más altas mayorías nacionales. Negar este hecho sería como ocultar el sol con un dedo.
La conclusión que se deriva de estos resultados es clara. Tal cual están las cosas en el día de hoy, las chilenas y chilenos, en su mayoría, prefieren ser gobernados por autoridades que no provengan de la centroizquierda, menos aún de la izquierda más radical, sino de la centroderecha. ¿Es esto, acaso, un castigo al gobierno actual? Sí, claro que sí. Este les ha dejado un mal sabor, y todo lo que se le aproxime es motivo de rechazo. Pero hay seguramente algo más: la manera que tiene la centroizquierda de aproximarse al gobierno de la cosa pública, esa que gusta invocar la inclusión, el cambio cultural, las reformas estructurales, el respeto a los procesos y otras cosas de este estilo, parece haber dejado de hacer sentido a una ciudadanía que hoy por hoy está más ansiosa por respuestas y resultados inmediatos.
El panorama para Chile Vamos no puede ser más auspicioso. Ganó en todos los ámbitos. Sorteó exitosamente la amenaza de la fragmentación. Dispuso de una figura, el Presidente Piñera, que ostensiblemente agregó valor a los candidatos. Si sumamos a esto la debilidad del Gobierno y los debates que atraviesan a la coalición oficialista, que seguramente se agudizarán con los resultados de ayer, la probabilidad que Michelle Bachelet entregue nuevamente la banda presidencial al campo adversario -y no sería raro, al propio Sebastián Piñera- se acrecienta día a día.
Esto plantea, no cabe duda, un punto de interrogación sobre la vigencia de la Nueva Mayoría. Ya no son solo las encuestas – a las cuales las máximas figuras del Gobierno han declarado no tenerles mucha fe- las que lo anticipan: son ahora los propios electores los que han hecho sonar la diana. La mera proyección de la coalición gobernante es el anticipo de una derrota en las elecciones de 2017.
Ricardo Lagos lo dijo anoche sin anestesia: llegó la hora de rectificar. No de proyectar, no de asegurar la continuidad, sino de corregir, aunque esto resulte desgarrador y doloroso. Corrección que no va en la dirección que plantean los viudos del reformismo, esos que estiman que la hemorragia del Gobierno y la Nueva Mayoría tiene su origen en la timidez de sus reformas, no en su orientación y precipitación. Después de ayer ya no hay dudas al respecto: los electores están mirando hacia la derecha, no hacia la izquierda. La Nueva Mayoría no puede obviarlo, salvo que prefiera -lo que puede ser- su inmolación.
Eugenio Tironi