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Evo Morales dimite como presidente de Bolivia

«Estoy renunciando, estoy enviando mi carta de renuncia a la Asamblea Plurinacional de Bolivia». El tsunami de la Historia, incontenible, se ha llevado por delante a Evo Morales, el primer presidente indígena de América Latina. La rebelión popular contra el «gigantesco fraude electoral» y la confirmación de la siniestra operación, a través de la auditoría de la Organización de Estados Americanos (OEA), han acabado con la revolución indígena tras 21 días de protestas y lucha en las calles.

La rebelión policial del viernes en Cochabamba, que contagió a buena parte de las comisarías del país, y el pronunciamiento rotundo de las Fuerzas Armadas, que sugirió la renuncia presidencial a la vez que advertía que iba a actuar contra los grupos armados que han impuesto el terror durante la tres semanas de sublevación popular, terminaron con 14 años de gobierno. Un gobierno muy exitoso social y económicamente que sin embargo abusó de las herramientas revolucionarias para eternizarse en el poder y de sus beneficios.

«Por qué decidí esta renuncia, para que (Carlos) Mesa (candidato presidencial opositor) y (Luis Fernando) Camacho (director del Comité Cívico de Santa Cruz y principal motor de las protestas) no sigan secuestrando y maltratando a los familiares de nuestros dirigentes sindicales. Para que no sigan perjudicando a comerciantes y a transportistas que no dejan trabajar a Santa Cruz», protestó Morales, aunque su tono denotaba casi una súplica.

Evo Morales se fue como se vino, repartiendo culpas a oligarcas, opositores y enemigos fantasmas, cuando en realidad fueron sus propios dirigentes, sumados al Ejército y a la Policía, quienes noquearon al candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS). Las últimas horas se convirtieron en un calvario para el antiguo dirigente cocalero, que perdía apoyos por minutos. La contundencia del informe preliminar de la OEA no le dejaba otra salida, pese a los llamados internacionales a negociar.

Bolivia estalló en júbilo, sentimiento que primero fue estupor el 20 de octubre tras el «apagón» electoral de 24 horas e ira e indignación desde entonces. «A Bolivia, a su pueblo, a los jóvenes, a las mujeres, al heroísmo de la resistencia pacífica. Nunca olvidaré este día único. El fin de la tiranía. Agradecido como boliviano por esta lección histórica. ¡Viva Bolivia!», clamó Mesa a través de sus redes sociales.

El candidato centrista de Comunidad Ciudadana fue el primero en denunciar el fraude electoral, pero pasados los días se vio superado por la resistencia numantina que nació en Santa Cruz, la capital oriental del país. Allí surgió la figura de Camacho, con su biblia en mano, un opositor de línea dura muy cercano a las tesis de Bolsonaro. Camacho comandó las protestas, incluso en las últimas horas logró entregar en Palacio la carta en la que pedía la renuncia de Evo. Y lo hizo blindado por la Policía, que no permitió que los seguidores de Morales pudieran arremeter contra él.

Finalmente Morales no consiguió apaciguar al país al que quiso engañar con la convocatoria de nuevas elecciones. Las fisuras en el seno oficialista pasaron en pocas horas a convertirse en grietas de gran tamaño, acrecentadas con la dimisión de César Romero, ministro de Minería, que dio paso al cese de los titulares de el Hidrocarburos, Deportes y Planificación. Un rosario de altos cargos entre los que también se incluyen el presidente del Congreso, la vicecanciller, el gobernador de Cochabamba, senadores y alcaldes.

A ellos se sumaron Williams Kaliman, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y Yuri Calderón, comandante general de la Policía. Evo se quedaba así sin mayores aliados que sus incondicionales.

El apoyo internacional de sus amigos revolucionarios y de izquierda regional tampoco fue suficiente. El informe preliminar de la Organización de Estados Americanos (OEA), que confirmó el «gigantesco fraude» denunciado por la oposición, ha pesado toneladas sobre la ancha espalda de Evo, un golpe demoledor que incluyó la detención de varios vocales del Tribunal Superior Electoral (TSE), ordenadas por la Fiscalía General del Estado. El propio comandante de la Policía se puso al frente de los operativos, que incluyeron el allanamiento de la vivienda de la otrora poderosa María Eugenia Choque, presidenta del TSE situada en el centro del escándalo surgido en las urnas.

El tsunami político y social que de forma sorprendente se ha abatido sobre Bolivia ha torcido sin remedio los planes oficialistas, dispuestos en principio a mantener al líder aymará al frente del país hasta 2025. Evo se enrocó al mejor estilo chavista e inventó un golpe tras otro, pero lo que finalmente ha reventado en sus narices es un fraude electoral surgido de la impunidad que creía esconder entre sus poderes presidenciales.

El oficialismo no ha sabido medir el malestar que ya generó el referéndum de 2016, en el que el 51% de los bolivianos se pronunciaron en contra de facilitar una nueva reelección para Evo. El aliado de Venezuela y Cuba desoyó al pueblo y luego impuso su criterio a los tribunales más importantes del país.

 

 

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